domingo, marzo 06, 2005

Laicismo, Sociología y Religión

Juntar estos tres conceptos Laicismo, Sociología y Religión para convertirlos en la temática de una conferencia, ofrece diversos caminos por los cuales abordarlos. El más preliminar de ellos es partir por el análisis etimológico y, en alguna medida, semántico de su significado.
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El Laicismo

La expresión laicismo, como es de común entender, viene de laico que, de acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua, es un duplicado culto, que aparece como anticuado, de la palabra “lego", en la novena edición del año 1843 del diccionario de esa institución. Lego fue palabra que se hizo de uso común en el siglo XIX, derivándose de ella otras como laical, laicismo, laicizar, laicización. El vocablo latino laicus, adjetivo de la 2ª declinación latina, era de uso eclesiástico para referirse a seglar. Quienes tienen algunas nociones de lingüística románica y de gramática histórica, recordarán el conocido cambio de las consonantes oclusivas sordas (p,t,k) que pasaron a ser oclusivas sonoras (b,d,g), con lo cual se entiende el paso de “laicus" en latín clásico a "lego" en latín vulgar, es decir, la lengua que nosotros hablamos ahora. Agregaré que no me parecería justo no mencionar que la palabra latina laicus proviene del griego y significa perteneciente al pueblo y también profano.

En los diccionarios de uso corriente el vocablo laico lo encontramos definido como propio del que no es clérigo o no ha recibido órdenes clericales. Igualmente, se dice de la escuela o enseñanza en que se prescinde de la instrucción religiosa o que es independiente de toda influencia religiosa, versión difícil de asimilar en nuestros tiempos en el mundo occidental etiquetado socioculturalmente por los rasgos del judeo cristianismo.

La Sociología

En cuanto al sustantivo Sociología, denominación actual para la ciencia de la interacción social, como la llamó A. Comte (1798 18957), su "padre fundador", siendo un híbrido lingüístico: de socius, palabra latina, y logos, palabra griega, tiene para la existencia de su nombre un origen casi pintoresco. Como sabemos, Comte, reconocido por su positivismo en el mundo de las ideas, expuestas en 6 volúmenes de su "Sistema de Filosofía Positiva", argumentó que los exitosos métodos de las ciencias naturales, especialmente de la química y la fisiología, debían extenderse al estudio de la sociedad. Fue así como creó la denominación de "física social” para referirse al estudio de esa área de la realidad cognoscible. Sin embargo, en esos mismos tiempos, el estadístico belga Adolfo Quetelet (1796 1874), sin saber el uso que estaba haciendo Comte de la palabra física, publicó en 1835 su libro titulado "Sobre el Hombre y el Desarrollo de las Facultades Humanas" con el subtítulo de "Un Ensayo sobre Física Social”. Nuestro "padre fundador" sintiéndose ultrajado, al observar una fuerte contradicción para sus nociones de desarrollo jerarquizado de la sociedad, desde los seres sobrenaturales hasta un sistema metafísico, con las nociones estadísticas y probabilísticas de la curva normal de distribución de datos y de un "hombre promedio", optó por el neologismo sociología que perdura hasta hoy para estudiar científicamente la interacción humana en sociedad y sus resultados. Sobre este renombrado autor debemos decir algo que seguramente puede haber sorprendido a los positivistas. Su posición llegó a ser casi fundamentalista en el compromiso con la ciencia y sus métodos, pues en la culminación de sus trabajos pretendió establecer la fantasía del desarrollo de una "religión de la humanidad" en que los sociólogos serían los sacerdotes.

Quisiera agregar a estas esquemáticas referencias a los orígenes de la sociología que, si bien ella tiene existencia y aceptación relativamente reciente como ciencia, desde muy antiguo hubo siempre alguna preocupación por explicar y comprender el gregarismo humano. Tanto los presocráticos como los sofistas se interesaron por analizar el hecho inevitable de que la especie homo sapiens y tal vez las anteriores, vivieran siempre en grupos, llegando a constituir lo que Aristóteles llamara zoon politikon y que antes, Platón en sus obras 'Protágoras y Critón" y en su conocidísima "República", que puede ser considerada el mayor tratado de sociología jamás escrito, donde se encuentran los puntos de partida para el estudio de la estructura social, sus instituciones, la división social del trabajo, la estratificación social, etc.

Me detengo un momento para decirles que en estos recuerdos de la historia subyace la idea de laicismo que conocemos y preconizamos ahora. Los gríegos si bien parecían reflejar en sus dioses todas las fortalezas, pasiones y debilidades de los humanos, en la práctica social del gobierno de la polis sólo los incorporaban al destino y a la vida personal de cada individuo o a lo más de la familia.

Sólo para ser justo y no parecer etnocéntrico con respecto a otras culturas, recordaré al sabio norafricano tunecino Abdel Rahmnan lbn Jaldum (13321406) cuyos aportes al estudio científico de la sociedad y a la investigación empírica y causal de los hechos y fenómenos sociales, han llegado a ser reconocidos por los cientistas sociales del siglo XX, quienes lo han redescubierto valorando sus importantes aportes en la vinculación significativa de la investigación histórica con el pensamiento sociológico.

No podemos dejar de reconocer que la Sociología es una ciencia omnicomprensiva de la vida social de los seres humanos; las normas, los roles, los estatus, las conductas desviadas, etc., por mencionar sólo algunos temas, son su materia objeto. Igualmente lo son las ideas y las orientaciones valóricas que configuran las actitudes y la conducta humana. Entre ellas naturalmente está radicado el laicismo que acostumbramos a vincular con dos grandes áreas del ámbito ideológico: la religión y la política. Las ideologías, como sabemos, se encabalgan entre la ciencia y el mito configurando un complejo de afirmaciones o fórmulas sentenciosas relativas a la realidad, en forma de juicios de valor operantes, abanderizando a los grupos en su lucha por el saber y por el poder. Son, en realidad, sistemas integrados de ideas para la interpretación y representación del mundo, externas a los individuos, donde la pregunta acerca de su verdad puede ser imposible de determinar, ya que respecto de aquéllas a las cuales adherimos tenemos la obligación social o moral de aceptarlas, si deseamos permanecer en un buen nivel de estatus y de consideración en los grupos a los que pertenecemos. Reconocemos en ellas al menos cinco características esenciales orientadoras de la conducta: autoridad, coactividad, coercitividad, tenacidad y convicción. Las ideologías políticas están relacionadas con la adquisición, la distribución y el uso del poder, especialmente en el ámbito de la institución del estado y el gobierno, que se manifiesta en la forma de satisfacer las necesidades de otras instituciones como la educación, la salud, la familia, la economía, etc.

Por su parte las ideologías religiosas, vinculadas al saber de salvación, constituyen sistemas de sentimientos, creencias y prácticas relativas a un orden sobrenatural de seres, lugares o fuerzas, que orientan la vida privada o pública, adscritas a iglesias, cultos, denominaciones o sectas de diversos tipos.

La Religión

En la tradición etimológica clásica para el vocablo religión, las dos derivaciones generalmente más aceptadas son las entregadas por Cicerón y por el 'Cicerón Cristiano' Lactantius, un profesor de retórica latina de la primera mitad del siglo IV. Cicerón derivó la palabra religión del verbo "religere" con el significado de cumplir cuidadosa o esmeradamente por medio de esfuerzos repetidos. La otra provino de “religare", con la significación de unir en conjunto, sin interrupción; interpretando así a la religión como un "nexo de piedad o devoción".

Joan Corominas en su "Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana", nos informa que esta palabra fue tomada del latín religio onis, significando propiamente escrúpulo, delicadeza y de ahí la atribución del sentimiento religioso.

Estas dos interpretaciones etimológicas sugieren el doble aspecto semántico de la religión, por una parte, la realización recurrente de ciertas actividades humanas y por otra, la experiencia íntima de la vida psíquica. Tal dicotomización tiene un carácter más bien analítico o explicativo. Util para la comprensión, puesto que las manifestaciones conductuales religiosas están orientadas por la experiencia interior (intuición, vivencia). Desde otra perspectiva, más cercana a la metafísica, podría interpretarse como el juego de complementación recíproca entre lo humano y lo sobrenatural.

A su vez, el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, ateniéndose probablemente a las versiones etimológicas, presenta en la primera acepción lo siguiente: "Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social, y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto". Constatamos en esta definición componentes diversos provenientes de fuentes que se integran en la totalidad del concepto. Así tenemos: a) Un enfoque epistemológico en cuanto al modo de acceder a lo divino (creencias o dogmas); b) Un referente actitudinal (sentimiento de veneración y temor) que predispone a los homenajes de reverencia y devoción propia del culto (prácticas y rituales... oración y sacrificios); y c) Un componente ético (normas morales) para orientar el comportamiento.

Visión integradora

Me interesa a continuación avanzar algunas ideas integradas acerca del laicismo, la sociología y la religíón. No resisto al deseo de retrotraerme al pensamiento de los griegos antiguos, para afirmar que ellos y su filosofía pueden ser considerados los verdaderos precursores originales del laicismo, sus dioses eran semi humanos, estaban ahí como grandes familias de referencia, iluminando o castigando a los seres humanos en las tragedias y comedias de su existencia, pero sin interferir en los quehaceres de la polis o del estado.

Dando un gran paso en los terrenos de la historia occidental, particularmente europea, nos remitimos al siglo XVI para referirnos puntualmente a los movimientos ideológicos que dan origen a las reformas religiosas. Martín Lutero (1483 1546) y John Calvin (1509 1564) luchan contra lo que consideran la decadencia de la iglesia cristiana. El rechazo a la venta de indulgencias y la idea de la predestinación, condujeron a la ruptura con la iglesia Católica y al surgimiento del protestantismo.

Max Weber (1864 1920), otro insigne "padre fundador" de la sociología, que con gran originalidad analizó los efectos de las ideas religiosas sobre los procesos de desarrollo económico, en una de sus obras 'Ta ética protestante y el espíritu del capitalismo", nos dejó también importantes y significativas explicaciones teóricas en cuanto a los llamados procesos de modernización, que incluyen actitudes nuevas respecto del trabajo, de la inversión, pero principalmente, según mi punto de vista, respecto del conocimiento de los fenómenos, de la cultura y de las sociedades en que ésta se manifiesta. No me cabe duda que el surgimiento de la ciencia moderna y las tecnologías consecuentes contribuyeron poderosamente a secularizar la vida social y como factor interviniente a reducir progresivamente el alcance de la religión en todos los ámbitos de la vida pública y privada, estableciendo así las bases para el desarrollo del laicismo.

Permítanme un breve paréntesis que me da opción para analizar la expresión secularizar. Al igual que para la palabra laico, hay significaciones diferentes según el contexto de uso. Secular, del latín secularis, significa simplemente cada 100 años; en la versión eclesiástica se usa para referirse al clero o sacerdote que vive en el siglo a distinción del que vive en clausura. Por su parte la palabra siglo, del latín saeculum, en su acepción profana quiere decir comercio y trato de los hombres en cuanto toca y mira a la vida civil y política, en oposición a la vida religiosa. Esto podría significar que quienes nos reconocemos como personas aceptantes del laicismo perteneceríamos en la cotidianidad de nuestras vidas al mundo secular.

Retornando las ideas asociadas con los procesos de modernización, podemos reconocer la gradual erosión de las explicaciones aceptadas para la compresión de los fenómenos de la realidad, basada en la fe y en la imposición normativa eclesiástica. Al respecto, los textos bíblicos entienden que la fe es la creencia o asenso que el entendimiento confiere a la verdad de la revelación divina, saber inmanente de salvación arraigado en el corazón y en los afectos y obediente a la voluntad igualmente divina que se manifiesta en los sentimientos. Hay en esta concepción el, supuesto de una gracia esencial originaria, que instrumentaliza la posibilidad del perdón divino y de la santidad. Esta forma tautológica de aceptar la fe se manifestaba, por ejemplo, en el catolicismo medieval que obviamente fue hostil a la ciencia' al extremo que San Buenaventura (1221 1274) llegó a decir que "el árbol de la ciencia priva a muchos del árbol de la vida o los expone a las más severas penas del purgatorio".

Para completar estas breves ideas acerca de la fe, recordaré lo que dice Erich Fromm (1900 1980) en "El Arte de Amar", donde distingue la fe racional de la irracional. Con la primera entiende él una forma de sumisión, en tanto con la segunda, se refiere a las convicciones que se enraízan, en la propia experiencia mental o afectiva" como un rasgo cualitativo que abarca toda la personalidad.

El fortalecimiento de la ciencia, cuyo referente de autoridad es la razón y la observación sistemática, ha sido tan arrollador que Juan Pablo 11, en el vigésimo año de su pontificado, emitió en septiembre de 1998 la encíclica 'Fides et Ratio" en que intenta, con los mismos argumentos, relacionar la fe y la razón en la búsqueda de la verdad. No podemos olvidar tampoco los arrepentimientos referidos a las riesgosas situaciones vividas por Galileo (1564 1642) que fue sentenciado por la Inquisición a propósito de sus propuestas relacionadas con la ley de caída libre de los graves o con su rechazo a aceptar que la tierra era el centro del universo.

Las investigaciones sociológicas de la primera mitad del siglo XX, en el hemisferio norte, entre sus múltiples hallazgos, establecieron que en promedio, a medida que la sociedad se hace compleja, mayor es la variedad de las formas institucionales de las creencias y prácticas religiosas. Así, en tanto la humanidad se desplazaba desde aldeas tribales aisladas a grandes complejos urbanos, se observaban los cambios siguientes:

• Los dioses tendían a ser separados de la escena local.
• El antropomorfismo tendía a disminuir.
• La religión progresivamente tendió a separarse de los asuntos cotidianos.
• La homogeneidad religiosa tendía a disminuir.
• El sistema religioso tendía a fragmentarse emergiendo conflictos entre la iglesia y el estado.

En suma, dichas tendencias pueden resumirse, primero, en la expresión secularización que tiende al desuso y luego en el concepto de laicismo, que cada día encuentra mayor aceptación en la sociedad civil, por un lado, a partir de las elevadas orientaciones valóricas que le sustentan y, por otro, gracias al significativo aporte a instituciones sociales tan importantes como la educación, la salud, la familia, el matrimonio, la beneficencia y otras que constituyen hitos de relieve en la historia de nuestro país.

Desde el punto de vista del análisis sociológico es posible establecer para el accionar social de quienes nos inscribimos en esta postura doctrinaria, dos grandes perspectivas.

Una, relacionada con el estudio de los grupos sociales. Desde este ángulo constituimos asociaciones libremente voluntarias, con una sólida organización formal y con una fuerte conciencia de pertenencia, que nos conduce a comprometernos para la consecución de fines elevados y sublimes en pos de la redención humana. No es posible ahora dar más detalles, pero si podemos decir que pertenecemos a grupos selectivos, independientes, multivinculares, organizados y de larga duración. Tal vez la característica más sobresaliente sea para los hombres laicos el hecho de formar parte de un grupo primario, en que la interacción es de mutua confianza, donde cada hombre, por qué no decirlo, cada hermano, participa del misterio común, de los afectos compartidos, de la fraternidad pura, libre y expresiva en un marco imprescindible de elevada tolerancia y recíproco respeto.

La segunda, relacionada con el estudio de las instituciones sociales, como corriente de ideas, como concepción institucionalizada del mundo y de la vida, la interpretación sociológica del laicismo no se revela tan fácilmente fuera del círculo de sus adherentes. Los hombres laicos, partiendo de una confianza racional en la existencia de un orden espiritual y moral que hace progresar y mejorar a la humanidad, disponemos para responder a las grandes preguntas existenciales de una fórmula abierta e inconclusa que cada uno cultiva. Así nuestra institución, por estar espiritualmente enraizada, ha surgido de una obligación interior de orientación meliorista en lo individual y en lo social, es decir, tendemos a la elevación del hombre y de la humanidad invitando a combatir activamente el mal y el error para lograr un desarrollo armonioso e integral, ideal que cultivamos intramuros para luego tratar de transmitirlo en la activa y comprometida participación en todos los medios donde actuamos diariamente.

De los planteamientos anteriores es fácil inferir que el laicismo se caracteriza por su acendrado humanismo, manifestado en su respeto al ser humano como elemento particular del universo, tanto como a su aptitud creadora y partícipe de valores espirituales; en otras palabras, nos importa el deber ser, los fines últimos, para los cuales, con modestia humanista, hemos declarado no tener la respuesta absoluta. De ahí que todo hombre laico, aun cuando no explica su realidad a base de misterios, cree en el misterio de la fe radicada racionalmente en la intimidad de la conciencia individual y concretizada en las acciones y conductas manifiestas de nuestro interactuar social.

Además, somos poseedores de un sistema de símbolos, rituales y liturgias que sugieren el camino hacia misiones superiores, se nos ofrecen para formarnos e informarnos, dándonos libremente sus lecciones, contienen un mensaje cuyo contenido cada uno de nosotros interpreta y cumple según su inquietud y capacidad, es de allí de donde emanan nuestras orientaciones valóricas y normas de comportamiento. Sociológicamente, somos gradualmente socializados para internalizar ilustradamente los valores que nos hagan verdaderamente hombres laicos, libres y solidarios.

Sin creer, desde luego, en el agotamiento del tema con mi modesto enfoque, estimo conveniente terminar este intento confiado en que la bondad de ustedes al dispensarme su audiencia, me ha permitido la posibilidad de haber provocado algún interés en torno a la sociología, el laicismo y la religión, porque el torbellino de los tiempos sigue su curso sin solución de continuidad, pero el pensamiento laico permanece y en cada momento de su vida y de la nuestra, nos ofrece, como un desafío y como invitación a una alianza espiritual, lo nuevo de su riqueza conceptual y la permanencia de los afectos más puros para que hombres, nacidos libres, lleven a la sociedad toda la riqueza de saberes y valores adquiridos institucionalizadamente en esta asociación de voluntades, cuyo fin primordial es el perfeccionamiento individual y social.

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