José Antonio Ferrer Benimeli, ayer, en el Antiguo Instituto.
«Un masón es la transformación de uno de aquellos constructores de catedrales que, en lugar de construir la catedral de piedra, construye la catedral de la fraternidad universal. Es algo muy bello y muy poético en la que coinciden todos los hombres sensatos. Pero luego viene la aplicación a la práctica, y ahí es donde todo se complica». José Antonio Ferrer Benimeli, uno de los principales especialistas en historia de la masonería, marca así la enorme distancia entre el simbolismo masónico original y la realidad actual. En particular, en España. De ello habló ayer en el Antiguo Instituto invitado por la Sociedad Cultural Gijonesa.
-¿Qué es lo que caracteriza a la masonería española actual?
-Que es bastante caótica.
-¿En qué sentido?
-Frente a esa teoría del poder masónico, el contubernio y la masonería siempre tras el poder que explotan algunos periodistas, la situación es muy distinta. En primer lugar, no se puede hablar de masonería en singular. En estos momentos, en España hay no menos de 13 masonerías diferentes. Frente a un denominador común -la ideología- hay una masonería reconocida por las grandes logias de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania; otra que está más en relación con Francia, Bélgica y los países latinos; una exclusivamente masculina, otra exclusivamente femenina y una mixta; masonerías más rituales, otras que se proyectan más hacia el exterior y la función socio-políticas... Pero en todo caso estamos hablando de 2.500 miembros entre todas. Eso puede dar una idea bastante clara del poder de la masonería: es el de la imaginación de algunos colegas de usted.
-¿«Denominador común»?
-Lo hay, pero aún así tendríamos que empezar incluso por definir qué se entiende por masonería. El otro día, en una cena con con 12 miembros de una logia, uno me preguntó cómo definiría la masonería. Le dije: «Si preguntamos, seguro que nadie en esta mesa coincide en la definición». Cada persona tiene sus razones para ser masón. Yo llevo más de 40 años con este tema y no lo he logrado saber. A unos les llama un deseo de perfeccionamiento, porque la masonería es una escuela de perfección. A otros, la creencia en que van a progresar social o políticamente... Pero insisto: en España no sucede. En Francia, quizá sí, pero hablamos de más de cien mil masones.
-Entonces, ¿por qué tanta persecución histórica contra un colectivo tan insignificante?
-Es que en España hablar de masonería es muchas veces hablar de anti-masonería. Aquí, incluso cuando no había masonería había anti-masonería, así que la imagen que se quedó plasmada es la que dio la anti-masonería, que inició la persecución desde 1738, que ya es decir, hasta el año 1979 en que se legaliza por primera vez como asociación. Estuvo perseguida durante todo el siglo XVIII y XIX, con Fernando VII, que era tan obsesivamente anti-masónico como Franco, con Isabel II...
-¿Qué se teme tanto?
-El secreto.
-La masonería no es secreta.
-Pero la etiqueta es ésa. Y todo lo que es secreto atrae. Al Opus Dei le pasa también algo de esto. En bastantes casos se confunde secreto con clandestinidad y clandestinidad con discreción. Los masones insisten en que no son una sociedad secreta, sino discreta, y con razón. Si quieres puedes conocer sus estatutos, sus reglamentos, sus ritos de iniciación. Yo acabo de publicar la bibliografía de estos últimos 20 años: 20.000 títulos. El que quiera enterarse, puede.
-Aún así, la reserva llama la atención en una sociedad que se dice «de la información».
-Es que la mayor parte de las masonerías tienen prohibido hacer proselitismo. Hay otros sistemas de acceso. No se trata de partidos políticos ni asociaciones convencionales: se ha de pasar por un rito de iniciación. No es una inscripción, una cuota y tu carné; es un proceso de perfeccionamiento, una especie de escuela.
-Tampoco parece que la historia o la investigación contribuyan a difundir la masonería.
-Es que esta situación caótica, que no es posible reconducir, ha sido siempre así por desgracia. Y, con una visión egoísta, debo decir que para nosotros es complicadísimo investigar, incluso más ahora en que se dispone de menos documentos escritos.
-¿Nota la masonería el rearme de la Iglesia católica?
-La masonería sigue siendo algo prohibido para una Iglesia trasnochada, llena de ignorancia y prejuicios. Pero lo peor es que hay otras iglesias que se están acercando a la católica, como la anglicana, a pesar de su gran tradición de obispos y clérigos masones, o la metodista. Ha habido una gran campaña en Italia o Inglaterra para intentar desprestigiar a la masonería basada justamente en el secreto. Se ha llegado a prohibir ser masones a magistrados, jueces, policía... El argumento es el mismo que Carlos III utilizó para expulsar a los jesuitas: la obediencia a un jefe de Estado exterior. Hoy, lo mismo: jurar fidelidad a la masonería interfiere la fidelidad al Estado.
-¿No es así?
-Cuando se presta el juramento en la masonería queda bien explícito que allí no hay nada ni contra la religión, ni contra la política, ni contra el país, ni contra el Estado. Pero se mezcla todo y se llega a estas conclusiones.
-Con todo, al ciudadano le llega un halo de elitismo, de esoterismo, del que desconfía.
-Hay logias, como la de Gijón, que están esforzándose en «salir del armario»: darse a conocer, demostrar que no tienen cuernos ni rabo. Se tuvo relativamente fácil empezar de cero, y bien, una vez muerto Franco. Pero en vez de una masonería única, fuerte, con ideas claras, surgieron grupúsculos que a veces se enfrentan, a veces incluso dentro de una misma obediencia. Y eso da mala imagen.
-¿Quién puede hoy desear ser masón?
-Me figuro que cualquiera con un deseo de formarse y de ser útil a su sociedad en una línea de búsqueda de mayor fraternidad, tolerancia, pacifismo, derechos del hombre... Esos valores que todo partido político sensato promete. Pero esto lleva consigo un componente interno, ritual, simbólico, que a muchos no les va.
«Un masón es la transformación de uno de aquellos constructores de catedrales que, en lugar de construir la catedral de piedra, construye la catedral de la fraternidad universal. Es algo muy bello y muy poético en la que coinciden todos los hombres sensatos. Pero luego viene la aplicación a la práctica, y ahí es donde todo se complica». José Antonio Ferrer Benimeli, uno de los principales especialistas en historia de la masonería, marca así la enorme distancia entre el simbolismo masónico original y la realidad actual. En particular, en España. De ello habló ayer en el Antiguo Instituto invitado por la Sociedad Cultural Gijonesa.
-¿Qué es lo que caracteriza a la masonería española actual?
-Que es bastante caótica.
-¿En qué sentido?
-Frente a esa teoría del poder masónico, el contubernio y la masonería siempre tras el poder que explotan algunos periodistas, la situación es muy distinta. En primer lugar, no se puede hablar de masonería en singular. En estos momentos, en España hay no menos de 13 masonerías diferentes. Frente a un denominador común -la ideología- hay una masonería reconocida por las grandes logias de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania; otra que está más en relación con Francia, Bélgica y los países latinos; una exclusivamente masculina, otra exclusivamente femenina y una mixta; masonerías más rituales, otras que se proyectan más hacia el exterior y la función socio-políticas... Pero en todo caso estamos hablando de 2.500 miembros entre todas. Eso puede dar una idea bastante clara del poder de la masonería: es el de la imaginación de algunos colegas de usted.
-¿«Denominador común»?
-Lo hay, pero aún así tendríamos que empezar incluso por definir qué se entiende por masonería. El otro día, en una cena con con 12 miembros de una logia, uno me preguntó cómo definiría la masonería. Le dije: «Si preguntamos, seguro que nadie en esta mesa coincide en la definición». Cada persona tiene sus razones para ser masón. Yo llevo más de 40 años con este tema y no lo he logrado saber. A unos les llama un deseo de perfeccionamiento, porque la masonería es una escuela de perfección. A otros, la creencia en que van a progresar social o políticamente... Pero insisto: en España no sucede. En Francia, quizá sí, pero hablamos de más de cien mil masones.
-Entonces, ¿por qué tanta persecución histórica contra un colectivo tan insignificante?
-Es que en España hablar de masonería es muchas veces hablar de anti-masonería. Aquí, incluso cuando no había masonería había anti-masonería, así que la imagen que se quedó plasmada es la que dio la anti-masonería, que inició la persecución desde 1738, que ya es decir, hasta el año 1979 en que se legaliza por primera vez como asociación. Estuvo perseguida durante todo el siglo XVIII y XIX, con Fernando VII, que era tan obsesivamente anti-masónico como Franco, con Isabel II...
-¿Qué se teme tanto?
-El secreto.
-La masonería no es secreta.
-Pero la etiqueta es ésa. Y todo lo que es secreto atrae. Al Opus Dei le pasa también algo de esto. En bastantes casos se confunde secreto con clandestinidad y clandestinidad con discreción. Los masones insisten en que no son una sociedad secreta, sino discreta, y con razón. Si quieres puedes conocer sus estatutos, sus reglamentos, sus ritos de iniciación. Yo acabo de publicar la bibliografía de estos últimos 20 años: 20.000 títulos. El que quiera enterarse, puede.
-Aún así, la reserva llama la atención en una sociedad que se dice «de la información».
-Es que la mayor parte de las masonerías tienen prohibido hacer proselitismo. Hay otros sistemas de acceso. No se trata de partidos políticos ni asociaciones convencionales: se ha de pasar por un rito de iniciación. No es una inscripción, una cuota y tu carné; es un proceso de perfeccionamiento, una especie de escuela.
-Tampoco parece que la historia o la investigación contribuyan a difundir la masonería.
-Es que esta situación caótica, que no es posible reconducir, ha sido siempre así por desgracia. Y, con una visión egoísta, debo decir que para nosotros es complicadísimo investigar, incluso más ahora en que se dispone de menos documentos escritos.
-¿Nota la masonería el rearme de la Iglesia católica?
-La masonería sigue siendo algo prohibido para una Iglesia trasnochada, llena de ignorancia y prejuicios. Pero lo peor es que hay otras iglesias que se están acercando a la católica, como la anglicana, a pesar de su gran tradición de obispos y clérigos masones, o la metodista. Ha habido una gran campaña en Italia o Inglaterra para intentar desprestigiar a la masonería basada justamente en el secreto. Se ha llegado a prohibir ser masones a magistrados, jueces, policía... El argumento es el mismo que Carlos III utilizó para expulsar a los jesuitas: la obediencia a un jefe de Estado exterior. Hoy, lo mismo: jurar fidelidad a la masonería interfiere la fidelidad al Estado.
-¿No es así?
-Cuando se presta el juramento en la masonería queda bien explícito que allí no hay nada ni contra la religión, ni contra la política, ni contra el país, ni contra el Estado. Pero se mezcla todo y se llega a estas conclusiones.
-Con todo, al ciudadano le llega un halo de elitismo, de esoterismo, del que desconfía.
-Hay logias, como la de Gijón, que están esforzándose en «salir del armario»: darse a conocer, demostrar que no tienen cuernos ni rabo. Se tuvo relativamente fácil empezar de cero, y bien, una vez muerto Franco. Pero en vez de una masonería única, fuerte, con ideas claras, surgieron grupúsculos que a veces se enfrentan, a veces incluso dentro de una misma obediencia. Y eso da mala imagen.
-¿Quién puede hoy desear ser masón?
-Me figuro que cualquiera con un deseo de formarse y de ser útil a su sociedad en una línea de búsqueda de mayor fraternidad, tolerancia, pacifismo, derechos del hombre... Esos valores que todo partido político sensato promete. Pero esto lleva consigo un componente interno, ritual, simbólico, que a muchos no les va.
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