"El Honor, sentimiento de dignidad que acompaña a todo Hombre que vive de modo íntegro e intachable"
El renombrado Barón de Montesquieu, en su ya clásico tratado de filosofía política El espíritu de las leyes, señalaba que el sentimiento que predominaba en los despotismos era la servidumbre; en las repúblicas, la virtud; y en las monarquías, el honor. Determinado por la posición social, el honor personal se remonta al antiguo sistema de lealtades de los pueblos germánicos, con su entramado de relaciones de parentesco, posesiones y poder.
Con el resquebrajamiento de la sociedad estamental, el honor no desaparece, sino que comienza a ser asumido por aquellos que otrora conformaban la plebe, que carecían de un árbol genealógico que los respaldara, pero sí plenamente conscientes de sus derechos y su valía intrínseca como hombres. La nueva movilidad social se asentaba en el mérito, la iniciativa, el estudio y la erudición, por lo que poco empezaban a valer los viejos blasones del medioevo.
El progreso ético de los últimos siglos, que se desarrolló a la par de una sociedad cada vez más compleja y dinámica, fue depurando el concepto del honor de todos aquellos residuos propios de la aristocracia nobiliaria. Surge, así, el honor como un sentimiento de dignidad personal que acompaña a todo Hombre que vive de modo íntegro e intachable. Lejos de la banalidad superficial de la altivez y el orgullo, el honor caracteriza al verdadero Hombre libre que, deseoso de alcanzar su plena realización personal, permanece firme y sereno ante los embates de lo que intenta apartarlo del camino de la rectitud.
La libertad -en tanto ausencia de coacción- y el honor se entrelazan para brindar al Hombre las condiciones fundamentales para que pueda emprender su marcha vigorosa por el sendero de su continuo perfeccionamiento, utilizando las herramientas de la educación y la atenta observación de la experiencia que nos rodea.
Dr. Jorge A. Vallejos
M:.R:.Gran Maestre de la Gran Logia de Argentina
Buenos Aires, Marzo de 2005
El renombrado Barón de Montesquieu, en su ya clásico tratado de filosofía política El espíritu de las leyes, señalaba que el sentimiento que predominaba en los despotismos era la servidumbre; en las repúblicas, la virtud; y en las monarquías, el honor. Determinado por la posición social, el honor personal se remonta al antiguo sistema de lealtades de los pueblos germánicos, con su entramado de relaciones de parentesco, posesiones y poder.
Con el resquebrajamiento de la sociedad estamental, el honor no desaparece, sino que comienza a ser asumido por aquellos que otrora conformaban la plebe, que carecían de un árbol genealógico que los respaldara, pero sí plenamente conscientes de sus derechos y su valía intrínseca como hombres. La nueva movilidad social se asentaba en el mérito, la iniciativa, el estudio y la erudición, por lo que poco empezaban a valer los viejos blasones del medioevo.
El progreso ético de los últimos siglos, que se desarrolló a la par de una sociedad cada vez más compleja y dinámica, fue depurando el concepto del honor de todos aquellos residuos propios de la aristocracia nobiliaria. Surge, así, el honor como un sentimiento de dignidad personal que acompaña a todo Hombre que vive de modo íntegro e intachable. Lejos de la banalidad superficial de la altivez y el orgullo, el honor caracteriza al verdadero Hombre libre que, deseoso de alcanzar su plena realización personal, permanece firme y sereno ante los embates de lo que intenta apartarlo del camino de la rectitud.
La libertad -en tanto ausencia de coacción- y el honor se entrelazan para brindar al Hombre las condiciones fundamentales para que pueda emprender su marcha vigorosa por el sendero de su continuo perfeccionamiento, utilizando las herramientas de la educación y la atenta observación de la experiencia que nos rodea.
Dr. Jorge A. Vallejos
M:.R:.Gran Maestre de la Gran Logia de Argentina
Buenos Aires, Marzo de 2005
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