QQ.•. HH.•. Todos :
El fuego, siempre ha sido el más sugestivo de los cuatro elementos fundamentales. En el sacro arte de la alquimia, establece la diferencia entre los sopladores y los artistas, ya que éstos últimos, trabajan con el fuego, para el fuego y por fuego.
De cualidad dual, pues puede aportar los más grandes beneficios y causar las mayores calamidades, está presente en todas las mitologías, que de este modo, nos ilustran con advertencias y lecciones sobre su buen uso, y su abuso.
Prometeo , al robar el fuego a Zeus de una rueda del carro solar o de la forja de Hefestos, según versiones, nos ilustra por el simple hecho de quien lo cuente, como puede ser interpretado. Para Hesíodo, Prometeo no es más que ladrón, que ha abusado de la confianza de los dioses. Para Esquilo es todo lo contrario, pues conocedor de las consecuencias de entregarlo al hombre, sacrifico su privilegio por amor a la humanidad.
Hay quien considera en Psiquiatría y Psicología, al complejo de Prometeo, el equivalente al complejo de Edipo de la vida intelectual.
El fuego, alimenta la forja y por extensión, es esencia del arte de fundición. Con una buena forja de metales, se podían obtener armas que permitían la supervivencia y que condicionaba de manera definitiva los imperios, de ahí el prestigio de los herreros, recogidos incluso en la Biblia, como Tubalcaín que según el Génesis: Forjaba todos los instrumentos de cobre y hierro. También Hiram, en el libro II de Reyes: Lleno de sabiduría, de inteligencia y de saber para cualquier trabajo en bronce.
En el rito antiguo de la Alianza, en Génesis 15, 17 se habla de un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos.
Su poder purificador, compartido simbólicamente con el agua, queda también de manifiesto en Números 31,32: El oro, la plata, el bronce, el hierro, el estaño, el plomo, lo pasaréis por el fuego y quedará puro.
En hebreo, la raíz NER significa al mismo tiempo, luz y fuego. El fuego es el elemento del conocimiento, de la iniciación. La primera epístola de Juan, nos indica algo vital para los masones: Quien dice estar en la Luz y aborrece a su Hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su Hermano permanece en la luz y no tropieza.
El fuego, alimenta la espada flamígera, y la estrella flamígera. Se enciende con la Iniciación y se alimenta de la enseñanza de los símbolos y de lo vivido por el masón.
En el Timeo de Platón encontramos: El dios puso el agua y el aire entre el fuego y la tierra.
Los neopitagóricos, dividían su concepción del universo en dos hemisferios, el superior compuesto por el aire y el fuego, y el inferior, compuesto por agua y tierra.
Paracelso, eminente médico del siglo XVI, establece que los elementos están habitados por criaturas que ya aparecían en muchas mitologías, correspondiéndose según él, la salamandra a la pobladora del fuego, animal tan presente en muchas construcciones medievales, especialmente francesas, belgas y españolas.
El ingenio del anónimo Fulcanelli, en su libro "Las moradas Filosofales", nos propone la descomposición fonética y cabalística de la palabra Salamandra, en Sal, y mandra, esta última, tiene en griego, el significado de caverna.
Se atribuye a Basilio Valentín, la formulación V.I.T.R.O.L (U.M.) acrónimo de Visita Interiore Terrae, Rectificando Invenies Ocultum Lapidem. Visita el interior de la tierra, rectificando hallarás la piedra oculta, correspondiéndose las dos letras entre paréntesis a Única Medicina. Formulación que encontramos en la Cámara de reflexión masónica, donde se produce la prueba de la Tierra, fuera del Templo (según la mayoría de los rituales).
Si con el descenso a la caverna, encendemos el fuego y da comienzo el Opus, del mismo modo se despierta al dragón contenido, y que el genial pintor el Greco, reflejo en su retrato de S. Juan Bautista, en la serie de pictórica sobre los apóstoles y la gloria, al que describe con su característico color verde, sosteniendo una copa de plata con incrustaciones de azabache, que contiene un sulfuroso dragón rojo. La voz que clama en el desierto, y que tras él, vendría la Luz del Mundo. En esa misma serie, un apóstol sostiene discretamente una escuadra, símbolo del aprendiz masón.
El fuego, vivifica y purifica, descompone y reduce de una manera aséptica, es el elemento que refleja el espíritu y el calor necesario para la vida. El lapis, el elixir de la vida, la piedra filosófica, se define de dos maneras aparentemente opuestas, como el agua que no moja, y el fuego que no quema.
Sin embargo el complejo y jeroglífico lenguaje alquímico, nos muestra por un lado el azufre, elemento combustible que se obtiene en forma de cristales rojos, aceitosos que se deshacen con el simple calor de la mano, y el mercurio, metaloide capaz de disolver el oro, conducidos por el fuego al laberinto de la metamorfosis, donde en contacto con el ígneo elemento, darán paso a la culminación de la obra. ¿No resulta aparentemente contradictorio que un elemento inflamable sea trasportado por el fuego?.
La sal, se obtiene por la evaporación de agua que contiene disueltos iones de Cl- y Na+, cristalizando en este proceso en la forma de NaCl. En la antigüedad, era muy preciada por su poder conservador, solo igualable, al almíbar producido por el zumo de Granada.
El mercurio, es el único elemento que es capaz de disolver el oro. Por esta cualidad, se le asocia a lo sutil sujeto a sublimación, correspondiéndose con el espíritu. También conocido como plata liquida, representa lo que es puro en esencia, pero imperfecto en manifestación, y solo operando sobre él, se puede obtener el lapis.
Las fases de la obra, consecutivamente son, la nígredo, la álbedo, la citrinitas, y la rúbedo, siendo sus colores respectivamente, el negro, el blanco, el amarillo (dorado) y el rojo. Denominada rúbedo esta ultima fase de la obra, por haber preparado de manera correcta la vasija, para contener el mercurio filosófico.
El rojo, es el color que en la escala cromática, se ubica entre los extremos, blanco y negro. Así mismo, al alba, cuando la noche comienza a romperse y aparece la luz, el cielo adquiere un color rojizo intenso. Es el momento del canto del gallo, el anunciador de la retirada de las tinieblas y el comienzo del día.
El fuego se asocia a los cambios traumáticos, a los procesos de purificación de lo grosero, pues en la acertada definición de Paracelso, hace arder al azufre de los cuerpos, que liberan lo ígneo en el humo, y reduce la escoria a cenizas.
En la iconografía empleada en el medioevo, lo infernal, siempre se ha representado en las partes bajas o extremos de los pórticos, a través de figuras grotescas, demonios y seres deformes. El fuego, queda reservado para el purgatorio, donde las almas, se purifican para recibir la santidad y participar de la gloria del Creador.
Se denomina reacción sulfurosa y enérgica, a la que se produce en la terrible lucha entre el león, que refleja lo grosero, el ego, y el águila, símbolo de lo sutil y elevado. El león rojo, representa el mercurio común, que sin duda permanece incandescente aun sometido por el fuego de las pasiones. El león verde, representa el mercurio filosófico, y recuerda el paso por el purificador elemento del hierro, y la característica escoria verdosa que dejan las impurezas externamente, arrancadas del corazón del vil metal; es lo purificado. Se les puede contemplar representados como dos cuerpos, de estos colores, unidos en una sola cabeza.
Entre los siglos II y I a.c. un discípulo de Demócrito, saco a la luz unos textos atribuidos a su maestro, en los que se expone de una manera aquí muy sintetizada, que todo fenómeno sensible e incluso los colores, proceden del movimiento y de las constelaciones variables de partículas infinitamente pequeñas y exentas de cualidad que denominaba "átomos indivisibles". Esta realidad, era inconcebiblemente profunda y oculta, animada por el fuego creador.
Los colores, son producto de una longitud de onda determinada de la luz, y por poner un ejemplo, la reacción que nos muestra la creación y destrucción permanente del Ozono (O3), se representa por 02+0+hv+M---O3+M, donde hv es una luz de longitud inferior a 250 nanómetros, y que inmediatamente, al ser golpeada esta molécula por los rayos ultravioleta, se rompe, haciéndolos inocuos y volviéndose a generar en un proceso sin fin, que hace posible la vida. La propia luz, proporciona la creación de una molécula, que la filtra, eliminando lo nocivo.
El fuego creador, une las polaridades, comúnmente representadas por la luna, y el sol. Esa unión, está en los textos clásicos, asociada a tres cualidades indispensables, la sabiduría, desnuda y perfecta, la fuerza que domina ayudado por lo sabio, a lo opuesto, y lo bello de la creación, por partir de la bondad infinita que Sto. tomas de Aquino, asocia a la Verdad Primigenia. Recuerda esto al lugar que ocupa el V.•.M.•. en el Or.•. en Cam.•. de Ap.•., y la esquina carente de pilar, que simboliza la proyección que el masón ha de realizar, y que en términos alquímicos, significa la multiplicación, cualidad destacable del lapis.
Existen dos mercurios, como existen dos fuegos y dos estrellas. Solo uno de ellos, garantiza el proceso, y ya Canselier, nos advierte en uno de los prólogos de las moradas, sobre las dos estrellas que iluminan el alba, pero que solo uno de ellas brilla en el firmamento alquímico.
Recordaremos que el lapis, el elixir de la vida, la piedra filosófica, se define de dos maneras aparentemente opuestas, como el agua que no moja, y el fuego que no quema, y también, que según el Génesis, en el caos inicial, solo había agua, que todo lo cubría, y las constantes representaciones de dios, que en este mismo libro se producen, en forma de fuego.
Para finalizar, diremos que la ciencia química-física, por medio de la aceleración a la décima parte de la velocidad de la luz, núcleos atómicos cargados eléctricamente, por ejemplo el de cinc, con número atómico 50, y el cobre, con número atómico 29, se supera su fuerza de repulsión, y se produce una fusión que da como producto un núcleo de 79 protones. El oro.
Fraternalmente,
RAM
El fuego, siempre ha sido el más sugestivo de los cuatro elementos fundamentales. En el sacro arte de la alquimia, establece la diferencia entre los sopladores y los artistas, ya que éstos últimos, trabajan con el fuego, para el fuego y por fuego.
De cualidad dual, pues puede aportar los más grandes beneficios y causar las mayores calamidades, está presente en todas las mitologías, que de este modo, nos ilustran con advertencias y lecciones sobre su buen uso, y su abuso.
Prometeo , al robar el fuego a Zeus de una rueda del carro solar o de la forja de Hefestos, según versiones, nos ilustra por el simple hecho de quien lo cuente, como puede ser interpretado. Para Hesíodo, Prometeo no es más que ladrón, que ha abusado de la confianza de los dioses. Para Esquilo es todo lo contrario, pues conocedor de las consecuencias de entregarlo al hombre, sacrifico su privilegio por amor a la humanidad.
Hay quien considera en Psiquiatría y Psicología, al complejo de Prometeo, el equivalente al complejo de Edipo de la vida intelectual.
El fuego, alimenta la forja y por extensión, es esencia del arte de fundición. Con una buena forja de metales, se podían obtener armas que permitían la supervivencia y que condicionaba de manera definitiva los imperios, de ahí el prestigio de los herreros, recogidos incluso en la Biblia, como Tubalcaín que según el Génesis: Forjaba todos los instrumentos de cobre y hierro. También Hiram, en el libro II de Reyes: Lleno de sabiduría, de inteligencia y de saber para cualquier trabajo en bronce.
En el rito antiguo de la Alianza, en Génesis 15, 17 se habla de un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos.
Su poder purificador, compartido simbólicamente con el agua, queda también de manifiesto en Números 31,32: El oro, la plata, el bronce, el hierro, el estaño, el plomo, lo pasaréis por el fuego y quedará puro.
En hebreo, la raíz NER significa al mismo tiempo, luz y fuego. El fuego es el elemento del conocimiento, de la iniciación. La primera epístola de Juan, nos indica algo vital para los masones: Quien dice estar en la Luz y aborrece a su Hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su Hermano permanece en la luz y no tropieza.
El fuego, alimenta la espada flamígera, y la estrella flamígera. Se enciende con la Iniciación y se alimenta de la enseñanza de los símbolos y de lo vivido por el masón.
En el Timeo de Platón encontramos: El dios puso el agua y el aire entre el fuego y la tierra.
Los neopitagóricos, dividían su concepción del universo en dos hemisferios, el superior compuesto por el aire y el fuego, y el inferior, compuesto por agua y tierra.
Paracelso, eminente médico del siglo XVI, establece que los elementos están habitados por criaturas que ya aparecían en muchas mitologías, correspondiéndose según él, la salamandra a la pobladora del fuego, animal tan presente en muchas construcciones medievales, especialmente francesas, belgas y españolas.
El ingenio del anónimo Fulcanelli, en su libro "Las moradas Filosofales", nos propone la descomposición fonética y cabalística de la palabra Salamandra, en Sal, y mandra, esta última, tiene en griego, el significado de caverna.
Se atribuye a Basilio Valentín, la formulación V.I.T.R.O.L (U.M.) acrónimo de Visita Interiore Terrae, Rectificando Invenies Ocultum Lapidem. Visita el interior de la tierra, rectificando hallarás la piedra oculta, correspondiéndose las dos letras entre paréntesis a Única Medicina. Formulación que encontramos en la Cámara de reflexión masónica, donde se produce la prueba de la Tierra, fuera del Templo (según la mayoría de los rituales).
Si con el descenso a la caverna, encendemos el fuego y da comienzo el Opus, del mismo modo se despierta al dragón contenido, y que el genial pintor el Greco, reflejo en su retrato de S. Juan Bautista, en la serie de pictórica sobre los apóstoles y la gloria, al que describe con su característico color verde, sosteniendo una copa de plata con incrustaciones de azabache, que contiene un sulfuroso dragón rojo. La voz que clama en el desierto, y que tras él, vendría la Luz del Mundo. En esa misma serie, un apóstol sostiene discretamente una escuadra, símbolo del aprendiz masón.
El fuego, vivifica y purifica, descompone y reduce de una manera aséptica, es el elemento que refleja el espíritu y el calor necesario para la vida. El lapis, el elixir de la vida, la piedra filosófica, se define de dos maneras aparentemente opuestas, como el agua que no moja, y el fuego que no quema.
Sin embargo el complejo y jeroglífico lenguaje alquímico, nos muestra por un lado el azufre, elemento combustible que se obtiene en forma de cristales rojos, aceitosos que se deshacen con el simple calor de la mano, y el mercurio, metaloide capaz de disolver el oro, conducidos por el fuego al laberinto de la metamorfosis, donde en contacto con el ígneo elemento, darán paso a la culminación de la obra. ¿No resulta aparentemente contradictorio que un elemento inflamable sea trasportado por el fuego?.
La sal, se obtiene por la evaporación de agua que contiene disueltos iones de Cl- y Na+, cristalizando en este proceso en la forma de NaCl. En la antigüedad, era muy preciada por su poder conservador, solo igualable, al almíbar producido por el zumo de Granada.
El mercurio, es el único elemento que es capaz de disolver el oro. Por esta cualidad, se le asocia a lo sutil sujeto a sublimación, correspondiéndose con el espíritu. También conocido como plata liquida, representa lo que es puro en esencia, pero imperfecto en manifestación, y solo operando sobre él, se puede obtener el lapis.
Las fases de la obra, consecutivamente son, la nígredo, la álbedo, la citrinitas, y la rúbedo, siendo sus colores respectivamente, el negro, el blanco, el amarillo (dorado) y el rojo. Denominada rúbedo esta ultima fase de la obra, por haber preparado de manera correcta la vasija, para contener el mercurio filosófico.
El rojo, es el color que en la escala cromática, se ubica entre los extremos, blanco y negro. Así mismo, al alba, cuando la noche comienza a romperse y aparece la luz, el cielo adquiere un color rojizo intenso. Es el momento del canto del gallo, el anunciador de la retirada de las tinieblas y el comienzo del día.
El fuego se asocia a los cambios traumáticos, a los procesos de purificación de lo grosero, pues en la acertada definición de Paracelso, hace arder al azufre de los cuerpos, que liberan lo ígneo en el humo, y reduce la escoria a cenizas.
En la iconografía empleada en el medioevo, lo infernal, siempre se ha representado en las partes bajas o extremos de los pórticos, a través de figuras grotescas, demonios y seres deformes. El fuego, queda reservado para el purgatorio, donde las almas, se purifican para recibir la santidad y participar de la gloria del Creador.
Se denomina reacción sulfurosa y enérgica, a la que se produce en la terrible lucha entre el león, que refleja lo grosero, el ego, y el águila, símbolo de lo sutil y elevado. El león rojo, representa el mercurio común, que sin duda permanece incandescente aun sometido por el fuego de las pasiones. El león verde, representa el mercurio filosófico, y recuerda el paso por el purificador elemento del hierro, y la característica escoria verdosa que dejan las impurezas externamente, arrancadas del corazón del vil metal; es lo purificado. Se les puede contemplar representados como dos cuerpos, de estos colores, unidos en una sola cabeza.
Entre los siglos II y I a.c. un discípulo de Demócrito, saco a la luz unos textos atribuidos a su maestro, en los que se expone de una manera aquí muy sintetizada, que todo fenómeno sensible e incluso los colores, proceden del movimiento y de las constelaciones variables de partículas infinitamente pequeñas y exentas de cualidad que denominaba "átomos indivisibles". Esta realidad, era inconcebiblemente profunda y oculta, animada por el fuego creador.
Los colores, son producto de una longitud de onda determinada de la luz, y por poner un ejemplo, la reacción que nos muestra la creación y destrucción permanente del Ozono (O3), se representa por 02+0+hv+M---O3+M, donde hv es una luz de longitud inferior a 250 nanómetros, y que inmediatamente, al ser golpeada esta molécula por los rayos ultravioleta, se rompe, haciéndolos inocuos y volviéndose a generar en un proceso sin fin, que hace posible la vida. La propia luz, proporciona la creación de una molécula, que la filtra, eliminando lo nocivo.
El fuego creador, une las polaridades, comúnmente representadas por la luna, y el sol. Esa unión, está en los textos clásicos, asociada a tres cualidades indispensables, la sabiduría, desnuda y perfecta, la fuerza que domina ayudado por lo sabio, a lo opuesto, y lo bello de la creación, por partir de la bondad infinita que Sto. tomas de Aquino, asocia a la Verdad Primigenia. Recuerda esto al lugar que ocupa el V.•.M.•. en el Or.•. en Cam.•. de Ap.•., y la esquina carente de pilar, que simboliza la proyección que el masón ha de realizar, y que en términos alquímicos, significa la multiplicación, cualidad destacable del lapis.
Existen dos mercurios, como existen dos fuegos y dos estrellas. Solo uno de ellos, garantiza el proceso, y ya Canselier, nos advierte en uno de los prólogos de las moradas, sobre las dos estrellas que iluminan el alba, pero que solo uno de ellas brilla en el firmamento alquímico.
Recordaremos que el lapis, el elixir de la vida, la piedra filosófica, se define de dos maneras aparentemente opuestas, como el agua que no moja, y el fuego que no quema, y también, que según el Génesis, en el caos inicial, solo había agua, que todo lo cubría, y las constantes representaciones de dios, que en este mismo libro se producen, en forma de fuego.
Para finalizar, diremos que la ciencia química-física, por medio de la aceleración a la décima parte de la velocidad de la luz, núcleos atómicos cargados eléctricamente, por ejemplo el de cinc, con número atómico 50, y el cobre, con número atómico 29, se supera su fuerza de repulsión, y se produce una fusión que da como producto un núcleo de 79 protones. El oro.
Fraternalmente,
RAM
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