FRANCISCO ARIZA
Aunque la Masonería actual procede de las diversas corrientes esotéricas de Occidente y de las adaptaciones de los antiguos rituales operativos que tuvieron lugar durante el siglo XVIII, sin embargo su origen real se remonta mucho más lejos en el tiempo, más allá incluso de los gremios y corporaciones de constructores medievales. Dicho origen, según consta en los propios documentos masónicos, hay que buscarlo en la construcción del Templo de Jerusalén, también llamado de Salomón, pues fue este rey sabio, autor de los Proverbios, la Sabiduría y el Cantar de los Cantares, quien mandó edificarlo (y probablemente el que diseñó los planos del mismo), cumpliendo así la voluntad de su padre, el rey David.[1]
Podríamos decir que el Templo de Salomón está en la esencia misma de la Masonería, que actualiza permanentemente su contenido espiritual a través de sus ritos y símbolos, empezando por el de la propia Logia, que tiene en él su modelo o prototipo. Actualizado también en sus mitos y leyendas ejemplares, que recogen los episodios más significativos de su historia sagrada, como es el caso de aquella que tiene como tema central al maestro Hiram, a quien nos referiremos a lo largo de estas páginas, en las que no pretendemos sino esbozar ciertas ideas sobre este importante tema, y que tal vez pudieran servir de punto de partida para un más amplio desarrollo.
En esas leyendas[2] se relata que todos los masones esparcidos por los cuatro puntos cardinales se congregaron en Jerusalén para llevar a cabo tan magna empresa. Y así debió ser, en efecto, a juzgar por la multitud de obreros y artesanos que participaron en su construcción. La Biblia[3] menciona a cientos de miles, los cuales no debían proceder de un solo país, sino de varios, habida cuenta de que la influencia de los reinos de Judá y de Israel, gobernados por Salomón, se extendía por una zona muy amplia del Oriente Medio.[4] Todos esos obreros, divididos según sus funciones y grados, estaban bajo la autoridad de Hiram Abi (o simplemente Hiram), experimentado maestro en el arte de trabajar los metales, dato éste que lo vincula con su legendario ancestro Tubalcaín, quien aparece en el Génesis como el inventor de la metalurgia, y por tanto de las artes vinculadas con el fuego y su poder de transmutación, lo cual hay que entender tanto en su sentido físico como espiritual.[5]
Dirigiéndose a Salomón, el rey tirio Hiram le dice: "Te envío, pues, ahora a Hiram Abi, hombre hábil dotado de inteligencia (...) Sabe trabajar el oro, la plata, el bronce, el hierro, la piedra y la madera, la púrpura escarlata, la púrpura violeta, el lino fino y el carmesí. Sabe también hacer toda clase de grabados y ejecutar cualquier obra que se le proponga".[6] Así pues, el maestro Hiram aparece como el heredero de una antiquísima tradición de artesanos que abarcaba numerosos oficios o técnicas, todas las cuales fueron aplicadas en la edificación del Templo. A este respecto habría que añadir que hasta producirse esa construcción el pueblo hebreo había llevado una forma de vida enteramente nómada, y por consiguiente su concepción del mundo respondía a unos parámetros sensiblemente distintos a aquellos por los cuales se regían los pueblos sedentarios, que en tanto que tales desarrollaron más particularmente las artes ligadas a la metalurgia y la construcción.[7] Es decir, que Salomón tuvo necesariamente que recurrir a quienes conocían perfectamente las leyes en clave geométrica del Alma del Mundo (la cosmogonía), y eran poseedores, por tanto, de las técnicas constructivas necesarias para expresarlas lo más exactamente posible.[8] Esos conocimientos se aplicaron en la construcción del Templo, reproduciendo en sus estructuras simbólicas los diferentes planos o niveles del cosmos, incluidos el mobiliario y la decoración, pues como decía Flavio Josefo en sus Antigüedades Judaicas : "La razón de ser de cada uno de los objetos del Templo es recordar y representar al cosmos".
Si en todas las civilizaciones tradicionales sus templos y santuarios sagrados constituyen una imagen del cosmos (y de la realidad trascendente), la entrada al mismo, en el Templo de Jerusalén, se realizaba por el Ulam o Pórtico, lugar de tránsito por donde se accedía al Hekal o "Santo", cuya forma era enteramente rectangular o de "cuadrado largo", simbolizando el conjunto del mundo terrestre. En el centro del Hekal se encontraba como elemento principal el Altar de los perfumes, o del incienso, cuya oblación representaba uno de los ritos más importantes de los realizados en el Templo. Enfrente de dicho altar se hallaba el Debir o "Santo de los Santos", la cámara más interna y sagrada del Tabernáculo, razón por la cual simbolizaba al mundo celeste.[9] En el centro del Debir era depositada el "Arca de la Alianza", custodiada por las estatuas de dos querubines alados, y en cuyo interior eran guardadas las Tablas de la Torah (de la Sabiduría), testimonio vivo y permanente de la "alianza" entre Dios y el pueblo de Israel.[10] En realidad esa alianza, como la que establece cualquier civilización tradicional, es con el Dios inefable y misterioso, que se revela mediante su Nombre, que es su Ser, Verbo o Logos creador, es decir el Gran Arquitecto del Universo.[11]
A uno y otro lado del Pórtico de entrada, en el exterior del Templo, se alzaban las columnas llamadas Jakin y Boaz, las cuales evocaban seguramente a aquellas otras que, según las leyendas masónicas, sobrevivieron al diluvio, y en las que fueron grabadas todas las ciencias referidas al conocimiento y al saber tradicional heredado de la humanidad primigenia.[12] Como la Logia masónica (cuya estructura reproduce la del Templo de Jerusalén), las columnas Jakin y Boaz aluden a un simbolismo cósmico relacionado con los dos solsticios, y estrechamente vinculadas con la doble corriente de la energía cósmica a la que se encuentra sujeto todo lo manifestado. Por ello, la explicación o el sentido simbólico de las dos columnas "hay que buscarla en el orden de las referencias cósmicas, en correspondencia con la antiquísima observación ritual del sol a lo largo del año. El observador se situaba en el centro del lugar sagrado, de cara al Este, es decir de cara al sol naciente (...) Seguía los desplazamientos progresivos de las salidas del sol en el horizonte, entre los dos límites extremos alcanzados por los solsticios de Verano e Invierno. Se señalaban esos dos puntos esenciales con dos postes, dos menhires en algunas alineaciones prehistóricas de Bretaña o de Inglaterra, o con dos columnas si se trataba de templos más elaborados".[13] Las columnas Jakin y Boaz[14] no eran entonces simples elementos decorativos, sino que con ellas se establecía un enmarque espacio-temporal indicado por las distintas posiciones del astro solar, posiciones que determinan el esquema simbólico universal de la cruz cuaternaria, pues al señalarse los solsticios de Invierno y de Verano (correspondientes al eje Norte-Sur) se obtenía también la situación de los equinoccios de Primavera y Otoño (correspondientes a su vez al eje Este-Oeste).[15]
A este mismo orden de ideas pertenecía otra obra realizada por el maestro Hiram. Nos referimos al "Mar de bronce", que estaba situado en la esquina Sudeste del atrio, cerca de la entrada del Templo. En efecto, al igual que las dos columnas el Mar de bronce se encuadraba dentro de un simbolismo cósmico, pues esa denominación le venía seguramente porque con él se quería representar el "Océano celeste" (las "Aguas superiores"), ya que estaba repleto de agua hasta sus bordes, y su forma era enteramente redonda, como el cielo. Si bien es verdad que como relata II Crónicas, 4, 6, el Mar de bronce se usaba para las abluciones de los sacerdotes, esto debió ocurrir en una época en que se había olvidado su primitivo significado, que era (según las investigaciones que al respecto se han realizado) el de servir como observatorio astronómico, puesto que la superficie plana del agua hacía de espejo translúcido en donde era posible contemplar el mapa celeste, y por tanto la rotación regular de los astros, planetas y constelaciones, permitiendo establecer medidas y cálculos y así llevar un seguimiento de sus ciclos, los que se ponían en relación con el calendario litúrgico y ritual.[16] Esta interpretación sobre el Mar de bronce se refuerza por el hecho de que éste estaba soportado por cuatro grupos de tres toros cada uno también de bronce, que en total suman doce, número de las constelaciones y signos zodiacales.[17] Cada uno de esos grupos estaba orientado según los cuatro puntos cardinales: tres a Oriente, tres a Occidente, tres a Mediodía y tres a Septentrión, disposición que recuerda la situación que ocupaban las doce tribus de Israel en el campamento hebreo, las que también se correspondían con los signos zodiacales y los meses del año.[18]
La explanada en la que se levantaba el Templo no era otra que la cima del monte Moriah, el cual ocupa una posición central con respecto a las colinas que le circundan (monte de los Olivos, Bezetha, Gareb y Sión). Esta posición "central" del Moriah se corresponde perfectamente con el simbolismo del Templo, que como "centro sagrado" para una determinada tradición, aparecía como reflejo del "Centro Supremo" (o de la Jerusalén Celeste), que en un período determinado tuvo el nombre de Salem (que significa "Paz"), de donde deriva precisamente la palabra Jerusalén, la "ciudad de la Paz", y también el de Salomón, que como antes hemos dicho quiere decir "el Pacífico".[19] Este carácter sagrado atribuido desde siempre al monte Moriah indica que éste representa un verdadero símbolo del Eje del mundo que comunica la tierra y el cielo, la realidad sensible a la suprasensible.[20] Algunos masones del siglo XVIII identificaban el Moriah con la montaña primordial, en cuya cima se encontraba el Paraíso terrestre,[21] con el que era identificado el propio Templo de Jerusalén, lo que confirma, por otro lado, que éste fue construido, en efecto, como un sustituto del Centro Supremo.
Esto último nos recuerda una hermosa leyenda masónica, plena de significado simbólico, en la que se dice que debajo mismo del Templo de Jerusalén (esto es, en el interior del monte Moriah) se encontraban una serie de estancias o salas superpuestas que aparecían una tras otra conforme se iba descendiendo, hasta que finalmente se llegaba a una inmensa bóveda hipogea, es decir excavada directamente en la roca viva.[22] En dicha bóveda, en realidad un templo, se encontraban los principales útiles y símbolos masónicos, como la escuadra y el compás, el nivel y la plomada, la regla, la paleta, el mazo y el cincel, el Delta con el Nombre del Gran Arquitecto grabado en una de sus caras, etc. Según la leyenda la bóveda fue construida nada menos que por Henoch en la época anterior al diluvio, y por tanto muy cercana aún a los primeros tiempos.[23] Lo que se desprende de todo esto es bastante claro, puesto que, por un lado, nos habla de la primordialidad del simbolismo masónico (esto es, de su origen revelado, como el de cualquier tradición), y por otro del aspecto oculto y subterráneo que en un momento dado tuvo que adoptar ese mismo simbolismo, y por extensión el mensaje de la Filosofía Perenne (del que bebe la propia Orden masónica), ocultamiento que, según Guénon, "coincide con los comienzos mismos de la iniciación". Precisamente en dicho relato simbólico Henoch aparece como "el primero de todos los Iniciados, el Iniciado iniciante, que no murió, y que sobrevive en todos sus hijos espirituales", atributos que se encuentran también en Hiram, quien, en efecto, renace simbólicamente en cada nuevo maestro, perpetuándose así la cadena de la tradición masónica, y con ella el espíritu que la sustenta.
Aunque la Masonería actual procede de las diversas corrientes esotéricas de Occidente y de las adaptaciones de los antiguos rituales operativos que tuvieron lugar durante el siglo XVIII, sin embargo su origen real se remonta mucho más lejos en el tiempo, más allá incluso de los gremios y corporaciones de constructores medievales. Dicho origen, según consta en los propios documentos masónicos, hay que buscarlo en la construcción del Templo de Jerusalén, también llamado de Salomón, pues fue este rey sabio, autor de los Proverbios, la Sabiduría y el Cantar de los Cantares, quien mandó edificarlo (y probablemente el que diseñó los planos del mismo), cumpliendo así la voluntad de su padre, el rey David.[1]
Podríamos decir que el Templo de Salomón está en la esencia misma de la Masonería, que actualiza permanentemente su contenido espiritual a través de sus ritos y símbolos, empezando por el de la propia Logia, que tiene en él su modelo o prototipo. Actualizado también en sus mitos y leyendas ejemplares, que recogen los episodios más significativos de su historia sagrada, como es el caso de aquella que tiene como tema central al maestro Hiram, a quien nos referiremos a lo largo de estas páginas, en las que no pretendemos sino esbozar ciertas ideas sobre este importante tema, y que tal vez pudieran servir de punto de partida para un más amplio desarrollo.
En esas leyendas[2] se relata que todos los masones esparcidos por los cuatro puntos cardinales se congregaron en Jerusalén para llevar a cabo tan magna empresa. Y así debió ser, en efecto, a juzgar por la multitud de obreros y artesanos que participaron en su construcción. La Biblia[3] menciona a cientos de miles, los cuales no debían proceder de un solo país, sino de varios, habida cuenta de que la influencia de los reinos de Judá y de Israel, gobernados por Salomón, se extendía por una zona muy amplia del Oriente Medio.[4] Todos esos obreros, divididos según sus funciones y grados, estaban bajo la autoridad de Hiram Abi (o simplemente Hiram), experimentado maestro en el arte de trabajar los metales, dato éste que lo vincula con su legendario ancestro Tubalcaín, quien aparece en el Génesis como el inventor de la metalurgia, y por tanto de las artes vinculadas con el fuego y su poder de transmutación, lo cual hay que entender tanto en su sentido físico como espiritual.[5]
Dirigiéndose a Salomón, el rey tirio Hiram le dice: "Te envío, pues, ahora a Hiram Abi, hombre hábil dotado de inteligencia (...) Sabe trabajar el oro, la plata, el bronce, el hierro, la piedra y la madera, la púrpura escarlata, la púrpura violeta, el lino fino y el carmesí. Sabe también hacer toda clase de grabados y ejecutar cualquier obra que se le proponga".[6] Así pues, el maestro Hiram aparece como el heredero de una antiquísima tradición de artesanos que abarcaba numerosos oficios o técnicas, todas las cuales fueron aplicadas en la edificación del Templo. A este respecto habría que añadir que hasta producirse esa construcción el pueblo hebreo había llevado una forma de vida enteramente nómada, y por consiguiente su concepción del mundo respondía a unos parámetros sensiblemente distintos a aquellos por los cuales se regían los pueblos sedentarios, que en tanto que tales desarrollaron más particularmente las artes ligadas a la metalurgia y la construcción.[7] Es decir, que Salomón tuvo necesariamente que recurrir a quienes conocían perfectamente las leyes en clave geométrica del Alma del Mundo (la cosmogonía), y eran poseedores, por tanto, de las técnicas constructivas necesarias para expresarlas lo más exactamente posible.[8] Esos conocimientos se aplicaron en la construcción del Templo, reproduciendo en sus estructuras simbólicas los diferentes planos o niveles del cosmos, incluidos el mobiliario y la decoración, pues como decía Flavio Josefo en sus Antigüedades Judaicas : "La razón de ser de cada uno de los objetos del Templo es recordar y representar al cosmos".
Si en todas las civilizaciones tradicionales sus templos y santuarios sagrados constituyen una imagen del cosmos (y de la realidad trascendente), la entrada al mismo, en el Templo de Jerusalén, se realizaba por el Ulam o Pórtico, lugar de tránsito por donde se accedía al Hekal o "Santo", cuya forma era enteramente rectangular o de "cuadrado largo", simbolizando el conjunto del mundo terrestre. En el centro del Hekal se encontraba como elemento principal el Altar de los perfumes, o del incienso, cuya oblación representaba uno de los ritos más importantes de los realizados en el Templo. Enfrente de dicho altar se hallaba el Debir o "Santo de los Santos", la cámara más interna y sagrada del Tabernáculo, razón por la cual simbolizaba al mundo celeste.[9] En el centro del Debir era depositada el "Arca de la Alianza", custodiada por las estatuas de dos querubines alados, y en cuyo interior eran guardadas las Tablas de la Torah (de la Sabiduría), testimonio vivo y permanente de la "alianza" entre Dios y el pueblo de Israel.[10] En realidad esa alianza, como la que establece cualquier civilización tradicional, es con el Dios inefable y misterioso, que se revela mediante su Nombre, que es su Ser, Verbo o Logos creador, es decir el Gran Arquitecto del Universo.[11]
A uno y otro lado del Pórtico de entrada, en el exterior del Templo, se alzaban las columnas llamadas Jakin y Boaz, las cuales evocaban seguramente a aquellas otras que, según las leyendas masónicas, sobrevivieron al diluvio, y en las que fueron grabadas todas las ciencias referidas al conocimiento y al saber tradicional heredado de la humanidad primigenia.[12] Como la Logia masónica (cuya estructura reproduce la del Templo de Jerusalén), las columnas Jakin y Boaz aluden a un simbolismo cósmico relacionado con los dos solsticios, y estrechamente vinculadas con la doble corriente de la energía cósmica a la que se encuentra sujeto todo lo manifestado. Por ello, la explicación o el sentido simbólico de las dos columnas "hay que buscarla en el orden de las referencias cósmicas, en correspondencia con la antiquísima observación ritual del sol a lo largo del año. El observador se situaba en el centro del lugar sagrado, de cara al Este, es decir de cara al sol naciente (...) Seguía los desplazamientos progresivos de las salidas del sol en el horizonte, entre los dos límites extremos alcanzados por los solsticios de Verano e Invierno. Se señalaban esos dos puntos esenciales con dos postes, dos menhires en algunas alineaciones prehistóricas de Bretaña o de Inglaterra, o con dos columnas si se trataba de templos más elaborados".[13] Las columnas Jakin y Boaz[14] no eran entonces simples elementos decorativos, sino que con ellas se establecía un enmarque espacio-temporal indicado por las distintas posiciones del astro solar, posiciones que determinan el esquema simbólico universal de la cruz cuaternaria, pues al señalarse los solsticios de Invierno y de Verano (correspondientes al eje Norte-Sur) se obtenía también la situación de los equinoccios de Primavera y Otoño (correspondientes a su vez al eje Este-Oeste).[15]
A este mismo orden de ideas pertenecía otra obra realizada por el maestro Hiram. Nos referimos al "Mar de bronce", que estaba situado en la esquina Sudeste del atrio, cerca de la entrada del Templo. En efecto, al igual que las dos columnas el Mar de bronce se encuadraba dentro de un simbolismo cósmico, pues esa denominación le venía seguramente porque con él se quería representar el "Océano celeste" (las "Aguas superiores"), ya que estaba repleto de agua hasta sus bordes, y su forma era enteramente redonda, como el cielo. Si bien es verdad que como relata II Crónicas, 4, 6, el Mar de bronce se usaba para las abluciones de los sacerdotes, esto debió ocurrir en una época en que se había olvidado su primitivo significado, que era (según las investigaciones que al respecto se han realizado) el de servir como observatorio astronómico, puesto que la superficie plana del agua hacía de espejo translúcido en donde era posible contemplar el mapa celeste, y por tanto la rotación regular de los astros, planetas y constelaciones, permitiendo establecer medidas y cálculos y así llevar un seguimiento de sus ciclos, los que se ponían en relación con el calendario litúrgico y ritual.[16] Esta interpretación sobre el Mar de bronce se refuerza por el hecho de que éste estaba soportado por cuatro grupos de tres toros cada uno también de bronce, que en total suman doce, número de las constelaciones y signos zodiacales.[17] Cada uno de esos grupos estaba orientado según los cuatro puntos cardinales: tres a Oriente, tres a Occidente, tres a Mediodía y tres a Septentrión, disposición que recuerda la situación que ocupaban las doce tribus de Israel en el campamento hebreo, las que también se correspondían con los signos zodiacales y los meses del año.[18]
La explanada en la que se levantaba el Templo no era otra que la cima del monte Moriah, el cual ocupa una posición central con respecto a las colinas que le circundan (monte de los Olivos, Bezetha, Gareb y Sión). Esta posición "central" del Moriah se corresponde perfectamente con el simbolismo del Templo, que como "centro sagrado" para una determinada tradición, aparecía como reflejo del "Centro Supremo" (o de la Jerusalén Celeste), que en un período determinado tuvo el nombre de Salem (que significa "Paz"), de donde deriva precisamente la palabra Jerusalén, la "ciudad de la Paz", y también el de Salomón, que como antes hemos dicho quiere decir "el Pacífico".[19] Este carácter sagrado atribuido desde siempre al monte Moriah indica que éste representa un verdadero símbolo del Eje del mundo que comunica la tierra y el cielo, la realidad sensible a la suprasensible.[20] Algunos masones del siglo XVIII identificaban el Moriah con la montaña primordial, en cuya cima se encontraba el Paraíso terrestre,[21] con el que era identificado el propio Templo de Jerusalén, lo que confirma, por otro lado, que éste fue construido, en efecto, como un sustituto del Centro Supremo.
Esto último nos recuerda una hermosa leyenda masónica, plena de significado simbólico, en la que se dice que debajo mismo del Templo de Jerusalén (esto es, en el interior del monte Moriah) se encontraban una serie de estancias o salas superpuestas que aparecían una tras otra conforme se iba descendiendo, hasta que finalmente se llegaba a una inmensa bóveda hipogea, es decir excavada directamente en la roca viva.[22] En dicha bóveda, en realidad un templo, se encontraban los principales útiles y símbolos masónicos, como la escuadra y el compás, el nivel y la plomada, la regla, la paleta, el mazo y el cincel, el Delta con el Nombre del Gran Arquitecto grabado en una de sus caras, etc. Según la leyenda la bóveda fue construida nada menos que por Henoch en la época anterior al diluvio, y por tanto muy cercana aún a los primeros tiempos.[23] Lo que se desprende de todo esto es bastante claro, puesto que, por un lado, nos habla de la primordialidad del simbolismo masónico (esto es, de su origen revelado, como el de cualquier tradición), y por otro del aspecto oculto y subterráneo que en un momento dado tuvo que adoptar ese mismo simbolismo, y por extensión el mensaje de la Filosofía Perenne (del que bebe la propia Orden masónica), ocultamiento que, según Guénon, "coincide con los comienzos mismos de la iniciación". Precisamente en dicho relato simbólico Henoch aparece como "el primero de todos los Iniciados, el Iniciado iniciante, que no murió, y que sobrevive en todos sus hijos espirituales", atributos que se encuentran también en Hiram, quien, en efecto, renace simbólicamente en cada nuevo maestro, perpetuándose así la cadena de la tradición masónica, y con ella el espíritu que la sustenta.
[1] Se dice que Salomón escribió el Cantar de los Cantares al mismo tiempo que se edificaba el Templo. Si en la poética simbólica del Cantar, Salomón habla en realidad de las nupcias entre el alma y el espíritu (entre el "yo" y el "Sí mismo"), el Templo de Jerusalén expresa arquitectónicamente esas mismas nupcias, esa hierogamia o matrimonio sagrado entre la Tierra y el Cielo, pues su construcción se realizó conforme al modelo cósmico, según el cual el mundo terrestre aparece como el reflejo del mundo celeste, y en íntima comunión con él. Geométricamente esa unión se expresa mediante dos triángulos entrelazados, y el uno siendo el reflejo del otro, figura que es conocida precisamente como "Sello de Salomón" o "Estrella de David". El rey sabio no hablaba sino de lo que acontece en el corazón del hombre (sede simbólica de su templo interior) cuando éste se reconoce a sí mismo en lo universal.
[2] Leyendas recogidas en diversos manuscritos masónicos comprendidos dentro de los Old Charges o "Antiguos Deberes", como es el caso del manuscrito Dumfries.
[3] I Reyes..., y II Crónicas
[4] La forma en que el rey Hiram de Tiro (ciudad fenicia ubicada en el actual Líbano) se dirige a Salomón cuando éste le solicita el material y los obreros para la construcción del Templo, sugiere que entre sus reinos existía una estrecha alianza, fraguada ya en los tiempos de David.
[5] Curiosamente esto último lo convierte también en un lejano antepasado de los alquimistas. En las crónicas más antiguas de la Masonería el herrero Tubalcaín consta como uno de sus fundadores míticos, junto a sus hermanos Jabel (inventor de la geometría), Jubal (inventor de la música) y Naamah (inventora del arte del tejido). Pero de todos ellos es Tubalcaín el que ha permanecido en los rituales masónicos, especialmente en el grado de maestro, que gira enteramente alrededor de la figura de Hiram. El nombre de Tubalcaín se traduce normalmente como "posesión del mundo", aunque también se le da el significado simbólico de "inocencia".
[6] Crónicas, 2, 12-13. Igualmente en I Reyes, 7, 13-14, leemos: "Trajo Salomón de Tiro a Hiram, hijo de una viuda de Neftalí y de padre natural de Tiro, que trabajaba el bronce. Estaba Hiram lleno de sabiduría, de entendimiento y de conocimiento para hacer toda clase de obras de bronce". En I Reyes 5, 14-28, también se menciona a un tal Adoniram, o Adonhiram, como el prefecto de todos los obreros. Sin embargo, es muy probable que Adoniram e Hiram Abi no sean sino el mismo personaje revestido con dos funciones distintas. Por otro lado, el nombre de Adoniram significa el "Señor (Adonai) Hiram", que se complementa perfectamente con Hiram Abi, o "Padre Hiram". Estas designaciones hacen de Hiram, en efecto, el jefe de un linaje espiritual (de ahí que sea llamado el "Príncipe de los Masones"), receptor de una herencia tradicional que él transmite al reflejarla en las diversas obras realizadas para el Templo Hierosolimitano. No es entonces de extrañar que para la Masonería Hiram aparezca con los rasgos de un héroe solar civilizador, que se sacrifica y renace permanentemente como el astro rey, tal y como expresan los ritos masónicos en los que él constituye el elemento principal.
[7] En realidad gracias a la construcción del Templo se hizo posible la "conjunción" de estas dos formas de civilización, la nómada y la sedentaria (surgidas de la primera diferenciación de la humanidad primordial), conjunción en la que habría que ver, en efecto, el origen más antiguo, históricamente hablando, de la tradición masónica. En este sentido, señalaremos que en el contexto bíblico los nómadas eran los descendientes del pastor Abel, y los sedentarios del agricultor Caín, quien también fue el primero en construir una ciudad (Génesis 4, 17). A la primera de esas civilizaciones pertenece la tradición representada por Salomón, y a la segunda la representada por Hiram, por lo que la construcción del Templo también contribuyó a la "reconciliación" de los herederos respectivos de Abel y de Caín. De esta manera, lo que en un principio se había separado por razones de orden cíclico, vuelve a unirse con el reinado de Salomón (cuyo nombre quiere decir "el Pacífico"), abriéndose así una nueva página en la historia que repercutirá en el posterior desarrollo de la civilización occidental, especialmente durante la Edad Media, en la que el Templo de Jerusalén fue considerado siempre como la imagen misma del "centro espiritual" y prototipo de la arquitectura sagrada.
[8] La "idea", u origen, que inspiró la construcción del Templo se debe desde luego a Salomón (idea transmitida por David, quien a su vez la recibió del Gran Arquitecto: "Tu hijo, el que pondré yo en tu lugar sobre tu trono, edificará casa a mi nombre"). Pero éste nada podría haber hecho sin la ayuda brindada por el rey Hiram, que le aportó los materiales y los maestros artesanos como Hiram Abi. Por otro lado, es interesante advertir que Salomón, el rey Hiram e Hiram Abi, constituyen los tres Grandes Maestros de la Orden masónica, es decir que están en la cúspide de su jerarquía iniciática, y quienes los representan encarnan, simbólicamente al menos, las funciones respectivas de cada uno de ellos. Salomón representa la función puramente sacerdotal (la autoridad espiritual), el rey Hiram la función regia (el poder temporal), e Hiram Abi la función artesanal o propiamente cosmogónica. Señalaremos también que hasta comienzos del siglo XVIII, en los rituales heredados de los operativos medievales, aparecía el nombre egipcio de Amon como el tercero de los Tres Grandes Mae stros, nombre que fue sustituido por el de Hiram Abi con el advenimiento de la Masonería especulativa. En este sentido, René Guénon nos dice (Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage tomo II) que "esta palabra [Amon] tiene en hebreo el sentido de artesano y arquitecto (...) Sea como sea, su raíz, de donde deriva también la palabra amen, expresa, en hebreo como en árabe, las ideas de firmeza, de constancia, de fe, de fidelidad, de sinceridad, de verdad, que se corresponden perfectamente con el carácter atribuido por la leyenda masónica al Tercer Gran Maestro", es decir, a Hiram Abi. Como podemos ver el nombre fue sustituido, pero el espíritu permaneció, y es esto lo que realmente importa. Seguramente Amon no sea (como ocurre con Adoniram) sino otro de los nombres dados a Hiram, y tal vez con su presencia los operativos querían conservar el recuerdo de ciertos elementos simbólicos procedentes de la civilización egipcia presentes en la gestación de la antigua Masonería. Ver también Denys Roman, René Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie, cap. IV.
[9] El Debir tenía una forma cúbica perfecta, pues tanto su ancho, largo y alto medían exactamente veinte codos cada uno. Esa misma forma cúbica es la que San Juan en el Apocalipsis describe como la de la Jerusalén Celeste, a la que el D ebir (y por extensión todo el Templo de Jerusalén) ciertamente simboliza. Recordemos, en este sentido, que el Debir era el "lugar" (en hebreo mishkan ) de manifestación de la Shekinah, la "presencia real" de la divinidad: "Yo elijo y santifico esta casa para que en ella sea invocado mi nombre, y la tendré siempre ante mis ojos y en mi corazón" (II Crónicas, 7, 16).
[10] En su peregrinaje nómada el pueblo hebreo llevaba siempre consigo el Arca de la Alianza como su más preciado tesoro, aquello que lo justificaba como tal pueblo, cohesionando y dando sentido por su condición de centro sagrado a todos los aspectos de su tradición y su cultura.
[11] De ahí que la construcción del Templo ejemplifique también la creación del mundo, o del cosmos (concebido como una arquitectura), surgido del caos primigenio a partir de la manifestación del Logos que profiere el Fiat Lux ordenador. Recordemos que el Templo de Jerusalén tardó exactamente siete años en edificarse, guardando ello una exacta correspondencia con los siete días, o ciclos temporales, en los que según el Génesis fue hecho el mundo. En la simbólica masónica este mismo número tiene una importancia fun damental, y particularmente en el grado de maestro. Añadiremos que la denominación de Gran Arquitecto del Universo no es sólo masónica, sino que era una expresión bastante común entre los antiguos cabalistas. Equivale, asimismo, al "Gran Obrero" mencionado en el Corpus Hermeticum, y del que se dice que "ha hecho el mundo, no con sus manos, sino con su Palabra".
[12] Cuentan dichas leyendas que tras el diluvio (cataclismo geológico que en realidad separa dos períodos cíclicos de la presente humanidad) esas columnas fueron halladas por Hermes y Pitágoras, lo cual, lógicamente, no hay que entender de manera literal, sino que a través de ese aparente anacronismo se esconde una verdad de orden más profundo, relacionada con las herencias tradicionales que la Masonería ha recibido tanto de la tradición hermética como del pitagorismo.
[13] G. de Champeaux y S. Sterckx, Introducción a los Símbolos, págs. 140-141.
[14] El nombre de estas columnas derivan de dos personajes bíblicos. El primero, Jakín, desciende por línea directa del patriarca Jacob (Génesis 46, 10), mientras que Boaz (o Booz) aparece como unos de los ancestros del rey David (Rut 4, 21).
[15] El Templo de Jerusalén estaba orientado mirando al Este desde el Debir, que se hallaba situado, por tanto, en el Oeste, de tal manera que el Norte quedaba a la izquierda del observador y el Sur a su derecha. En la Masonería operativa el "trono de Salomón" estaba también situado al Oeste, "a fin de permitir a su ocupante 'contemplar el elevarse del sol' ". Ver R. Guénon, La Gran Tríada, cap. VII.
[16] Este sistema de observación astronómica era común en otras culturas tradicionales, como la egipcia y la caldea, todavía vivas en el periodo en que se construyó el Templo, y que con toda seguridad ejercieron su influencia en los constructores que trabajaban en él.
[17] Esos doce toros simbolizaban ante todo las doce posiciones del sol en torno a los signos zodiacales, pues en las antiguas civilizaciones de la cuenca del Mediterráneo y Oriente Medio el toro era un animal eminentemente solar. Su significación lunar le vino dada posteriormente, cuando se pierde el sentido superior junto con las civilizaciones que lo poseyeron.
[18] En la Logia masónica la presencia de ese simbolismo zodiacal y celeste está representada por los doce nudos de la cadena de unión que rodea todo el recinto de la misma. Señalaremos también que los estandartes de las doce tribus de Israel figuran en la decoración de la sala capitular del Royal Arch inglés, en cuyo rito la simbólica del Templo de Jerusalén desempeña un papel fundamental.
[19] La Tradición señala que fue sobre el monte Moriah donde tuvo lugar el sacrificio no consumado de Isaac por Abraham. Es muy probable que dicho sacrificio tuviera lugar en el lugar que siglos más tarde pasó a llamarse "la Roca", en torno a la cual se levantó la octogonal Cúpula de la Roca, considerada en la Edad Media como la Casa Madre de los Templarios (también llamada capilla de San Juan), y que posteriormente, durante el dominio musulmán, se convirtió en la mezquita de El Aksa (para el Islam es sobre esta roca desde donde Mahoma subió a los cielos). En ella también fue levantado el Altar de los Holocaustos del Templo de Jerusalén, a la misma altura que el Mar de bronce, pero en la esquina Nordeste. Se trata, por tanto, de un lugar impregnado de sacralidad, de igual importancia para las tres tradiciones monoteístas.
[20] En la Masonería operativa esta montaña tiene un significado especial, por cuanto que es en ella donde moran simbólicamente los Tres Grandes Maestros. A este respecto ver el artículo de R. Guénon: "Heredom", en el tomo II de Etudes sur la Franc-Maçonnerie También, de Pierre Girard-Augry: "Les Survivances Opératives en Angleterre et en Ecosse", aparecido en el Nº 3 de Villard de Honnecourt.
[21] Hablamos concretamente de Martines de Pascually, fundador de los "Elus Coëns", los cuales practicaban un rito masónico fuertemente impregnado de elementos hebraicos. Esta referencia la hemos encontrado en "Quelques documents inédits", incluido en el ya citado tomo II de Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage. Allí señala también Guénon que "la significación simbólica que se da aquí al monte Moriah recuerda notablemente a la del Meru hindú", la montaña sagrada polar identificada con el Eje del mundo, y sobre la que se dice estaba situada la "Comarca Suprema" o Paradesha, de donde deriva Pardés y Paraíso. En ese mismo estudio Guénon cita la interpretación que M. de Pascually hace de la palabra Moriah, que él escribe Morija : "Esta palabra se divide en dos partes: la primera, mor, significa destrucción de las formas corporales aparentes, e ija [o iah] significa visión del Creador ". Recordaremos que Iah es uno de los nombres de Dios, designado como el "Sol central oculto del Universo", y del que el propio Guénon afirma que está en relación con la Estrella polar, símbolo de la Unidad primordial, y puesto "más especialmente en relación con el primero de los Tres Grandes Maestros [Salomón] en el séptimo [y último] grado de la Masonería operativa", cap. XVII de los Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
[22] Esta leyenda es leída durante la recepción del grado 13 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, llamado de Royal Arche, en él dichas salas están relacionadas con las sefiroth del Arbol de la Vida cabalístico. A pesar de llevar el mismo nombre este grado no ha de ser confundido con el ya mencionado Royal Arch del Rito inglés de Emulación, si bien en este último la misma leyenda aparece con algunas variantes.
[23] En efecto, con esta referencia a Henoch la Masonería pretende remontar su origen mítico a las tradiciones antediluvianas. Lo mismo podemos decir de Noé, de quien deriva el nombre de Noaquita, grado 21 de la Masonería Escocesa.