César VIDAL
El referéndum de la mal denominada Constitución europea será una prueba con la que tendremos que enfrentarnos los ciudadanos españoles muy en breve. Creo que es público y notorio –no lo he ocultado– que voy a votar NO. Las razones para mi voto van desde la reducción del papel de España en el nuevo tratado (especialmente si se compara con el de Niza) a la falta de democracia que se percibe en el texto. Tampoco me parece desdeñable el argumento de que un triunfo del Sí sería utilizado por Zapatero como un respaldo plebiscitario a su gestión. Sin embargo, confieso que junto con esos factores, ciertamente nada desdeña- bles, se encuentra también el de la relación de la masonería con el presente texto constitucional. Me explico.
Yo votaré NO a esta Constitución porque estoy convencido de que la masonería ha tenido un papel sustancial en la misma y acabará sirviendo para consagrar un gobierno en Europa que, sin asomo de democracia, pretenderá consumar la descristianización del continente. Nadie entregó mandato alguno a Giscard d’Estaing –conocido masón francés– para redactar la Constitución. Simplemente la presentó «motu proprio» y la impuso sin dar posibilidad de reforma.
A mi juicio, ese peso de la masonería en el texto de la Constitución se trasluce, fundamentalmente, en tres consecuencias. La primera, el intento de dar una visión de Europa en la que el cristianismo no es considerado sino totalmente orillado. Se hace referencia a la herencia greco-romana (lógico), pero de ahí se salta al siglo de la Ilustración. Ahí es nada. Pasamos de los césares a la guillotina (por cierto, inventada por otro masón) como si tal cosa. No hubo ni patrística latina, ni escolástica medieval, ni Humanismo, ni Reforma protestante, ni Reforma católica, ni avivamientos del XVII, ni persecuciones religiosas a manos de los totalitarismos. No existió Pablo de Tarso, Pedro el pescador, Andrei Rubliov, Tomás de Aquino, Lutero, Calvino, Sergio de Radonezh, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Cervantes, Milton, Dostoyevsky, Edith Stein... Nada de nada. Del paganismo a las logias y el que no se lo quiera creer que reviente.
La segunda consecuencia es que la Constitución consagra una total falta de control sobre la masonería en contraste con las confesiones religiosas. El artículo I-51 del Título VI, que se ocupa del tema, indica que las denominadas «iglesias» estarán regidas por el derecho estatal –algo lógico porque el régimen de relaciones entre Iglesia y Estado es totalmente diferente en Grecia, Italia o Francia por citar algunos casos– pero las «sociedades filosóficas» no aparecen sometidas ni al derecho nacional ni al de la UE. A lo mejor resulta que las «sociedades filosóficas» son la resurrección de los discípulos de Sócrates y Platón, pero todo parece apuntar más bien a la masonería. Finalmente, y muy en la línea histórica de la masonería, el futuro europeo queda configurado de manera escasamente democrática.
Resulta obvio que cada cual deberá responder ante su conciencia –por cierto, los del «No a la guerra» ¿cómo apoyan ahora un texto donde se recoge expresamente el principio de la guerra preventiva? ¿por disciplina de partido?– pero, personalmente, como, al fin y a la postre, ni tengo carnet de partido, ni ostento cargo político alguno, ni lo ambiciono y, sobre todo, mi primera lealtad es hacia Cristo, votaré NO.
El referéndum de la mal denominada Constitución europea será una prueba con la que tendremos que enfrentarnos los ciudadanos españoles muy en breve. Creo que es público y notorio –no lo he ocultado– que voy a votar NO. Las razones para mi voto van desde la reducción del papel de España en el nuevo tratado (especialmente si se compara con el de Niza) a la falta de democracia que se percibe en el texto. Tampoco me parece desdeñable el argumento de que un triunfo del Sí sería utilizado por Zapatero como un respaldo plebiscitario a su gestión. Sin embargo, confieso que junto con esos factores, ciertamente nada desdeña- bles, se encuentra también el de la relación de la masonería con el presente texto constitucional. Me explico.
Yo votaré NO a esta Constitución porque estoy convencido de que la masonería ha tenido un papel sustancial en la misma y acabará sirviendo para consagrar un gobierno en Europa que, sin asomo de democracia, pretenderá consumar la descristianización del continente. Nadie entregó mandato alguno a Giscard d’Estaing –conocido masón francés– para redactar la Constitución. Simplemente la presentó «motu proprio» y la impuso sin dar posibilidad de reforma.
A mi juicio, ese peso de la masonería en el texto de la Constitución se trasluce, fundamentalmente, en tres consecuencias. La primera, el intento de dar una visión de Europa en la que el cristianismo no es considerado sino totalmente orillado. Se hace referencia a la herencia greco-romana (lógico), pero de ahí se salta al siglo de la Ilustración. Ahí es nada. Pasamos de los césares a la guillotina (por cierto, inventada por otro masón) como si tal cosa. No hubo ni patrística latina, ni escolástica medieval, ni Humanismo, ni Reforma protestante, ni Reforma católica, ni avivamientos del XVII, ni persecuciones religiosas a manos de los totalitarismos. No existió Pablo de Tarso, Pedro el pescador, Andrei Rubliov, Tomás de Aquino, Lutero, Calvino, Sergio de Radonezh, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Cervantes, Milton, Dostoyevsky, Edith Stein... Nada de nada. Del paganismo a las logias y el que no se lo quiera creer que reviente.
La segunda consecuencia es que la Constitución consagra una total falta de control sobre la masonería en contraste con las confesiones religiosas. El artículo I-51 del Título VI, que se ocupa del tema, indica que las denominadas «iglesias» estarán regidas por el derecho estatal –algo lógico porque el régimen de relaciones entre Iglesia y Estado es totalmente diferente en Grecia, Italia o Francia por citar algunos casos– pero las «sociedades filosóficas» no aparecen sometidas ni al derecho nacional ni al de la UE. A lo mejor resulta que las «sociedades filosóficas» son la resurrección de los discípulos de Sócrates y Platón, pero todo parece apuntar más bien a la masonería. Finalmente, y muy en la línea histórica de la masonería, el futuro europeo queda configurado de manera escasamente democrática.
Resulta obvio que cada cual deberá responder ante su conciencia –por cierto, los del «No a la guerra» ¿cómo apoyan ahora un texto donde se recoge expresamente el principio de la guerra preventiva? ¿por disciplina de partido?– pero, personalmente, como, al fin y a la postre, ni tengo carnet de partido, ni ostento cargo político alguno, ni lo ambiciono y, sobre todo, mi primera lealtad es hacia Cristo, votaré NO.
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