En días pasados oí a persona letrada que ciertos güimareros estuvieron adscritos a la masonería y dejaron su impronta en edificios históricos de Güímar. Quién realizaba estas afirmaciones lo hacía con unas formas reverentes y respetuosas, dejando un punto a la duda, es decir, con una postura intelectual seria y admitiendo que pudiese haber ciudadanos que no aceptasen su teoría o incluso la denigrasen. Si la memoria no me falla ha habido algún autor güimarero que ha escrito sobre el tema, sosteniendo la tesis de que durante el periodo republicano hubo masones en la localidad; sin embargo, para mi fue novedoso que se reconociese en público, ante una nutrida concurrencia, la existencia del rastro arquitectónico de este movimiento erudito; no por ignorarlo, sino por el atrevimiento intelectual que supone defender esta tesis en ciertos ámbitos, pues las características sociales y religiosas de los edificios con esta seña imponen una cierta valentía.
Hacía algunas semanas, mientras hablaba con el editor de El Cañizo, surgió el tema de la arquitectura filomasónica güimarera y ante la sorpresa de Argelio prometí escribir un breve artículo para su revista, simple ensayo de lo mucho que podría ver la luz sobre la cuestión.
Los masones practican determinados ritos de crecimiento en la intimidad de las logias o entre las columnas de los templos interiores de cada persona. Sin embargo, a pesar de este aparente recogimiento, son amantes de dejar determinadas pistas sobre su existencia y propósitos en un juego de inteligencia, cuyas claves ha expuesto con notable rigor Umberto Eco en sus estudios de semiótica.
Efectivamente, en Güímar existen multitud de rastros sobre la filiación masónica de sus ciudadanos, pasados o presentes, aunque deba hacerse el paréntesis del periodo franquista. Los edificios cuyos arquitectos siguen esta tendencia abundan en Güímar; para sorpresa del observador, en esta década se ha levantado una nueva fachada de arquitectura filomasónica.
Ahora, si mis amables lectores me lo permiten, aclararé algunos puntos teóricos que delimitarán la comprensión de lo no deja de ser una curiosidad, no obstante ilustrar nuestra historia en un punto desconocido para nuestros convecinos, más acostumbradas a las peroratas pseudohistóricas y a una visión sesgada del hecho religioso, impulsada por determinados dirigentes sociales.
En las obras oficiales es común la colocación de la primera piedra. Este concepto es de una clara procedencia masónica y hunde sus raíces en la tradición cabalística hebrea. La primera piedra de un edificio es la base sobre la cual descasará toda la construcción, pero no sólo por ello es importante sino porque es la piedra que inicia un tránsito constructivo que terminará con la piedra cúspide. Recordamos la fascinante historia de la "piedra desechada por los edificadores", cuando se estaba construyendo el templo de Salomón. Se trataba de la piedra angular, la más importante de todas. Sin embargo, los "edificadores" la habían puesto a un lado, de hecho en el olvido, expuesta al sol del verano y a la helada invernal (Sal. 118:21 y 22).
"¿Nunca leísteis en las Escrituras: 'La piedra que desecharon los edificadores, vino a ser la piedra de esquina. El Señor hizo esto, y es maravilloso ante nuestros ojos'?" (Mat. 21:42).
Sin embargo los constructores no colocaban esta primera piedra en un lugar cualquiera, el punto exacto era el lugar del noreste, el punto medio entre el invierno significado por el norte y el sol del verano, es decir el sol del este. El noreste es el paso de la noche al día el lugar de la aurora del Cantar de los Cantares, la acogida de la luz naciente. Tras esta piedra se reunían los albañiles, es decir los masones, para levantar los planos de resto del edificio, el arte del trazado, que era un secreto de la profesión.
Hasta aquí la teoría que algunos considerarán una majadería, sin embargo, en mi descargo he de finalizar invitando a cualquiera que tenga tiempo, y se le haga camino por la calle de Santo Domingo, a la lectura de la placa de mármol que se encuentra en la esquina de la casa, justo encima de la piedra. Les puedo asegurar que quien esto escribe nada tiene que ver con la redacción de lo que allí se lee sobre el arte del trazado.
viernes, enero 20, 2006
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