Sólo recordaba aquel fuerte dolor en el pecho.
El ambiente era familiar, ya estuve aquí una vez. ¿pero cuando?. Caminaba sin rumbo.
Personas desconocidas pasaban a mí lado, pero no tenia el coraje para abordarlas.
Esperé, y me pregunté ¿qué grupo sería aquel reunido con ternos negros?. ¡Logico! Estaré yendo o viniendo de un entierro. ¡Está claro son hermanos! Me acerqué al grupo. Al verme llegar, interrumpieron su conversación. Discretamente me identifique de Aprendiz, obteniendo respuesta.
La alegría afloró de inmediato en mi. ¡Estaba entre hermanos! Me identifique con mi nombre y grado. Pregunté ansioso lo que estaba aconteciendo conmigo. Respondieron con mucho tino y fraternalmente: Habia muerto... me asusté grandemente... ¿y mi familia?¿mis amigos?... ¿cómo están? Están bien, están siendo atendidos por la Orden, no se preocupe... a su debido tiempo Ud. los verá, respondieron. Aún asustado, pregunte el motivo de sus vestimentas. Nos estamos encaminando a nuestro Templo, fue la respuesta. ¿Templo? ¿Ustedes tienen uno? Si claro... ¿Por qué no? Me sentí más tranquilo, al final soy un Gran Inspector General de la Orden y con certeza recibiré las honras debidas a mi grado 33. Pedi poder acompañarlos, y así se hizo. Al final de una pequeña caminata divisé el Templo. Confieso que quedé admirado por su gran belleza. Las columnas del pórtico, majestuosas. Nunca vi algo igual. Imaginen como debia ser su interior y como me sentiría tomando parte de los trabajos.
Caminamos en silencio, al llegar a la antesala me encontré con hermanos conversando animadamente, pero más bien en tono respetuoso. Uno de ellos, el que me acompañaba, llamó al que estaba delante de él. ¡Hermano Experto! acompañe al hermano recién llegado y con él espere en la antesala de los pasos perdidos. ¿No entendí bien?
Al final había mostrado mis credenciales y no era ese el tratamiento que se me debía dar. Esperé unos instantes, seguro de que me preparaban una recepción fraternal. Con seguridad estarián preperando alguna ceremonia especial para mi entrada; en realidad un grado 33 no podía esperar nada diferente. Verifiqué que los hermanos que habían quedado en el atrio, en silencio, iban formando cortejo para la entrada en el Templo ¿Por la distancia no puede escuchar lo que los hermanos decían? Un halo de luminosidad invadió a todos. Conmigo quedó el hermano Experto. De tanta emoción no conseguí hilvanar palabra alguna. El tiempo pasó... no sé cuanto tiempo. Finalmente la puerta del Templo se entreabrió y salió el hermano Maestro de Ceremonias,se encaminó hacia mí y me comunicó que sería recibido al instante. Ajusté el Mandil e infle mi pecho. Comprobé que mi collar y medallas estuvieran ordenadas y me encaminé con él. Me intranquilicé algo ¿ quien no lo haría en estas circunstancias? Respiré profundo y entré ritualísticamente al Templo. Extraño... esperaba encontrar lujo y esplendor, mucha riqueza. Comprobé, de inmediato, una simplicidad enorme. Una luz brillante, que no sé de donde venía, iluminaba todo el ambiente. Saludé al Venerable Maestro y a los vigilantes en la forma acostumbrada. Nadie se levantó a mi entrada. Ningún batir acompañó mi avance. Todos se mantenían silenciosos y en actitud respetuosa. Realmente no sabía que hacer... era todo inhabitual para mí. Esperaba ordenes... por fin ellas vinieron con la voz firme del Venerable Maestro: (¿.............................?) Reconociendo la necesidad del retejamiento en tales ciruntancias respondí: (..................................)
Sonreí para mis adentros mientras esperaba tranquilamente la siguiente pregunta y el momento propicio para demostrar mis conocimientos y desenvoltura.
En su lugar el Venerable Maestro dirigiendosé a los presentes, preguntó: ¿Los hermanos aquí presentes lo reconocen como Masón?. El silencio fue total. Me asusté ¿qué era esto?¿por qué tal pregunta? ¡Esto con certeza no era parte del Ritual! Dirigiéndose a mí el Venerable Maestro respondió: Mi caro hermano visitante. Los hermanos aquí presentes no lo reconocen como Masón. ¿Cómo no? Dije yo. ¿No ven mis insignias y parametros?¿Mis diplomas? ¿Mis medallas?¿No verificaron mis documentos? ¡retejenme! Si caro hermano, respondió solemnemente el Venerable Maestro. Con todo, con haber ingresado a la Orden, tener diplomas, ostentar insignias y medallas, no basta para ser reconocido masón. Es preciso antes que nada tener constituido su “Templo Interior”; y verificamos que esto no ocurrió con vos hermano.
Observamos, que a pesar de haber alcanzado el mayor de los Grados, no habéis realizado progreso personal alguno. Su paso por el Arte Real fue efímero. No pude aguantar más y respondí: ¿Cómo efímero?. Ustedes, que todo lo saben, ¿no observaron mis actitudes fraternas?
Fui interrumpido: Hermanos... veamos entonces su defensa: De inmediato se enfocó una pantalla como de televisión y en la imagen me reconocí junto a un grupo de hermanos haciendo comentarios humillantes contra otros hermanos, haciendo chacota con la presencia de los aprendices, contando chistes en el atrío, conversando y desatento en el desarrollo de los trabajos, intolerante con los hermanos, haciendo gestos para llamar la atención de mi presencia en Logia... ¡Era verdad! Me dio vergüenza... traté de justificarme, pero no encontraba argumentos para mi defensa.
Recordé entonces mis acciones benéficas y me explayé sobre ellas.
Cambiando la imagen como se cambian en el canal de Televisión, me vi colocando la mano vacia en el Saco de Beneficiencia.
Era cierto y por costumbre lo hacía así, por pensar que el óbolo no sería bien usado... Pensaba que yo le daría mejor destino, pero, por desgracia, nunca lo hacia... Me vi en las visitas a los hermanos enfermos y comprendí que era más por obligación que por fraternidad.
Quedé en silencio y lagrimas de remordimiento me brotaron de los ojos. Instintivamente comenzé a retirame cabizbajo.
Me detuve al oír la voz autoritaria y al mismo tiempo fraterna del Venerable Maetro. Mi hermano, reconocemos sus debilidades a todo el mundo y en la Masonería, con todo, reconocemos también que el hermano fue iniciado en nuestros Augustos Misterios. Prometemos a sus iniciados protegrelos y lo haremos. El hermano tendrá la oportunidad de enmendar sus errores al final, todos los aquí presentes ya los cometimos alguna vez. Relájese ahora. Tómese el tiempo necesario y al volver sobre este tema llegue con nuevas experiencias, nosotros lo encaminaremos nuevamente hacia el camino correcto de la Orden Masónica. Su nuevo caminar será seguramente más promisorio y útil. Salí decepcionado más extrañamente aliviado. Aquellas palabras parecen haberme sacado un gran peso de encima. Con seguridad, allí yo desbastaría parte de mi Piedra Bruta. Estaba saliendo ritualisticamente, cuando pasé entre columnas... Desperté, sobresaltado y mojado de sudor. Mi corazón estaba agitado. Me levanté asustado, más bien con cierta alegria en el pecho. ¡Habia soñado!. Me dirigí al guardarropas. Mi terno negro y mis guantes blancos sin uso, estaban allí. Rápidamente retiré del paletó las medallas e insignias, junto a los diplomas, algunos sin mérito, los guardé en una caja de fondo donde nadie los pudiese ver.
Aún emocionado y con los ojos llenos de lagrimas, me dirigí a mi mesa de trabajo y con las manos tremulas y lleno de una alegria enaltecedora, retiré el Ritual de Aprendiz masón y comence a leerlo.
El ambiente era familiar, ya estuve aquí una vez. ¿pero cuando?. Caminaba sin rumbo.
Personas desconocidas pasaban a mí lado, pero no tenia el coraje para abordarlas.
Esperé, y me pregunté ¿qué grupo sería aquel reunido con ternos negros?. ¡Logico! Estaré yendo o viniendo de un entierro. ¡Está claro son hermanos! Me acerqué al grupo. Al verme llegar, interrumpieron su conversación. Discretamente me identifique de Aprendiz, obteniendo respuesta.
La alegría afloró de inmediato en mi. ¡Estaba entre hermanos! Me identifique con mi nombre y grado. Pregunté ansioso lo que estaba aconteciendo conmigo. Respondieron con mucho tino y fraternalmente: Habia muerto... me asusté grandemente... ¿y mi familia?¿mis amigos?... ¿cómo están? Están bien, están siendo atendidos por la Orden, no se preocupe... a su debido tiempo Ud. los verá, respondieron. Aún asustado, pregunte el motivo de sus vestimentas. Nos estamos encaminando a nuestro Templo, fue la respuesta. ¿Templo? ¿Ustedes tienen uno? Si claro... ¿Por qué no? Me sentí más tranquilo, al final soy un Gran Inspector General de la Orden y con certeza recibiré las honras debidas a mi grado 33. Pedi poder acompañarlos, y así se hizo. Al final de una pequeña caminata divisé el Templo. Confieso que quedé admirado por su gran belleza. Las columnas del pórtico, majestuosas. Nunca vi algo igual. Imaginen como debia ser su interior y como me sentiría tomando parte de los trabajos.
Caminamos en silencio, al llegar a la antesala me encontré con hermanos conversando animadamente, pero más bien en tono respetuoso. Uno de ellos, el que me acompañaba, llamó al que estaba delante de él. ¡Hermano Experto! acompañe al hermano recién llegado y con él espere en la antesala de los pasos perdidos. ¿No entendí bien?
Al final había mostrado mis credenciales y no era ese el tratamiento que se me debía dar. Esperé unos instantes, seguro de que me preparaban una recepción fraternal. Con seguridad estarián preperando alguna ceremonia especial para mi entrada; en realidad un grado 33 no podía esperar nada diferente. Verifiqué que los hermanos que habían quedado en el atrio, en silencio, iban formando cortejo para la entrada en el Templo ¿Por la distancia no puede escuchar lo que los hermanos decían? Un halo de luminosidad invadió a todos. Conmigo quedó el hermano Experto. De tanta emoción no conseguí hilvanar palabra alguna. El tiempo pasó... no sé cuanto tiempo. Finalmente la puerta del Templo se entreabrió y salió el hermano Maestro de Ceremonias,se encaminó hacia mí y me comunicó que sería recibido al instante. Ajusté el Mandil e infle mi pecho. Comprobé que mi collar y medallas estuvieran ordenadas y me encaminé con él. Me intranquilicé algo ¿ quien no lo haría en estas circunstancias? Respiré profundo y entré ritualísticamente al Templo. Extraño... esperaba encontrar lujo y esplendor, mucha riqueza. Comprobé, de inmediato, una simplicidad enorme. Una luz brillante, que no sé de donde venía, iluminaba todo el ambiente. Saludé al Venerable Maestro y a los vigilantes en la forma acostumbrada. Nadie se levantó a mi entrada. Ningún batir acompañó mi avance. Todos se mantenían silenciosos y en actitud respetuosa. Realmente no sabía que hacer... era todo inhabitual para mí. Esperaba ordenes... por fin ellas vinieron con la voz firme del Venerable Maestro: (¿.............................?) Reconociendo la necesidad del retejamiento en tales ciruntancias respondí: (..................................)
Sonreí para mis adentros mientras esperaba tranquilamente la siguiente pregunta y el momento propicio para demostrar mis conocimientos y desenvoltura.
En su lugar el Venerable Maestro dirigiendosé a los presentes, preguntó: ¿Los hermanos aquí presentes lo reconocen como Masón?. El silencio fue total. Me asusté ¿qué era esto?¿por qué tal pregunta? ¡Esto con certeza no era parte del Ritual! Dirigiéndose a mí el Venerable Maestro respondió: Mi caro hermano visitante. Los hermanos aquí presentes no lo reconocen como Masón. ¿Cómo no? Dije yo. ¿No ven mis insignias y parametros?¿Mis diplomas? ¿Mis medallas?¿No verificaron mis documentos? ¡retejenme! Si caro hermano, respondió solemnemente el Venerable Maestro. Con todo, con haber ingresado a la Orden, tener diplomas, ostentar insignias y medallas, no basta para ser reconocido masón. Es preciso antes que nada tener constituido su “Templo Interior”; y verificamos que esto no ocurrió con vos hermano.
Observamos, que a pesar de haber alcanzado el mayor de los Grados, no habéis realizado progreso personal alguno. Su paso por el Arte Real fue efímero. No pude aguantar más y respondí: ¿Cómo efímero?. Ustedes, que todo lo saben, ¿no observaron mis actitudes fraternas?
Fui interrumpido: Hermanos... veamos entonces su defensa: De inmediato se enfocó una pantalla como de televisión y en la imagen me reconocí junto a un grupo de hermanos haciendo comentarios humillantes contra otros hermanos, haciendo chacota con la presencia de los aprendices, contando chistes en el atrío, conversando y desatento en el desarrollo de los trabajos, intolerante con los hermanos, haciendo gestos para llamar la atención de mi presencia en Logia... ¡Era verdad! Me dio vergüenza... traté de justificarme, pero no encontraba argumentos para mi defensa.
Recordé entonces mis acciones benéficas y me explayé sobre ellas.
Cambiando la imagen como se cambian en el canal de Televisión, me vi colocando la mano vacia en el Saco de Beneficiencia.
Era cierto y por costumbre lo hacía así, por pensar que el óbolo no sería bien usado... Pensaba que yo le daría mejor destino, pero, por desgracia, nunca lo hacia... Me vi en las visitas a los hermanos enfermos y comprendí que era más por obligación que por fraternidad.
Quedé en silencio y lagrimas de remordimiento me brotaron de los ojos. Instintivamente comenzé a retirame cabizbajo.
Me detuve al oír la voz autoritaria y al mismo tiempo fraterna del Venerable Maetro. Mi hermano, reconocemos sus debilidades a todo el mundo y en la Masonería, con todo, reconocemos también que el hermano fue iniciado en nuestros Augustos Misterios. Prometemos a sus iniciados protegrelos y lo haremos. El hermano tendrá la oportunidad de enmendar sus errores al final, todos los aquí presentes ya los cometimos alguna vez. Relájese ahora. Tómese el tiempo necesario y al volver sobre este tema llegue con nuevas experiencias, nosotros lo encaminaremos nuevamente hacia el camino correcto de la Orden Masónica. Su nuevo caminar será seguramente más promisorio y útil. Salí decepcionado más extrañamente aliviado. Aquellas palabras parecen haberme sacado un gran peso de encima. Con seguridad, allí yo desbastaría parte de mi Piedra Bruta. Estaba saliendo ritualisticamente, cuando pasé entre columnas... Desperté, sobresaltado y mojado de sudor. Mi corazón estaba agitado. Me levanté asustado, más bien con cierta alegria en el pecho. ¡Habia soñado!. Me dirigí al guardarropas. Mi terno negro y mis guantes blancos sin uso, estaban allí. Rápidamente retiré del paletó las medallas e insignias, junto a los diplomas, algunos sin mérito, los guardé en una caja de fondo donde nadie los pudiese ver.
Aún emocionado y con los ojos llenos de lagrimas, me dirigí a mi mesa de trabajo y con las manos tremulas y lleno de una alegria enaltecedora, retiré el Ritual de Aprendiz masón y comence a leerlo.
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