domingo, enero 02, 2005

La historia de los tres anillos

¿Cuál de las tres religiones es la verdadera? ¿La judía, la cristiana o la musulmana? He aquí una historia que nace en la literatura italiana y desemboca en la filosofía alemana; una enseñanza sobre la religión revelada y el papel de la razón, una lección sobre la tolerancia.

Uno de los más preclaros representantes de las ideas de la Ilustración en Alemania fue indudablemente Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), autor de importantes obras de teatro, poeta y ensayista de gran prestigio. Al final de su vida, cuando tenía a su cargo la gran biblioteca de la residencia de los duques de Brunswick, entabla una apasionada polémica con el pastor luterano Goeze de Hamburgo a propósito de unos escritos del filósofo Reimarus, que Lessing había publicado anónimamente y cuyo tema giraba en torno a las excelencias de la religión natural (defendida por Reimarus y Lessing) frente a la religión revelada.
Con el fin de poder expresar sus ideas de una manera menos expuesta a las críticas de los defensores de la religión "oficial", Lessing concibe la idea de escribir una especie de pieza teatral que le permita exponer sus argumentos en contra de la intolerancia religiosa. Se forja así la última de las grandes obras de Lessing, el poema dramático en cinco actos Natán el Sabio (Nathan der Weise).

El nombre del personaje central lo toma Lessing del Antiguo Testamento, donde aparece el profeta Natán, de quien se dice que fue maestro de Salomón; pero su figura está inspirada, indudablemente, en la personalidad de su viejo amigo berlinés, el filósofo Moses Mendelssohn (el abuelo del compositor Félix Mendelssohn-Bartholdy), uno de los más destacados intelectuales del Berlín de aquella época. En realidad, el argumento de Natán el Sabio se basa en un cuento de Boccaccio (1313-1375) que figura como tercer relato de la primera jornada del Decamerón.

Se cuenta allí una historia en la que los personajes son el rico mercader judío Melquisedec y Saladino (1137-1193), el famoso sultán de Egipto y Siria, vencedor de las fuerzas cristianas en la Tercera Cruzada y conquistador de Jerusalén en el año 1187.

El sultán presiona al judío para que éste le preste los fondos económicos que necesita para sus campañas y, para ello, intenta ponerlo en aprietos al pedirle que le diga, ante todo, cuál de las tres religiones -la judía, la cristiana o la musulmana- que convivían en aparente armonía en su reino, era la única verdadera. Para escapar de esta celada, Melquisedec cuenta la historia de los tres anillos.

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

Hubo antaño, dice Melquisedec, un hombre sumamente rico. Al sentir que se aproximaba ya el momento de su muerte, y con el fin de asegurar la debida y exitosa sucesión en la familia, hizo venir al más apto de sus hijos y lo nombra su legítimo sucesor y heredero. Para sellar este acto, le entrega un anillo de incalculable valor, que era su más apreciada posesión. La entrega de este anillo significaba que quien lo recibía era el verdadero sucesor, y por lo tanto heredero de la fortuna de la familia. Esta tradición continuó practicándose durante muchísimos años y el recuerdo de su remoto origen fue perdiéndose en el tiempo.

Pero, un buen día, un lejano descendiente del primer dueño del anillo se enfrentó al dilema de decidir a cuál de sus tres hijos, todos ellos de igual merecimiento, debía entregar el anillo. No pudiendo decidirse por ninguno de ellos, no encontró mejor solución que mandar hacer dos copias del anillo original. El trabajo fue hecho con tal perfección que no se podía distinguir el original de las copias. Y así, entregó a cada uno de sus hijos uno de estos tres anillos, de manera que los tres se convirtieron en sus auténticos sucesores, pues ya no era posible saber cuál de los tres anillos era el original. Lo mismo ocurre, termina diciendo Melquisedec, con las tres religiones: las tres son verdaderas.

Esta historia de los tres anillos es el punto central del argumento de la obra de Lessing, donde figura en la escena séptima del Tercer Acto.

LA VERSIÓN DE LESSING

Lessing convierte el pequeño cuento de Boccaccio en una pieza dramática, de estructura más compleja. Los personajes son ahora los siguientes: el sultán Saladino; su hermana Sittah; Nathan, un rico mercader judío; Recha, hija de Nathan; Daja, cristiana al servicio de Recha; Curd von Stauffen, caballero templario; Al-Hafi, derviche al servicio de Saladino; el Patriarca de Jerusalén; el Emir Mansor; un hermano templario; esclavos y mamelucos al servicio del sultán.

La escena se sitúa en Jerusalén. La trama dramática se teje en torno a los siguientes hechos. El caballero templario, derrotado y tomado prisionero por Saladino, pero perdonado por éste, ha salvado de un incendio a Recha, y ambos jóvenes se enamoran. Estos amores son bien vistos por Saladino y su hermana Sittah; pero Nathan, que tiene gran respeto por el sultán y está muy agradecido al caballero templario, al enterarse de lo que ocurre, prohíbe terminantemente que su hija cultive este tipo de amistad con su salvador.

El caballero templario le comenta el caso al Patriarca de Jerusalén, e inducido por las palabras de éste piensa que esta prohibición se debe al odio religioso entre judíos y cristianos y se imagina que esta enemistad es estimulada por los musulmanes. Pero Nathan, explica, al final, cuál es la verdadera situación. Recha, aunque educada como judía, es, en realidad, cristiana, y, además, es la hermana del caballero templario; éste, a su vez, no se llama realmente Curd von Stauffen sino Leu von Filnek, pues el apellido Stauffen era el de su madre, una dama alemana, mientras que su padre, que no era hombre de occidente, se hacía llamar Wolf von Filnek.

Finalmente, este último personaje, que no aparece en la obra y que resulta ser el padre tanto de Recha como del caballero templario, es nada menos que Assad, el desaparecido y amado hermano de Saladino y Sittah y gran amigo de Nathan. Termina así la obra, reconociéndose que los lazos de sangre y parentesco son más fuertes y duraderos que todo y sellan una verdadera alianza entre las tres religiones.

LA TOLERANCIA

Este final satisfactorio, y sobre todo la historia de los tres anillos iguales que representan a las tres religiones, judaísmo, cristianismo e islamismo, ha convertido a esta obra de Lessing en un verdadero símbolo de la idea de tolerancia en materia religiosa.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que Lessing modifica la idea de igualdad contenida en el cuento de Boccaccio, en el cual no es posible distinguir el anillo verdadero de las copias. Lessing, en cambio, sugiere en un pasaje de la obra que los tres anillos son sólo copias de un original perdido1.

El verdadero valor de los anillos, dice un poco después, reside en el poder que tienen de hacer que su poseedor, convencido en cada caso de que tiene el anillo auténtico, actúe siempre de la manera más correcta, con total benevolencia, con verdadero espíritu de conciliación, con profunda intención de hacer el bien y con la más íntima entrega a la voluntad de Dios (Versos 2045-47).

Por otra parte, como no es posible demostrar cuál de los tres anillos es el original y, por lo tanto, el verdadero, nada se puede decir acerca de su autenticidad, pues los tres, en realidad, parecen ser sólo copias. Al final de este episodio, se dice que lo único que puede recomendar el supuesto juez, al que, según Nathan, acuden los tres hijos del último poseedor del anillo original para que dirima la cuestión, es dejar que cada anillo cumpla su misión de convertir en hombres buenos a quienes crean en su autenticidad; los invito, termina diciendo el juez, a volver dentro de miles y miles de años y a someter el problema ante un juez más sabio.

Así, Lessing traslada el problema de la aceptación de la propia religión y el reconocimiento de la validez de otras creencias desde el ámbito de la fe al terreno del testimonio de la razón. Al hacer esto, permanece fiel a su idea, inspirada tal vez en los escritos del monje cisterciense Gioachino da Fiore (1135-1202) y expresada por Lessing en su último trabajo, el célebre ensayo sobre La educación del género humano, de que es preciso esperar que se produzca una tercera y definitiva revelación religiosa, la del Espíritu Santo, que venga a perfeccionar las dos anteriores, expresadas en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, respectivamente.

Pero, fiel también a sus ideas acerca de la superioridad de la razón sobre la fe, propias de la Ilustración, piensa que ese perfeccionamiento se cumplirá bajo el imperio de la razón y no en función de la fe. Lessing, en definitiva, propone que la verdad de la religión no proviene necesariamente de la revelación sino que se basa en la excelencia de la razón natural del hombre. Esta posición de Lessing es la que, en realidad, desata la crítica del pastor Goeze, para quien esto significa algo imposible de aceptar teológicamente, puesto que niega la validez de la revelación divina, privilegia la razón sobre la fe y conduce a una religión puramente natural.

Como filósofo de la religión y dentro del espíritu racionalista de la Ilustración, Lessing sostiene que las religiones reveladas, es decir, judaísmo, cristianismo e islamismo, marcan nada más que "el camino por el cual sólo y únicamente la razón humana2 ha podido desarrollarse y seguirá desarrollándose en todo lugar", tal como lo expresa en las palabras preliminares a La educación del género humano.

Ya en ese mismo trabajo opinaba Lessing, de acuerdo con esta interpretación, que el perfeccionamiento de la actitud religiosa habrá de producirse cuando, gracias al triunfo de la razón, el hombre "haga lo que es bueno porque es lo bueno, y no porque se hayan fijado recompensas arbitrarias para ello".

1 ".Der echte Ring / Vermutlich ging verlorem". (versos 2225-26).
2 der menschliche Verstand.

José León Herrera

www.elcomercioperu.com.pe/EdicionImpresa/Html/2004-12-27/impDominical0238300.html

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