domingo, febrero 04, 2007

EL SUPREMO ARCANUM DE LOS ANTIGUOS MISTERIOS



Los complicados rituales de los antiguos Misterios y los ceremoniales más simples de las instituciones religiosas modernas tuvieron un propósito común: fueron ideados para preservar, por medio de dramas simbólicos y procesionales, ciertos procedimientos secretos y sagrados, gracias a la comprensión de los cuales el hombre puede efectuar más inteligentemente su salvación. Lo siguiente será en interpretar algunas de estas alegorías de acuerdo con la doctrina de los antiguos sabios y videntes.

Cada hombre tiene su propio mundo. Mora en el centro de su pequeño universo como señor y regente de las partes que lo constituyen. Algunas veces se comporta como un rey sabio, dedicando su vida a las necesidades de sus súbditos, pero más frecuentemente es un tirano que impone muchas formas de injusticia sobre sus vasallos, ya por ignorancia de sus necesidades o por incomprensión del desastre final que está trayendo sobre sí mismo. El cuerpo del hombre es un templo viviente, y él es el supremo sacerdote, colocado allí para mantener la Casa del Señor en orden. Los templos antiguos fueron diseñados, calcándolos del cuerpo humano, como se comprobará estudiando los planos del santuario de Karnak o los de la iglesia de San Pedro en Roma. Y si los lugares de iniciación eran copias del cuerpo humano, los rituales que se realizaban en las distintas cámaras y corredores simbolizaban ciertos procesos que tienen lugar también, en el cuerpo humano.

La Francmasonería es un excelente ejemplo de una doctrina que sugiere, mediante ceremonias y dramas, que la regeneración del alma humana es en gran parte un problema fisiológico y biológico. Por esta razón la Orden está dividida en dos partes: la Masonería especulativa y la operativa.

En el Templo de la Logia, la Masonería es especulativa, porque la Logia es solamente un símbolo del organismo humano.

La Masonería operativa consiste en una serie de actividades místicas que tienen lugar dentro del organismo físico y espiritual de aquéllos que han asumido sus obligaciones.

La posesión de las claves ocultas para la salvación humana por medio del conocimiento de sí mismo fue el objetivo por el cual trabajaron los sabios de todas las edades. La esperanza de poseer estas fórmulas secretas fue la que fortaleció a los candidatos que valientemente luchaban contra todos los peligros y obstáculos de las antiguas iniciaciones, los que a veces perdían la vida en la búsqueda de la verdad. Las iniciaciones de los Misterios paganos no eran juegos de niños. Los sacerdotes druidas consumaban su ritual iniciatorio enviando a los aspirantes a alta mar en un pequeño bote que apenas sí podía navegar. Algunos de ellos nunca regresaban de esa aventura, porque al levantarse una repentina ráfaga, el bote zozobraba inmediatamente.

En la América Central, en la época en que los Misterios de los indios mexicanos estaban en su esplendor, los aspirantes que buscaban el conocimiento eran enviados a tenebrosas cavernas armados con una espada, y se les prevenía que si descuidaban su vigilancia, aunque sólo fuera por un instante, sufrirían una muerte horrenda. Durante horas los neófitos vagaban, rodeados por extrañas bestias que parecían más terribles aún de lo que eran debido a la obscuridad de las cavernas. Por último, fatigados y al borde del desaliento, se encontraban ante el umbral de una habitación magníficamente iluminada, cavada en la roca viva. A medida que ellos se detenían, sin saber qué camino tomar, se sentía un batir de alas, un aullido demoníaco y una gran figura con alas de murciélago y cuerpo de hombre pasaba velozmente sobre las cabezas de los aspirantes, blandiendo una gran espada con un tajante filo. Esta criatura era llamada el Dios-Vampiro. Su deber era tratar de decapitar a los que pretendían ser admitidos en los Misterios. Si los neófitos estaban desprevenidos o se encontraban demasiado exhaustos para defenderse, morían en el sitio, pero si todavía tenían suficiente presencia de ánimo para escapar a este inesperado peligro o para saltar a un lado a tiempo, el Dios-Vampiro desaparecía y la habitación se llenaba de sacerdotes que daban la bienvenida a los nuevos iniciados y los instruían en la sabiduría secreta. La identidad del Dios-Vampiro ha sido objeto de muchas controversias, porque si bien aparece muy a menudo en el arte mexicano y en los Códices iluminados, nadie sabe quién o qué era realmente. Podía volar sobre las cabezas de los neófitos y era del tamaño de un hombre, pero vivía en las profundidades de la tierra y jamás se lo veía salvo durante los Misterios, aunque ocupaba una posición importante en el Panteón de los indios aztecas.

Los Misterios de Mitra eran también verdaderas pruebas de valor y de perseverancia. En estos ritos los sacerdotes, disfrazados de bestias feroces y animales fantásticos, atacaban a los aspirantes que pasaban por las tenebrosas cavernas en que se efectuaban las iniciaciones. El derramamiento de sangre no era raro, y muchos perdieron la vida luchando por el Gran Arcano. Cuando el emperador Cómodo de Roma fue iniciado en los cultos de Mitra, como era notablemente hábil en el manejo de la espada, se defendió tan valientemente que mató por lo menos a uno de los sacerdotes e hirió a otros varios. En los Misterios Sabazianos se colocaba una serpiente ponzoñosa sobre el pecho del candidato, quien fracasaba en su iniciación si mostraba el menor signo de temor. Estos incidentes de los antiguos rituales pueden darnos una vislumbre de las pruebas por las que eran forzados a pasar los buscadores de la verdad para merecer penetrar en el santuario de la sabiduría. Pero cuando consideramos el conocimiento que recibían si lograban el éxito, comprendemos que se justificaban los riesgos, porque de entre las columnas de las puertas de los Misterios salieron un Platón y un Aristóteles, y otros cien, atestiguando positivamente el hecho de que en sus días el Verbo no estaba perdido.

Las torturas de la iniciación y las severas pruebas mentales y físicas servían para eliminar a todos aquéllos que no tenían la aptitud necesaria para que se les pudieran confiar los poderes secretos que poseían los sacerdotes y que eran transmitidos a los nuevos iniciados en el momento de ser “elevados”. Aquéllos que se resistieron a ser colgados de altas cruces durante nueve horas hasta quedar inconscientes, como Apolonio de Tiana, iniciado en la Gran Pirámide, jamás revelarían las enseñanzas secretas a causa del temor a torturas corporales, y los que observaron la disciplina de Pitágoras, que ordenaba permanecer en silencio, sin hablar con nadie, durante cinco años, como primer requisito para entrar en su escuela, no es probable que revelaran a causa de irreflexiva indiscreción alguna parte del Misterio vedado a los no iniciados. Debido al extremo cuidado que se ponía en elegir y probar a los aspirantes y a la notable habilidad que tenían los sacerdotes para conocer la naturaleza humana, nunca hubo ninguno de ellos que traicionara los más importantes secretos del templo. Por esa razón el Verbo quedó perdido para todos, salvo para los que siempre cumplieron los requisitos de los antiguos Misterios, puesto que la ley estableció que a aquéllos que vivieran la vida la doctrina les sería revelada.

Es ilícito interiorizar a los no iniciados de las claves que cierran los eslabones de la cadena de los Misterios. Es permisible, sin embargo, sin traicionar la confianza, explicar algunos de los secretos menores, la consideración de los cuales no sólo vindicará la integridad de los antiguos hierofantes, sino que también revelará parte del Divino Misterio de la naturaleza humana.

Nunca se podrá recalcar suficientemente que, a pesar de lo pretendido en contrario, el Arcanum operativo del templo jamás ha sido revelado públicamente. Unos pocos candidatos que siguieron sólo por un corto trecho el sendero, y que se desalentaron o fueron eliminados por su falta de honestidad consigo mismos, han tratado de revelar lo que sabían, pero la debilidad que los impulso a traicionar ya había sido advertida por sus instructores. Por lo tanto, jamás les fue dado nada que pudiera suministrarles un eslabón para relacionar las enseñanzas externas con la sabiduría del santuario. El mundo interno del hombre, no el mundo externo, fue el objetivo de los Misterios de la antigüedad. De ahí que solemos considerar ignorantes a los antiguos sacerdotes al compararlos con nosotros mismos; pero si bien el mundo moderno está dominando al universo visible y levantando una civilización colosal, ignora en el más absoluto sentido de la palabra lo que es ese misterioso poder o soplo de energía que mora en el centro de toda cosa viviente, sin el cual no pudo jamás efectuarse ninguna investigación ni levantarse ciudad alguna. El hombre nunca es verdaderamente sabio hasta que empieza a sondear el enigma de su propia existencia, y los templos de iniciación son los únicos depositarios de ese conocimiento, un conocimiento que le permitirá deshacer el nudo gordiano de su propia naturaleza. Sin embargo, las grandes verdades espirituales no se hallan tan profundamente ocultas como pudiera suponerse. La mayor parte de ellas se exponen a la vista, en todo tiempo, pero no se las reconoce porque están envueltas en símbolos y alegorías.

Cuando la raza humana aprenda a descifrar el lenguaje del simbolismo y de la alegoría, un gran velo caerá de los ojos de los hombres. Entonces conocerán la verdad, y, lo que es más aun, se darán cuenta de que desde el principio la verdad ha estado en el mundo sin ser reconocida, salvo por unos pocos, pero gradualmente en creciente numero, designados por los Señores de la Aurora como ministros de las necesidades de las criaturas humanas, que están luchando por recuperar su conciencia de la Divinidad.

El Supremo Arcano de los antiguos era la clave de la naturaleza y poder del fuego. Desde el día en que las jerarquías descendieron por primera vez en la isla sagrada del casquete polar, se decretó que el fuego sería el símbolo supremo de esa misteriosa y abstracta divinidad que mora en Dios, el hombre y la Naturaleza. El Sol era considerado un gran fuego en medio del universo. En la ardiente esfera del Sol moraban misteriosos espíritus que dominaban el fuego, y, en honor a esta gran luz, ardían fuegos en los altares de innumerables naciones. El fuego de Zeus ardía en la Colina Palatina, el fuego de Vesta en el altar doméstico y el fuego de la aspiración en el altar del alma.

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