sábado, febrero 03, 2007

EL PRIMER TEMPLO



Por MANUEL AYLLÓN CAMPILLO

¿Qué sucedería en el caso de que Dios deseara disponer de su casa en la Tierra, para aviso y recuerdo de los hombres que no vean en la naturaleza la mejor de sus moradas? ¿No sería razonable que Él "dictara", como el Primer "Cliente", a algunos hombres la naturaleza y modo de resolver su "encargo"? A partir de ahí todo es posible. Y entonces pudo comenzar el oficio de arquitecto. Un asunto sobre el que los arquitectos durante toda la historia de esta profesión hemos teorizado, escrito, dibujado y polemizado ha sido sobre el de las características esenciales del Templo primordial, del arquetipo de Templo.

No hay que olvidar es que el Templo de Jerusalén no fue, propiamente, un lugar de culto y, por lo tanto, de concentración de los fieles, que lo hacen en el atrio y fuera de lo que específicamente es Templo, sino la morada del Arca de la Alianza, cofre guardián de las Tablas de la Ley, y símbolo de la alianza entre JHWH y su pueblo elegido, el hebreo. Por ello el Templo de Salomón es, propiamente, el conjunto de tres piezas: el Ulam, el Hekal y el Debir, lo que traducido vulgarmente se llama el Atrio, el Santo y el Santo de los Santos. Esta composición jerarquizada y tripartita la encontraremos, de alguna manera, en la forma griega del pronaos, naos y adyton. Comprenderemos con esto que la tipología de templos producida por el Cristianismo no encuentra en el de Salomón su referencia modélica, ya que lo hace en la planta basilical romana, como romano es también el ordenamiento jurídico cristiano. El Templo de Salomón no será pues un modelo sino un arquetipo, es decir un tipo soberano y eterno que sirve de ejemplar al entendimiento y la voluntad de los hombres. Visto esto, conviene transitar hacia la naturaleza esencial de tan singular edificio cual es el carácter de su usuario: Dios. Es un espacio para que en él se albergue el signo de Su pacto con los hombres y se edifica a Su Gloria para mostrar Su Magnificencia Solitaria. Por ello el edificio ha de buscar y pretender la perfección, pues es Perfecto quien lo inspira.

Y en ello radica su importancia, pues no sólo es un arquetipo, sino que fue perfecto como Perfecto es Dios. La búsqueda de su forma es por tanto la búsqueda de la perfección. No es de sorprender, por tanto, que el proyecto del Templo sea el proyecto por antonomasia, pues obtener la precisión de sus trazas en buena medida es perseguir la perfección y la armonía. En ese sentido, la elaboración de esos dibujos corresponde al recorrido de un camino interior, pues debe ser espiritual la gimnasia que lleva al arquitecto a esas tareas. Los instrumentos de que se ha de servir son las potencias de su espíritu, sus virtudes y es el estudio y la reflexión la vía para iniciar ese camino. Es lógico que en esta vía, perseguir esta tarea se haga desde el estudio, la interpretación, el lenguaje y, por fin, la intuición, es decir la interiorización en la búsqueda de la respuesta. Pues, al igual que Dios actuó a través de las revelaciones proféticas de Natan o de Ezequiel, es razonable entender que sólo desde la iluminación es posible acercarse al final de estos trabajos, y la iluminación es lo que se descubre al desvelar la última cortina que queda cuando, desde el estudio y el trabajo reflexivo, se cree uno encontrar al término del camino al que el hombre accede por sus exclusivos medios y que según va transitando comporta la práctica su desnudez esencial.

Y si bien es cierto que estas tareas devienen de una practica moral y sensitiva cierto es que se accede a ellas desde la discusión de un problema intelectual y lógico cual es determinar la plástica visualización de lo que esta descrito, de manera aparentemente clara, en los textos bíblicos. Muchos arquitectos que se acercaron así al problema estilístico y compositivo del proyecto del Templo iniciaron, con ello, una aventura espiritual que no tiene final, sino es por la precitada vía de la iluminación. Y en ese supuesto, dificilísimo, dibujar los planos pretendidos se convierte en lo menos importante, casi en innecesario.

En el fondo se aprecia que la atracción que esta materia tiene entre muchos y en especial entre algunos arquitectos -desgraciadamente cada vez menos entre estos últimos- se residencia en dos motivos básicos.

De una parte, haber servido como referencia mítica sobre los orígenes de una profesión y, por tanto, sus elementos narrativos y formales, aunque sea de manera parcial y fraccionaria, han servido para construir un mundo de referencias analógicas y simbólicas en que enmarcar el contenido doctrinal y esencial de esa actividad profesional en la historia. De alguna manera puede ser que el asunto que se relata no sucediera como se dice que fue, pero nos encontramos con un relato mitológico y como tal hay que entenderlo y, para ello, nada mejor que la definición que de la mitología da en el siglo VI Esteban de Bizancio al decir de ella que es lo que nada fue y siempre será.

De otra, relatar el empeño del hombre en perseguir el ideal de la perfección por vía de la construcción. Aunque en el relato, de forma figurada, la perfección pretendida sea la que se alcanza con la construcción del Templo como objeto y problema edificatorio. Por tanto, y en el trasunto del relato, muchos han entendido que tal perfección en la construcción no tiene como objeto una "res aedificatoria" de carácter mensurable y limitado, y han encontrado el objeto de sus esfuerzos en la construcción de esa sociedad justa, en esta tierra, de la que el Templo es una referencia simbólica.

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