viernes, julio 29, 2005

LA PALABRA PERDIDA

Es sabido que en casi todas las tradiciones se alude a algo perdido o desaparecido que, sean cuales sean las formas con las que se lo simboliza, tiene en el fondo siempre el mismo significado; podríamos incluso decir que los mismos significados, ya que, como en todo simbolismo, hay varios, aunque por otra parte estrechamente emparentados entre sí. En realidad, se trata en todos los casos de una alusión al oscurecimiento espiritual que, en virtud de las leyes cíclicas, sobrevino en el transcurso de la historia de la humanidad: es ante todo la pérdida del estado primordial, y también, por una consecuencia inmediata, la pérdida de la tradición correspondiente, pues dicha tradición no era sino el propio conocimiento, implícito esencialmente a la posesión de ese estado. Estas observaciones aparecieron ya en una de las obras de Rene Guenon, al referirse en particular al simbolismo del Grial, en el cual se muestran con toda claridad los dos aspectos que acabamos de mencionar, y que se refieren respectivamente al estado primordial y a la tradición primordial. A estos dos, se podría agregar un tercero relativo a la sede primordial, pero es evidente que la residencia en el "Paraíso terrenal", es decir, propiamente en el "Centro del Mundo", no difiere en nada de la posesión del estado primordial.

Por otra parte, es preciso indicar que el oscurecimiento no se produjo súbitamente y de una vez por todas, sino que, tras la pérdida del estado primordial, se manifestó en etapas sucesivas correspondientes a otras tantas fases o épocas en el desarrollo del ciclo humano; y la "pérdida" de la que hablamos puede también representar cada una de estas etapas, dado que un similar simbolismo siempre puede aplicarse en grados diferentes. Esto puede ser expresado del siguiente modo: lo que en un principio se había perdido fue sustituido por algo que, en la medida de lo posible, debía tomar su lugar, lo cual a su vez se perdió, creando la necesidad de nuevas sustituciones. Esto se puede constatar en la constitución de los centros espirituales secundarios en el momento en que el centro supremo fue ocultado a la humanidad, al menos en su conjunto y en tanto que se trata de los hombres comunes o "medios", ya que existen siempre y necesariamente casos excepcionales sin los cuales, interrumpida toda comunicación con el centro, la espiritualidad misma en todos sus grados habría desaparecido por completo. Puede también afirmarse que las formas tradicionales particulares, que corresponden precisamente a los centros secundarios de los que hablamos, son sustitutivos más o menos velados de la tradición primordial perdida o más bien oculta, sustituciones adaptadas a las condiciones de las diversas épocas que se sucedieron; y, ya se trate de centros o de tradiciones, la cosa sustitutiva es como un reflejo directo o indirecto, cercano o lejano según los casos, de la que fue perdida. En razón de la filiación ininterrumpida a través de la cual todas las tradiciones regulares se vinculan en definitiva con la tradición primordial, podría aún observarse que aquellas son con respecto a ésta como otros tantos brotes de un único árbol, el mismo que es símbolo del "Eje del Mundo" y que se alza en el centro del "Paraíso Terrenal", como se repite en aquellas leyendas del Medievo en las que se habla de los distintos retoños del "Árbol de la Vida".

Un ejemplo de sustitución a su vez sucesivamente perdida puede identificarse claramente en la tradición mazdea; sobre esto debemos señalar que lo que está perdido no está representado solamente por la copa sagrada, es decir, por el Grial o por alguno de sus equivalentes, sino también por su contenido, lo que es fácilmente comprensible puesto que ese contenido, cualquiera que sea el nombre que se le asigne, no es en el fondo sino la "bebida de la inmortalidad", cuya posesión constituye esencialmente uno de los privilegios del estado primordial. Por eso se dice que el soma védico, a partir de cierta época, vino a desconocerse, lo que obligó a su remplazo por otra bebida que era tan sólo una imagen del mismo. Incluso parece que, aunque no esté formalmente indicado, tal sustitutivo se hubiera perdido a su vez posteriormente. Entre los persas, en cambio, para quienes el haoma es el equivalente del soma hindú, la segunda pérdida es mencionada expresamente: se dice que el haoma blanco podía únicamente recogerse sobre el Alborj, es decir, sobre la montaña polar, que representa la sede primordial; después fue reemplazado por el haoma amarillo, del mismo modo que, en la región donde se asentaron los antepasados de los persas, hubo otro Alborj, que era sólo una imagen del primero. Mas tarde, este haoma amarillo se perdió a su vez, y no quedó de él más que el recuerdo. Recordemos al respecto que, en otras tradiciones, el vino es también un sustitutivo de la "bebida de la inmortalidad", y es por tal motivo que, como ya explicamos en otra obra, es considerado generalmente como un símbolo de la doctrina escondida o reservada, es decir, del conocimiento esotérico e iniciático.

Consideremos ahora otra forma del mismo simbolismo, que puede por otra parte referirse a hechos realmente ocurridos en la historia. Es empero importante comprender que, como para todo hecho histórico, sólo su valor simbólico justifica nuestro interés. De manera general, toda tradición tiene normalmente como medio de expresión una determinada lengua, que por tal motivo adquiere el carácter de lengua sagrada; si esta tradición desaparece, es natural que al mismo tiempo se pierda la lengua correspondiente; incluso si aún subsistiera exteriormente algo de la misma, se trataría solamente de una especie de "cuerpo muerto", puesto que desde entonces se ignora su sentido profundo, que ya no puede ser conocido verdaderamente. Así debió ocurrir con la lengua primitiva con la que se expresaba la tradición primordial, y, por ello, en efecto, se encuentran, en numerosas leyendas y narraciones tradicionales, muchas alusiones a esta lengua primitiva y a su pérdida. Agreguemos que, aun cuando una u otra lengua sagrada particular conocida actualmente parezca querer identificarse con la propia lengua primitiva, debemos entender por ello que, efectivamente, se trata en realidad de un sustitutivo que, para los adherentes de la forma tradicional correspondiente, toma consecuentemente su lugar.

Según otras narraciones, parecería sin embargo que la lengua primitiva se habría conservado hasta una época que, aunque pueda parecer muy remota, es de todas maneras muy posterior a los tiempos primordiales: tal es el caso del relato bíblico de la "confusión de las lenguas", el cual, aunque no pueda asignársele un determinado período histórico, corresponde al comienzo del Kali-yuga. Ahora bien, es seguro que ya existían formas tradicionales particulares en una época muy anterior, y cada una de ellas debió tener su propia lengua sagrada; esta persistencia de la lengua única de los orígenes no debe ser entonces entendida literalmente, sino más bien en el sentido de que, hasta entonces, no había desaparecido todavía la conciencia de la unidad esencial de todas las formas tradicionales.

En ciertos casos, en lugar de la pérdida de una lengua se habla solamente de la pérdida de una palabra, por ejemplo, de un nombre divino, que caracteriza a una determinada tradición y que de alguna manera la representa sintéticamente. La sustitución por un nuevo nombre señalaría entonces el paso de una tradición a otra. Otras veces, en cambio, se pretende aludir a "pérdidas" parciales producidas en ciertos momentos críticos durante la vida de una misma forma tradicional: cuando tales "pérdidas" fueron compensadas con la sustitución por algo equivalente, ello significa que las circunstancias había exigido una readaptación de la tradición considerada. En el caso contrario, las pérdidas indican un empobrecimiento más o menos grave de la tradición que no pudo remediarse con posterioridad. Por citar un ejemplo conocido, citaremos el caso de la tradición hebrea, en la que se dan, precisamente, los dos casos indicados: tras la cautividad de Babilonia, la antigua escritura perdida debió ser sustituida por una nueva, y, si se toma en cuenta el valor jeroglífico inherente a los caracteres de una lengua sagrada, este cambio debió necesariamente implicar modificaciones en la propia forma tradicional, es decir, una readaptación. Por otra parte, durante la destrucción del Templo de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío, se perdió la pronunciación verdadera del nombre tetragramático. Si bien fue sustituido por otro nombre, el de Adonaï, éste nunca fue considerado como el equivalente real de aquel que ya no se sabía pronunciar. En efecto, la transmisión regular de la pronunciación del principal nombre divino8, ha-Shem o el Nombre por excelencia, estaba vinculada esencialmente a la continuidad del sacerdocio, cuyas funciones sólo podían ser ejercidas en el Templo de Jerusalén. Desaparecido el Templo, la tradición hebrea quedó inevitablemente incompleta, como por otra parte queda suficientemente probado por la interrupción de los sacrificios, es decir, de aquello que constituía la parte más "central" de la ritos de esta tradición, así como el "Tetragrama" ocupaba una posición verdaderamente "central" con respecto a los demás nombres divinos. En efecto, lo que se había perdido era verdaderamente el centro espiritual de la tradición. Por lo demás, considerando un ejemplo como éste, es particularmente evidente que el hecho histórico en sí, que en absoluto es dudoso como tal, no podría ser separado de su significado simbólico, donde reside en el fondo toda su razón de ser y sin el cual sería completamente ininteligible.

Hemos visto que la noción de lo perdido, en uno u otro de sus diferentes símbolos, existe incluso en el exoterismo de las diversas formas tradicionales; y podría incluso decirse que lo perdido se refiere más precisamente y sobre todo al aspecto exotérico, ya que es evidente que es allí donde la pérdida se ha producido y es verdaderamente efectiva, y donde puede ser considerada en cierto modo como definitiva e irremediable, puesto que lo es en efecto para la mayoría de la humanidad terrestre mientras dure el actual ciclo. Hay algo que, por el contrario, pertenece propiamente al orden esotérico e iniciático: se trata de la búsqueda de lo que se ha perdido o, como se decía en el Medievo, la "demanda" (queste); y ello se comprende fácilmente, puesto que la iniciación, en sus primeros estadios, los que corresponden a los pequeños "misterios", tiene efectivamente como finalidad esencial la restauración del estado primordial. Es por otra parte necesario señalar que, al igual que la pérdida se produjo en realidad gradualmente y por etapas sucesivas, así también la búsqueda deberá desarrollarse gradualmente, recorriendo en sentido inverso las mismas etapas, es decir, remontando en cierta forma el curso del ciclo histórico de la humanidad, de un estado a otro anterior, hasta llegar al estado primordial. A estas etapas podrán naturalmente corresponder otros tantos grados de iniciación a los "pequeños misterios".

Añadiremos inmediatamente que, por ello mismo, las sucesivas sustituciones de las que hemos hablado pueden igualmente interpretarse en sentido inverso; se explica así que, en ciertos casos, lo que se entiende como "palabra encontrada" no sea en realidad sino una "palabra sustituta", representando ambas solamente etapas intermedias.

Es por otra parte evidente que todo aquello que puede comunicarse exteriormente no podría ser con toda seguridad la "palabra perdida", sino nada más que un símbolo de la misma, siempre más o menos inadecuado, como lo es toda expresión de las verdades trascendentes; y este simbolismo es frecuentemente muy complejo, debido a la multiplicidad de significados que incluye, así como a los diferentes grados que conlleva en su aplicación.

En las iniciaciones occidentales hay por lo menos dos ejemplos muy conocidos de la búsqueda de la cuestión (lo que no quiere decir que hayan sido siempre efectivamente comprendidos por quienes hablaron de ellos): la "demanda del Grial" en las iniciaciones caballerescas de la Edad Media y la "búsqueda de la palabra perdida" en la iniciación masónica, y ambas pueden ser consideradas como casos típicos de las dos formas de simbolismo que hemos indicado. En lo que respecta a la primera, A. E. Waite ha observado con razón que se encuentran numerosas alusiones más o menos explícitas a fórmulas y a objetos sustituidos; ¿acaso no puede decirse que la misma "Mesa Redonda" no es en definitiva sino un "sustituto", puesto que, aunque su destino sea recibir el Grial, éste nunca llega a manifestarse efectivamente? Sin embargo, esto no significa, como demasiado fácilmente quisieran creer algunos, que la "demanda" nunca pueda llegar a satisfacerse, sino tan sólo que, incluso cuando lo sea para algunos en particular, no puede serlo para el conjunto de una colectividad, aún cuando ésta posea indudablemente carácter iniciático. La "Mesa Redonda" y su caballería, como ya señalamos en otra ocasión, presentan todas las señales que indican que efectivamente se trata de la constitución de un centro espiritual auténtico; pero, repitámoslo de nuevo, no siendo todo centro espiritual secundario sino una imagen o un reflejo del centro supremo, sólo puede cumplir realmente la función de "sustituto" con respecto a éste, del mismo modo que cada centro tradicional particular no es propiamente sino un "sustituto" de la tradición primordial.

Si pasamos a considerar la "palabra perdida" y su búsqueda en la Masonería, debemos constatar que, al menos en el estado actual de las cosas, el tema está rodeado de la mayor obscuridad; no tenemos la pretensión de disiparla por completo, pero las pocas observaciones que formularemos quizá sean suficientes para eliminar todo aquello que, a primera vista, podría dar la impresión de ser contradictorio. Lo primero que debemos indicar a este respecto es que el grado de Maestro, tal como es practicado en la Craft Masonry, insiste en la "pérdida de la palabra", que se presenta como una consecuencia de la muerte de Hiram, pero que no parece contener indicación expresa en cuanto a su búsqueda, y aún menos se habla de una "palabra reencontrada". Esto puede parecer verdaderamente extraño, puesto que, siendo la Maestría el último de los grados que constituyen la Masonería propiamente dicha, tal grado debería necesariamente corresponder, al menos de forma virtual, a la perfección de los "pequeños misterios", sin lo cual su misma denominación resultaría injustificada. Es cierto que puede decirse que la iniciación a este grado es en sí misma, hablando con propiedad, un punto de partida, lo que en suma es perfectamente normal. Sin embargo, sería de esperar que hubiera en esta iniciación algo que permitiera "comenzar", si así puede decirse, la búsqueda que constituye el trabajo posterior que deberá conducir a la realización efectiva de la Maestría; ahora bien, pensamos que, a pesar de las apariencias, esto es realmente así. En efecto, la "palabra sagrada" del grado es claramente una "palabra sustituta", y por lo demás es así como se la considera; además, esta "palabra sustituta" es de una especie muy particular: ha sido deformada de muy diferentes maneras, hasta el punto de llegar a ser irreconocible, de ella hay diversas interpretaciones, que accesoriamente pueden presentar un cierto interés por sus alusiones a ciertos elementos simbólicos del grado, pero que no pueden justificarse por medio de la etimología hebrea. Pero, si se restituye a dicha palabra su forma correcta, descubrimos que su sentido es muy distinto de aquellos que se le atribuyen, pues la palabra en cuestión no es sino una pregunta, y la respuesta sería la verdadera "palabra sagrada" o la "palabra perdida", es decir, el verdadero nombre del Gran Arquitecto del Universo. Planteado el problema en estos términos, puede considerarse que la búsqueda está "encaminada", tal como hemos indicado unas líneas atrás, y, por lo tanto, corresponde a cada uno, si tiene la capacidad para ello, el hallar la respuesta y lograr la Maestría efectiva a través de su propio trabajo interior.

Otro punto que debemos considerar es el siguiente: la mayoría de las veces la "palabra perdida" es asimilada al Nombre tetragramático, en concordancia con el simbolismo hebraico, lo que de tomarse al pie de la letra constituiría un evidente anacronismo, puesto que es fácil darse cuenta de que la pronunciación del Nombre no se perdió en la época de Salomón y de la construcción del Templo de Jerusalén, sino a partir de la destrucción final del Templo. Sin embargo, este anacronismo no debería ser considerado como constituyendo una dificultad real, ya que aquí no se trata en absoluto de la "historicidad" de los hechos en cuanto tales, la cual, desde nuestro punto de vista, poco importa en sí misma; el Tetragrama es mencionado pura y exclusivamente por el valor que tradicionalmente representa; incluso el mismo Tetragrama pudo perfectamente haber sido en cierto sentido una "palabra sustituta", ya que pertenece propiamente a la revelación mosaica, y ésta, en cuanto tal, como la lengua hebrea, no podría remontarse realmente hasta la tradición primordial. Si hemos aludido a esta cuestión es sobre todo para llamar la atención sobre un hecho que, en el fondo, es mucho más importante: en el exoterismo hebreo, la palabra que sustituye al Tetragrama que ya no se sabe pronunciar, como dijimos, es otro nombre divino, Adonaï, que igualmente está formado por cuatro letras, pero que se considera menos esencial. Hay en todo esto una especie de resignación ante una pérdida considerada irreparable, que se trata de remediar solamente en la medida en que aún lo permiten las condiciones presentes. En la iniciación masónica, en cambio, la "palabra sustituta" es una pregunta que ofrece la posibilidad de reencontrar la "palabra perdida". He aquí expresada, en suma, de una manera simbólica muy significativa, una de las diferencias fundamentales existentes entre el punto de vista exotérico y el iniciático. Antes de continuar, se impone una breve digresión para mejor comprender lo que más adelante diremos: la iniciación masónica, que se refiere esencialmente a los "pequeños misterios", como todas las iniciaciones de oficio, concluye por eso mismo en el grado de Maestro, ya que la realización completa de este grado implica la restauración del estado primordial. Esto conduce naturalmente a preguntarse cuáles podrían ser, en la Masonería, el sentido y la función de los "altos grados", en los que algunos, y precisamente por esta razón, han querido ver solamente algo "superfluo", más o menos inútil y vano. En realidad, debemos en primer lugar distinguir aquí dos casos: por un lado, el de los grados que tienen un vínculo directo con la Masonería, y por otro el caso de los grados que pueden considerarse vestigios o recuerdos de antiguas organizaciones iniciáticas occidentales que se injertaron en la Masonería, o que llegaron a "cristalizarse" de alguna manera alrededor de la misma. La razón de ser de estos últimos grados, dejando aparte su interés puramente "arqueológico"(lo que evidentemente sería una justificación totalmente insuficiente desde el punto de vista iniciático), es en suma el hecho de que conservan lo que aún puede mantenerse de las iniciaciones de que se trata, y ello de la única manera en que puede hacerse tras su desaparición en cuanto formas independientes; habría ciertamente mucho que decir de este papel "conservador" de la Masonería y de la posibilidad implícita que encierra de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en el mundo occidental actual. Pero ello está totalmente fuera del argumento que tratamos, y es solamente el primer caso, el de los grados cuyo simbolismo se relaciona más o menos estrechamente con el de la Masonería propiamente dicha, el que nos concierne directamente aquí.

Hablando en general, estos grados pueden ser considerados como constituyendo propiamente determinadas extensiones o desarrollos del grado de Maestro; es indiscutible en principio que éste es de por sí suficiente, pero de hecho la excesiva dificultad para discernir todo lo que contiene implícitamente justifica la existencia de estos desarrollos posteriores. Se trata pues de una ayuda para quienes quieren realizar lo que todavía no poseen sino en forma virtual. Al menos, tal es la intención fundamental de estos grados, sean cuales fueren las reservas que podrían hacerse sobre la mayor o menor eficacia práctica de tal ayuda, sobre la cual lo mínimo que puede decirse es que en la mayoría de los casos está lamentablemente empobrecida por el aspecto fragmentario y muy frecuentemente alterado bajo el cual se presentan actualmente los rituales correspondientes.

Pero lo que debemos tener presente es el principio, que es independiente de estas consideraciones contingentes. Por otro lado, y a decir verdad, si el grado de Maestro fuera más explícito, y si todos los que a él acceden estuvieran verdaderamente cualificados, sería en el interior de este grado donde estos desarrollos deberían tener su lugar, sin que hubiera necesidad de hacerlos objeto de otros grados nominalmente distintos del mismo.

Ahora bien, y es aquí donde queríamos llegar, entre los altos grados en cuestión hay algunos que insisten más particularmente sobre la "búsqueda de la palabra perdida", es decir, como hemos explicado antes, sobre aquello que constituye el trabajo esencial de la Maestría; incluso hay algunos grados que ofrecen una "palabra reencontrada", lo que parece implicar la culminación de la búsqueda; pero, en realidad, esta "palabra reencontrada" es siempre una nueva "palabra sustituta", y de acuerdo con las consideraciones expuestas anteriormente, es fácil comprender que no pueda ser de otro modo, ya que la verdadera "palabra" es rigurosamente incomunicable. Así es en particular con respecto al grado del Royal Arch, el único que debe ser considerado como estrictamente masónico, hablando con propiedad, y cuyo origen operativo directo no ofrece duda alguna; de alguna manera es el complemento normal del grado de Maestro, con una perspectiva abierta a los "grandes misterios". El término que representa en este grado la "palabra reencontrada" se presenta, como muchos otros, bajo una forma muy alterada, lo que ha dado lugar a varias suposiciones en cuanto a su significado; pero, según la interpretación más autorizada y plausible, se trata en realidad de una palabra compuesta, formada por la reunión de tres nombres divinos pertenecientes a tres tradiciones diferentes. Hay aquí al menos una indicación interesante desde dos puntos de vista: en primer lugar, esto implica evidentemente que la "palabra perdida" es considerada como constituyendo un nombre divino; después, la asociación de estos diferentes nombres no puede explicarse de otro modo que como una afirmación implícita de la unidad fundamental de todas las formas tradicionales; pero es obvio que tal conjunción, a partir de nombres provenientes de diferentes lenguas sagradas, no es todavía más que algo totalmente exterior y no podría de ninguna manera simbolizar adecuadamente la restitución de la tradición primordial, y que, en consecuencia, no es realmente sino otra "palabra sustituida".

Otro ejemplo, por lo demás de un tipo muy diferente, es el del grado escocés de Rosa-Cruz, en el cual la "palabra reencontrada" se presenta como un nuevo Tetragrama destinado a reemplazar al que se había perdido; de hecho, estas cuatro letras, que no son más que iniciales que no constituyen propiamente una verdadera palabra, no pueden expresar aquí sino la situación de la tradición cristiana frente a la hebrea, o el reemplazo de la "Antigua Ley" por la "Nueva Ley", y sería difícil decir si esta última representa un estado más próximo al estado primordial, a menos que no quiera entendérselo en el sentido de que el Cristianismo ha cumplido una "reintegración" abriendo ciertas nuevas posibilidades para el retorno a aquel estado, lo que por otra parte es de alguna manera cierto para toda forma tradicional constituida en una determinada época y en conformidad más particular con las condiciones de dicha época. Conviene agregar que al significado simplemente religioso y exotérico se superponen naturalmente otras interpretaciones de orden principalmente hermético, que están lejos de carecer de interés en sí mismas; pero estas últimas, además de alejarse de la consideración de los nombre divinos que es esencialmente inherente a la "palabra perdida", contienen algo que proviene más del hermetismo cristiano que de la Masonería propiamente dicha, y, sean cuales sean las afinidades existentes entre ambas formas, no es posible sin embargo considerarlas idénticas, pues, si bien usan hasta cierto punto los mismos símbolos, no dejan de provenir de "técnicas" iniciáticas muy diferentes en más de un aspecto. Por otra parte, "la palabra" del grado de Rosa-Cruz se refiere claramente al punto de vista de una forma tradicional determinada, lo que nos sitúa en todo caso muy lejos del retorno a la tradición primordial, que está más allá de todas las formas particulares. Bajo este aspecto, como bajo muchos otros, el grado del Royal Arch tendría sin duda más razones que el de Rosa-Cruz para considerarse como el nec plus ultra de la iniciación masónica.

Pensamos que nos hemos extendido suficientemente sobre estas distintas "sustituciones", y, para concluir, debemos volver a considerar el grado de Maestro, a fin de buscar solución a otro de los enigmas que plantea: ¿cómo es posible que la "pérdida de la palabra" se presente como una consecuencia de la muerte de Hiram, cuando, según la leyenda, había otros que igualmente la poseían? Esta cuestión, en efecto, deja perplejos a mucho masones, por lo menos a aquellos que reflexionan un poco sobre el simbolismo, y algunos llegan a considerarla algo inverosímil, pues les parece totalmente imposible explicarlo aceptablemente, mientras que, como veremos, se trata en realidad de todo lo contrario.

El problema puede plantearse con más precisión de la manera siguiente: en la época de la construcción del Templo, la "palabra" de los Maestros estaba, según la leyenda del grado, en posesión de tres personajes que tenían el poder de comunicarla: Salomón, Hiram, rey de Tiro, e Hiram-Abi; admitido esto, ¿cómo puede bastar la muerte de este último para causar la pérdida de la "palabra"? La respuesta es que, para comunicarla regularmente y en forma ritual, se necesitaba el concurso de los "tres primeros Grandes Maestros", de tal manera que la ausencia o desaparición de uno sólo de ellos hacía imposible esta comunicación, así como es imposible formar un triángulo si no es con tres ángulos; y esto no es una simple comparación o una aproximación más o menos imaginativa y privada de todo fundamento real, como podrían pensar los que no están acostumbrados a percibir ciertas correspondencias simbólicas. En efecto, una Logia operativa no puede abrirse sin el concurso de tres Maestros, provistos de tres varillas cuyas longitudes están respectivamente en relación con los números 3, 4 y 5; y solamente a partir del momento en que estas tres varillas han sido aproximadas y dispuestas en forma tal de conformar el triángulo rectángulo pitagórico es cuando puede tener lugar la apertura de los trabajos. Dicho esto, es fácil comprender que, de forma similar, una palabra sagrada pueda estar compuesta de tres partes, tales como tres sílabas, no pudiendo cada una de las cuales ser pronunciada más que por uno de los tres Maestros, de manera que, a falta de uno de ellos, tanto la palabra como el triángulo quedarían incompletos, y nada válido podría realizarse, como veremos más adelante cuando retornemos sobre este punto.

Señalaremos incidentalmente otro caso en el que se halla también un simbolismo del mismo género, al menos con respecto a lo que nos interesa ahora: en ciertas corporaciones medievales, el cofre que contenía el "tesoro" tenía tres cerraduras cuyas llaves estaban confiadas a tres oficiales diferentes, de manera que se necesitaba la presencia simultánea de los tres para poder abrir el cofre.

Naturalmente, quienes consideran las cosas de una manera exclusivamente superficial pueden no ver en todo esto más que una medida de precaución contra una posible infidelidad; pero, como frecuentemente sucede en casos similares, la explicación únicamente exterior y profana es completamente insuficiente, y aún admitiendo que sea legítima en su orden, nada impide de manera alguna que el mismo hecho tenga un significado simbólico mucho más profundo que le otorga todo su valor real. Pensar de otro modo equivale a desconocer por completo el punto de vista iniciático, y, por lo demás, es sabido que la llave posee en sí misma un simbolismo lo suficientemente importante como para justificar lo que hemos dicho.

Volviendo al triángulo rectángulo del que hemos hablado, podemos decir, después de lo que hemos visto, que la muerte del "tercer Gran Maestro" lo torna incompleto; es a ello a lo que corresponde, en un cierto sentido e independientemente de sus significados propios, la forma de la escuadra del Venerable, que tiene los lados desiguales, normalmente en relación 3 a 4, de manera que pueden considerarse como los dos lados que forman el ángulo recto del triángulo, y en el cual está ausente la hipotenusa, o, si se prefiere, está "sobreentendida". Debemos señalar también que la reconstitución del triángulo completo, tal como figura en las insignias del Past Master, implica, o al menos debería teóricamente implicar, que éste ha llegado a realizar la reconstitución de lo que se había perdido.

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