Fuente: Año Cero
Autor: Josep Guijarro
Para los historiadores, la masonería nació en 1717 gracias a los pastores protestantes ingleses James Anderson y J. T. Desaguliers, pero es lógico que sus ritos y creencias estuvieran inspiradas en creencias muy anteriores cuyos orígenes siguen en disputa ¿Proceden acaso de los Antiguos Misterios Paganos, del templo del Rey Salomón, de los Templarios o de los Masones Operativos de la Edad Media?
En el Museo Británico se conservan dos de los documentos masónicos más antiguos que se conocen. Parecen remontarse a 1390 y 1450 respectivamente. El primero recibe el nombre de Manuscrito Regius, y el segundo es llamado Manuscrito Matthew Cooke. Tiene dos partes, conocidas como «la Historia» y «los Cargos Antiguos», que formaban parte de las Regulaciones generales masónicas compiladas en 1720, y que James Anderson utilizó también como material de referencia en sus Constituciones tres años antes. En el mejor de los casos, entonces, las primeras menciones masónicas datan del siglo XIV. ¿Es esa la antigüedad de la poderosa sociedad o existe un origen anterior, mítico y misterioso?
Estética salomónica
El ocultista pionero Eliphas Levi nos recuerda una leyenda masónica que relaciona los orígenes de esta institución con un manuscrito del siglo VIII sobre la construcción del templo de Salomón y su arquitecto Hiram Abiff.
El mítico templo era un auténtico tratado de geometría que reproducía en sus estructuras simbólicas los diferentes planos o niveles del cosmos. Su verdadera importancia es más bien alegórica. Así, esta construcción no sería más que una reproducción de la bóveda celeste donde el Sol es el rey y el altar apuntaría a la constelación de Aries. Algo que queda patente en la Epístola a los hebreos (9,24) cuando dice que «no entró Cristo en un santuario hecho por la mano del hombre, imagen del verdadero, sino en el cielo mismo».
Aún hoy, la decoración de las logias masónicas representa en su techo la bóveda celeste y, a su alrededor están los signos del zodiaco. La Biblia dice que para la construcción del templo de Jerusalén fueron necesarios 153.300 trabajadores, divididos jerárquicamente en tres grados: 70.000 aprendices, 80.000 oficiales o compañeros y 3.300 maestros. Asegura la leyenda que se reconocían entre sí por medio de palabras secretas, señales y toques, diferentes para cada categoría. Según la tradición masónica, Hiram completó la construcción del templo en siete años y, después, fue asesinado a golpes. «Cuando la construcción del templo de Salomón llegaba a su fin –explica a AÑO/CERO el erudito masónico Mario Pérez Ruiz–, tres compañeros desearon conocer los secretos de los maestros y así disfrutar de ese grado y al no conocer la palabra secreta asesinaron a golpes a Hiram Abiff».
Los asesinos enterraron el cadáver lejos de Jerusalén y Salomón ordenó que nueve maestros lo buscaran… Y lo hallaron. Para reconocer el lugar donde fue sepultado plantaron allí una rama de acacia.
El relato de la muerte de Hiram guarda relación simbólica con Osiris. El arquitecto del templo de los judíos fue asesinado en la puerta occidental del templo, que es donde se pone el Sol. En la mitología egipcia los Salones del Amenti, regidos por el dios de la muerte y la reencarnación, están situados, también, en Occidente. Osiris se levanta de entre los muertos en el norte, que en la mitología egipcia está regida por Leo. Hiram Abiff es levantado de entre los muertos mediante un estrechamiento de manos masónico denominado la presa del león. Y, finalmente, tanto en los misterios masónicos como en los egipcios el «dios» que ha resucitado es enterrado en una colina y señalizado con un árbol.
La entrada al templo de Salomón estaba flanqueada por dos columnas conocidas con los nombres de Jachim y Boaz, a la guisa de los obeliscos que hacían lo propio en los templos egipcios. Las inscripciones que se hallan, por ejemplo, en el obelisco egipcio situado en el Central Park de Nueva York, mostrarían símbolos masónicos de tiempos de Tutmosis III. Lawrence Gardner asegura que Hiram Abiff retomó la costumbre egipcia de situar pilares a la entrada de los templos cuando situó Jachin y Boaz en el Templo de Salomón. Su interior era hueco y estaba pensado así para salvaguardar los archivos y los textos de las normas de los constructores.
Para los historiadores masónicos no es coincidencia: «Toda luz viene de Oriente; toda iniciación de Egipto», dejó escrito Cagliostro, fundador del Rito de la masonería egipcia. Hoy, el recuerdo de la luz de Egipto sigue fascinando a muchos masones, que no dejan de soñar con el esplendor y la perfección de las pirámides o los templos de la civilización faraónica.
Sufíes, sabeos y templarios
No obstante –nos recuerda Gérard Galtier– para la mayoría de francmasones, la Tierra Santa es la de Jerusalén y lo que convendría reconstruir es el templo de esa ciudad. Y es que, en efecto, Salomón guarda la llave que permite abrir los secretos de la moderna francmasonería. Ya desde el siglo XVIII, varios autores sugirieron que el origen de la masonería había que buscarlo en los templarios. Según las teorías de estos estudiosos, esta fraternidad de monjes-guerreros fundada en 1118 habría permanecido encerrada nueve años en el templo de los judíos y tras una rápida expansión por Europa habría sido responsable de la financiación de buena parte de las catedrales góticas. ¿Acaso el movimiento masónico tomó su iniciativa de los templarios?
El célebre escritor Robert Graves deduce que la masonería fue introducida en Europa, y concretamente en Escocia, bajo la apariencia de un gremio de artesanos gracias a los templarios. Esta Orden habría recuperado en Tierra Santa abundante documentación islámica y judía, de ahí que algunos especialistas perciban en las enseñanzas masónicas cierta influencia sufí.
El traductor de las Mil y una noches, Sir Richard Burton, definió al sufismo como el pariente oriental de la masonería. Más lejos llega Idries Shah al concluir que «Boaz» y Salomón no fueron israelitas sino arquitectos sufíes. De hecho, Salomón es venerado por el Islam como un profeta. Pero Jorge Blaschke y Santiago Río aclaran que los sufíes no son su origen primigenio. Las raíces de sus enseñanzas radicarían en los sabeos, una secta de artesanos y comerciantes que profesaban una doctrina helenística atribuida a Hermes y que se concentraron en la Alta Mesopotamia y al noroeste de Alepo entre los siglos IX y XI. Practicaban un comunismo iniciático que propagaba un ritual de compañerismo, un entendimiento entre cuerpos de un mismo oficio. En su opinión, la reforma de la masonería en Londres, a principios del siglo XVIII, cometió un grave error, ya que confundió con hebreos los términos sarracenos, desvirtuando la antigua tradición sufí.
Constructores de catedrales
Pero la mayoría de historiadores coincide en que los inicios de la masonería radican en las corporaciones de oficios y constructores medievales.
«Hablamos de hombres que interpretaban en un sentido muy sutil esa pedagogía de masas que la Iglesia pone en marcha en función de la piedra, ese arte ilustrativo que trataba de transmitirle al pueblo lo que no podía leer porque no sabía», explica Eduardo R. Callaey. «Cuando ves un pórtico románico es un libro que trata de transmitir cosas. A lo largo de la historia de la humanidad construir siempre ha tenido una connotación sagrada porque lo que se erigían eran templos. Lo demás no ha perdurado. Lo que ha llegado hasta nosotros es la piedra de los zigurats, las pirámides, los grandes templos de Oriente. Por lo tanto, siempre hubo una connotación sagrada en el oficio de construir». En su opinión, esa responsabilidad recayó durante el Medievo en las órdenes monásticas y, en especial, en la benedictina (ver entrevista). En efecto, bajo la dirección de los grandes abades aparecerán las primeras expresiones de una arquitectura renovada que mostrará sus posibilidades en el arte románico y estallará con toda su potencia en el gótico. Bajo su protección encontraremos también las primeras evidencias de una masonería primitiva, fruto de la renovación del conocimiento y las técnicas de la construcción.
Los benedictinos primero y más tarde los cistercienses, dominarán la construcción. Cada convento es una colonia donde, además de dedicarse a la práctica de la piedad, se estudian las lenguas, la teología y la filosofía, se ocupan activamente de la agricultura y se ejercitan y enseñan todos los oficios… Los abades trazan los planos y dirigen su construcción, estableciendo de este modo una corriente de inteligencia entre los conventos.
Si Callaey está en lo cierto, la espiritualidad de Occidente subyace en las raíces del esoterismo judeocristiano y el trabajo iniciático de refinar la «piedra bruta» –símbolo central de la doctrina masónica– encuentra un antecedente directo en la acción de «cuadrar la piedra», planteada por los grandes maestros benedictinos como alegoría de la construcción del «hombre espiritual», apto para la tarea de erigir sobre la Tierra el reflejo de la Ciudad Sagrada, la mítica Jerusalén Celeste. Esto no deja de ser una tremenda ironía a la luz de la actitud combativa que siempre ha demostrado la Iglesia frente a la masonería.
Para demostrarlo, el historiador argentino esgrime fuentes de época y escritos históricos, como un manuscrito de Wilhelm de Hirsau, uno de los más grandes abades constructores de la Orden Benedictina en el siglo XI, en el que se hace referencia al mandil y a su profunda significación.
Xavier Casinos asegura que los masones gozaban además de privilegios que no tenían otros artesanos, como la libertad o franquicia de trasladarse de un lugar a otro para realizar su trabajo. Por eso se les llamaba también francmasones o freemasons (albañiles libres). Esa movilidad, en cualquier caso, dio lugar a los signos secretos, con objeto de reconocerse entre sí cuando acudían a una nueva construcción.
Durante el siglo XVII tuvo lugar el proceso de transición que llevó a los gremios de constructores a convertirse en la masonería tal y como la conocemos en la actualidad. Es decir, abandonó su operatividad para transformarse en una sociedad filosófica que mantenía buena parte de la simbología medieval, como el compás, la escuadra, el mandil y la plomada. Con el nacimiento de esta masonería especulativa sus miembros ya no deberán construir una catedral, sino una humanidad mejor a partir del templo interior de cada masón.
El caballero Ramsay introdujo la «hipótesis templaria», más adecuada para la nobleza del siglo XVIII que el carácter burgués de las Corporaciones de Oficio, y dio nacimiento al sistema conocido hoy como Rito Escocés Antiguo y Aceptado. A partir de entonces, se introdujo un nuevo elemento de controversia entre quienes abrazaron el origen templario de la institución como fundamento histórico de la Orden y quienes intentaron sostener su origen en los constructores de catedrales.
Rosslyn y el secreto de los masones escoceses
Esta discusión, que ya lleva más de dos siglos, se ha visto incentivada en los últimos años con la aparición de numerosos libros, tanto históricos como debidos a los defensores de este origen templario de la Masonería. Muchos creen haber encontrado en la capilla de Rosslyn el nexo definitivo que uniría el destino de la Orden del Temple y los maestros canteros.
Según los escritores británicos Christopher Knight y Robert Lomas, el punto de partida de la francmasonería hay que buscarlo aquí, porque los miembros de la familia Saint Clair de Rosslyn se convirtieron en los Grandes Maestres hereditarios de las Artes, Gremios y órdenes de Escocia y ostentaron el cargo de Maestre de los Masones de escocia hasta finales del siglo XVIII.
La capilla de Rosslyn se halla a 16 Km de Edimburgo. Fue erigida entre 1440 y 1490 por William Saint Clair y sus paredes y columnas parecen esconder un conocimiento ancestral transmitido a través de generaciones. La relación entre los templarios y Rosslyn se remontaría a los tiempos de la primera cruzada. Henry Saint Clair participó en ella junto al fundador del Temple Hugues de Payns, casado con su sobrina Catherine. A su regreso recibirá el título de barón. Aunque su nombre no figura entre los nueve fundadores de la Orden del Temple, es evidente que ambos mantenían estrechos vínculos.
La hipótesis de Knight y Lomas plantea que William Saint Clair, conocedor de que los manuscritos supuestamente recuperados por los templarios en el Templo de Salomón habían sido guardados en Escocia, construyó Rosslyn para custodiarlos y establecer una Nueva Jerusalén. Esto, naturalmente, supone admitir que los templarios no viajaron a Tierra Santa para defender a los peregrinos sino con un propósito más bien arqueológico. Por esa razón, nueve hombres (como los que hallaron el cuerpo de Hiram) permanecieron nueve años encerrados entre sus muros. Muchos expertos han reparado en la persistencia de esta clave numérica: el 9. Resulta que la novena letra del alfabeto hebreo es la Tav (la Tau griega). Esta letra, representada por el noveno sefiroth cabalístico (Yesod o Fundación) se relaciona con la serpiente y el secreto de la sabiduría. Pero es que, además, la marca de la tau era la que los cainitas llevaban sobre la frente cuando Moisés se encontró con ellos. En la capilla de Rosslyn, curiosamente, los catorce pilares han sido dispuestos de tal manera que los ocho del lado este trazan la forma de una triple Tau. Sospecho que Hugues de Payns y sus ocho freires fundadores ignoraban los códigos y el significado de lo hallado en el Templo y, por ello, tuvieron que recurrir a la ayuda de cabalistas judíos y sabios islámicos, a través de su protector san Bernardo de Claraval, el reformador del Císter.
Dos siglos después la simbología había sido desvelada y puesto a salvo en la capilla de Rosslyn. Este santuario sería por tanto una evocación del templo de Salomón, con torres y un enorme techo central de forma curva sostenido por arcos. Una reconstrucción del templo que estaría adornada con simbolismo nazareo (secta religiosa contemporánea a Jesús cuya etimología viene de Custodio o Conservador) y templario encaminado a dar cobijo al «secreto».
Cuando las logias escocesas decidieron elegir una Gran Logia para su administración, convinieron que sir William Sinclair (descendiente directo por línea paterna del constructor de la capilla) ocupara el cargo vitalicio de gran maestre.
El retorno de la Antigua Alianza
En seguida surgieron desacuerdos en el seno de la masonería inglesa. Tras el establecimiento de la Gran Logia de Londres se formaron dos grupos: los «antiguos» y los «modernos». A estos últimos les preocupaba que los antiguos hubieran decidido preservar el patrimonio jacobita (Partidario del derecho divino de los monarcas. Ver próximo artículo) y la amenaza que ello suponía para la casa Hannover, de corte protestante.
Los jacobitas veían en la leyenda de Hiram, en el tercer grado de su rito, una alegoría sobre el asesinato de Carlos I Estuardo, como si los símbolos hubieran sido tomados de la conjura que tramaron los partidarios de este rey para vengar su muerte y colocar en el trono a su hijo. Aunque, según refiere Gerard de Nerval, una versión muy similar de la leyenda de la muerte de Hiram se escuchaba en los cafés de Estambul en forma de cuentos.
Esto abre un serio interrogante acerca del origen de la ceremonia más importante de la francmasonería, aunque tal vez la fuente original del grado de maestro resida en las abadías pues, como nos aclaró Callaey, existe una llamativa semejanza entre esta ceremonia de exaltación y los votos del monje benedictino en su última etapa de ordenación. Esto significaría un retorno a la Antigua Alianza con los católicos jacobitas, quienes introdujeron muchos elementos centrales de los rituales con base templaria y explicaría la abundante presencia de eclesiásticos en la francmasonería del siglo XVIII.
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