Hace tiempo, al escuchar un discurso que hablaba entre otras cosas sobre la paciencia, saltó en mi mente la inquietud de reflexionar sobre esa virtud tan sublime y paradójicamente tan poco estudiada. De todas esas cavilaciones presento hoy, como barajas sobre la mesa -y sólo como eso-, algunas de las conclusiones a las que llegué, mismas que podrían ser tratadas de manera individual y en un análisis más profundo por aquellos a quienes logre inocular de la duda filosófica en tan interesante materia.
En efecto, entre las cualidades, aptitudes o actitudes que merecen colocarse en primer plano para todo hombre Libre y de Buenas Costumbres, debe encontrarse la paciencia y la tolerancia. Sin embargo, en lo que toca a la doctrina masónica, es curioso constatar que ningún autor cuyas obras sean asequibles de modo regular, la ha estudiado, siendo que -como ya hemos dicho- es un tema del cual puede hablarse por largo rato y desde las más variadas perspectivas, dependiendo de los campos de acción en que ésta incide.
Dentro de la vida masónica, la paciencia se presenta desde el momento mismo en que se solicita el ingreso. Hay que llenar una solicitud, debiendo esperar cierto lapso para ser aceptado, previos papeleos, entrevistas, etc. No obstante, es de subrayarse que la espera debe realizarse en forma activa, aprovechando ese tiempo para documentarse sobre los principios, organización básica y objetivos que la Francmasonería persigue, meditando sobre lo que ésta espera del candidato, así como lo que éste espera de aquélla, para entonces tener la oportunidad de brindarle lo mejor y a su vez, sacar el mayor y mejor provecho de ella una vez sumado a sus filas.
Superada esta etapa, ya que es aceptado el ingreso del postulante, dentro de la ceremonia de recepción aparece de nueva cuenta, al momento de someterse a las pruebas físicas. Aquí también debe que huirse de letargo, utilizando la paciencia para agudizar los sentidos y pensar en silencio sobre el gran paso que está por darse, sobre la gran responsabilidad que se va a contraer.
Al poco rato, sorprende de nueva cuenta al recipendiario, durante el paso por la prueba de la Tierra; pero en esta ocasión, ya no se percibe su cara ni se ve su imagen. Se intuye su presencia como si se ocultara en algún rincón, jugando un extraño juego de escondite dentro de esa cámara obscura, representación de la muerte, a la que se debe la mayor de las paciencias, y donde hay que aprovechar la corta estancia para reflexionar sobre los actos pasados, el presente y el propio legado hacia el porvenir, para entonces renacerá una flamante y purificada vida en la que se edificará el templo individual ladrillo a ladrillo, sobre los cimientos del Arte Real.
En este contexto, la lámpara sepulcral que se encuentra dentro del cuarto de reflexiones, además de todos los significados tan abundantes y abundados por los doctrinarios masónicos, podría también emblematizar la paciencia, como esa llama que pervive dentro de la aparente muerte física o inactividad, en el fondo de aquella pasividad objetiva, pero latente, de nuestra reflexión interior.
Una vez iniciado, la paciencia ocupa su Columna junto al neófito en las tenidas, señalándole cómo escuchar, cuándo y en qué medida pedir y usar la palabra, cuándo callar y la manera de entender y asimilar los conceptos vertidos en cada reunión, sacándoles el mejor provecho. Tiempo después, habrá que echar mano de ella para recibir el salario, siempre proporcional al esmero y dedicación puestos para desempeñar el trabajo asignado.
Dirigiendo la mirada hacia otros valles, descubrimos que si en la Masonería se ve a la paciencia vestida con un velo que puede pegarse a su figura auxiliándose con el viento de la sensibilidad para adivinar su forma, en la vida profana por el contrario, la contemplamos tal cual es. Fríamente verdadera, cálidamente dispuesta, extiende sus brazos y nos estrecha para ayudarnos a combatir, día con día, en lucha abierta contra nosotros mismos y nuestra condición social, moral, cultural, económica y política y la de nuestro pueblo. Sería absurdo pensar que alguno de nosotros no deseara para sí, su familia y su comunidad una vida mejor; pero igualmente resultaría inconcebible que tuviéramos que esperar a que ese cambio nos llegara, como el mítico maná, del cielo.
En el ámbito de la vida diaria, la espera que camina de la mano de la paciencia, al igual que en la vida masónica, tiene que ser activa. Es una fuerza que se opone a otra, en efecto, pero en este sentido, debemos utilizar el tiempo preparándonos para ser mejores ante nuestra familia, en nuestra profesión, en nuestra comunidad, haciendo a un lado la estéril rutina, que lo único que hace es ponernos el cencerro al cuello.
Como podemos ver, tanto en el mundo masónico como en el profano la paciencia no es, ni debe ser, sinónimo de pasividad, sino una virtud preciosa que hay que emplear para analizar conscientemente lo que nos preocupa y así poder trazarnos nuevos caminos y perfeccionar los que ahora recorremos; Pero contrariamente a lo que pudiera pensarse, es triste constatar que desde los tiempos más remotos y aún con más fuerza en nuestros días, la paciencia vestida con el traje de la indiferencia, parece ser una práctica generalizada. Por ejemplo, en el cristianismo de la antigüedad, una falsa concepción de la paciencia condujo a la degeneración de los difusores de la escuela estoica griega.
Hoy en qué hemos convertido a esa virtud tan poderosa? En qué concepto la tienen los masones del presente, si es que acaso han pensado en alguno?.
La masonería moderna, históricamente ligada a los procesos políticos de la humanidad, ha participado indistintamente en la salvaguarda de los derechos del hombre, tanto los subjetivos, como los que se vinculan con la actividad Estatal.
Libertad, Equidad, Justicia, son sólo algunos de los baluartes cuya observancia ha procurado la Francmasonería desde su surgimiento, esquivando inclusive los obstáculos impuestos por el poder constituido. En ese entonces, la ilustración francesa surge como un ejemplo vivo del uso de la paciencia activa, que se transformó en acción revolucionaria cuando la tolerancia llegó al limite.
Así también lo demostró tiempo después, por ejemplo, la masonería mexicana durante el movimiento insurgente, de independencia la Reforma, la Revolución, y en la organización obrera y campesina de los años 30, productos todos del uso sabio de la paciencia, atemperada con el compás implacable de la tolerancia.
Organizada y combativa desde sus bases, se ha erigido en vigilante feroz del cumplimiento de la teleología Estatal, garantizándola a su vez al escoger a los más preclaros de sus miembros, proponiéndolos al pueblo para desempeñar la alta responsabilidad de ser gobernantes.
Ellos aceptaron el grave compromiso de actualizar el inmutable proverbio pitagórico que postula: "La virtud es la filosofía en acción", teniendo como únicas armas contra el vicio, el fanatismo y la ignorancia una corona de laurel y olivo sobre sus cabezas. Conscientes de su realidad histórica, hicieron uso de los frutos cultivados por su paciencia activa y los llevaron al campo de los hechos cuando se volvió imposible tolerar el dramático espectáculo de ver a su pueblo vejado, ultrajado bajo las garras de la explotación de los enemigos del progreso.
Por desgracia parece que ahora todo es muy diferente. ¿Quién de nosotros ignora la miseria aún irresoluta de nuestro pueblo, los vicios del poder constituido que, contaminado por algunos hijos del Vaticano, llegan a puntos donde se araña el velo del surrealismo?. Ante tales sucesos ¿La Masonería es paciente o mejor dicho apática? ¿tolerante o más bien indiferente?. Es lamentable reconocer que la propia masonería ha propiciado que en lugar de masones que intervengan en política, haya más "grillos" inmiscuidos en la masonería e igualmente lamentable es ver que la masonería se esté trocando de la organización portadora del estandarte del progreso, en una institución reaccionaria que se impide a sí misma la oportunidad de evolucionar; en una dama rica, gorda y vieja que contempla indiferente, recostada sobre su diván tapizado de laureles, el paso de la historia presente, oyendo a los lejos el grito desesperado de los que le llaman a su auxilio y donde los chacales se atragantan en festín, mientras ella impasible, suspirante, se dedica a repasar con la mirada por milésima ocasión, el álbum de fotos de sus amantes de juventud.
La masonería se ha dejado ver, oír y sentir en los momentos cruciales de nuestra historia: no es este uno de ellos? mantengamos en nuestras mentes que ni Hidalgo, Morelos, Bolívar, ni O'Higgins, ni Mina; ni Juárez, Ocampo, ni Lerdo; ni Martí, ni Flores Magón, Madero, ni Carranza; ni Cárdenas, ni Allende, ni sus correligionarios, se quedaron en sus talleres lanzando loas a los prohombres que les antecedieron. Ellos son lo que son, porque entendieron que la mejor forma de honrar a sus antepasados es imitando su actividad en pos del bien de su pueblo y asimilando su mensaje inmortal de dignidad, de conciencia social, de acción renovadora, y comprendieron que cuando el vaso de la tolerancia y el plato de la paciencia se colman con gotas de injusticia, enajenación, fanatismo, hegemonía y explotación, se rompen para hacer correr el turbio torrente hacia el filtro de la regeneración.
Ahora ellos son héroes; pero en lugar de adularlos, hay que imitarlos como ellos lo hicieron con sus hermanos mayores; sólo así, los que comienzan el ascenso en la escala masónica podrán tener nuevos héroes que honrar, nuevos proyectos que continuar y superar.
Que la paciencia no sea apatía; que la tolerancia no sea indiferencia. Hay que tener presente el compromiso adquirido desde que se vio la primera luz. Hay que Dejar de ser ratones de templo para recuperar esa condición original de leones del progreso humano.
José Ramón González Chávez
En efecto, entre las cualidades, aptitudes o actitudes que merecen colocarse en primer plano para todo hombre Libre y de Buenas Costumbres, debe encontrarse la paciencia y la tolerancia. Sin embargo, en lo que toca a la doctrina masónica, es curioso constatar que ningún autor cuyas obras sean asequibles de modo regular, la ha estudiado, siendo que -como ya hemos dicho- es un tema del cual puede hablarse por largo rato y desde las más variadas perspectivas, dependiendo de los campos de acción en que ésta incide.
Dentro de la vida masónica, la paciencia se presenta desde el momento mismo en que se solicita el ingreso. Hay que llenar una solicitud, debiendo esperar cierto lapso para ser aceptado, previos papeleos, entrevistas, etc. No obstante, es de subrayarse que la espera debe realizarse en forma activa, aprovechando ese tiempo para documentarse sobre los principios, organización básica y objetivos que la Francmasonería persigue, meditando sobre lo que ésta espera del candidato, así como lo que éste espera de aquélla, para entonces tener la oportunidad de brindarle lo mejor y a su vez, sacar el mayor y mejor provecho de ella una vez sumado a sus filas.
Superada esta etapa, ya que es aceptado el ingreso del postulante, dentro de la ceremonia de recepción aparece de nueva cuenta, al momento de someterse a las pruebas físicas. Aquí también debe que huirse de letargo, utilizando la paciencia para agudizar los sentidos y pensar en silencio sobre el gran paso que está por darse, sobre la gran responsabilidad que se va a contraer.
Al poco rato, sorprende de nueva cuenta al recipendiario, durante el paso por la prueba de la Tierra; pero en esta ocasión, ya no se percibe su cara ni se ve su imagen. Se intuye su presencia como si se ocultara en algún rincón, jugando un extraño juego de escondite dentro de esa cámara obscura, representación de la muerte, a la que se debe la mayor de las paciencias, y donde hay que aprovechar la corta estancia para reflexionar sobre los actos pasados, el presente y el propio legado hacia el porvenir, para entonces renacerá una flamante y purificada vida en la que se edificará el templo individual ladrillo a ladrillo, sobre los cimientos del Arte Real.
En este contexto, la lámpara sepulcral que se encuentra dentro del cuarto de reflexiones, además de todos los significados tan abundantes y abundados por los doctrinarios masónicos, podría también emblematizar la paciencia, como esa llama que pervive dentro de la aparente muerte física o inactividad, en el fondo de aquella pasividad objetiva, pero latente, de nuestra reflexión interior.
Una vez iniciado, la paciencia ocupa su Columna junto al neófito en las tenidas, señalándole cómo escuchar, cuándo y en qué medida pedir y usar la palabra, cuándo callar y la manera de entender y asimilar los conceptos vertidos en cada reunión, sacándoles el mejor provecho. Tiempo después, habrá que echar mano de ella para recibir el salario, siempre proporcional al esmero y dedicación puestos para desempeñar el trabajo asignado.
Dirigiendo la mirada hacia otros valles, descubrimos que si en la Masonería se ve a la paciencia vestida con un velo que puede pegarse a su figura auxiliándose con el viento de la sensibilidad para adivinar su forma, en la vida profana por el contrario, la contemplamos tal cual es. Fríamente verdadera, cálidamente dispuesta, extiende sus brazos y nos estrecha para ayudarnos a combatir, día con día, en lucha abierta contra nosotros mismos y nuestra condición social, moral, cultural, económica y política y la de nuestro pueblo. Sería absurdo pensar que alguno de nosotros no deseara para sí, su familia y su comunidad una vida mejor; pero igualmente resultaría inconcebible que tuviéramos que esperar a que ese cambio nos llegara, como el mítico maná, del cielo.
En el ámbito de la vida diaria, la espera que camina de la mano de la paciencia, al igual que en la vida masónica, tiene que ser activa. Es una fuerza que se opone a otra, en efecto, pero en este sentido, debemos utilizar el tiempo preparándonos para ser mejores ante nuestra familia, en nuestra profesión, en nuestra comunidad, haciendo a un lado la estéril rutina, que lo único que hace es ponernos el cencerro al cuello.
Como podemos ver, tanto en el mundo masónico como en el profano la paciencia no es, ni debe ser, sinónimo de pasividad, sino una virtud preciosa que hay que emplear para analizar conscientemente lo que nos preocupa y así poder trazarnos nuevos caminos y perfeccionar los que ahora recorremos; Pero contrariamente a lo que pudiera pensarse, es triste constatar que desde los tiempos más remotos y aún con más fuerza en nuestros días, la paciencia vestida con el traje de la indiferencia, parece ser una práctica generalizada. Por ejemplo, en el cristianismo de la antigüedad, una falsa concepción de la paciencia condujo a la degeneración de los difusores de la escuela estoica griega.
Hoy en qué hemos convertido a esa virtud tan poderosa? En qué concepto la tienen los masones del presente, si es que acaso han pensado en alguno?.
La masonería moderna, históricamente ligada a los procesos políticos de la humanidad, ha participado indistintamente en la salvaguarda de los derechos del hombre, tanto los subjetivos, como los que se vinculan con la actividad Estatal.
Libertad, Equidad, Justicia, son sólo algunos de los baluartes cuya observancia ha procurado la Francmasonería desde su surgimiento, esquivando inclusive los obstáculos impuestos por el poder constituido. En ese entonces, la ilustración francesa surge como un ejemplo vivo del uso de la paciencia activa, que se transformó en acción revolucionaria cuando la tolerancia llegó al limite.
Así también lo demostró tiempo después, por ejemplo, la masonería mexicana durante el movimiento insurgente, de independencia la Reforma, la Revolución, y en la organización obrera y campesina de los años 30, productos todos del uso sabio de la paciencia, atemperada con el compás implacable de la tolerancia.
Organizada y combativa desde sus bases, se ha erigido en vigilante feroz del cumplimiento de la teleología Estatal, garantizándola a su vez al escoger a los más preclaros de sus miembros, proponiéndolos al pueblo para desempeñar la alta responsabilidad de ser gobernantes.
Ellos aceptaron el grave compromiso de actualizar el inmutable proverbio pitagórico que postula: "La virtud es la filosofía en acción", teniendo como únicas armas contra el vicio, el fanatismo y la ignorancia una corona de laurel y olivo sobre sus cabezas. Conscientes de su realidad histórica, hicieron uso de los frutos cultivados por su paciencia activa y los llevaron al campo de los hechos cuando se volvió imposible tolerar el dramático espectáculo de ver a su pueblo vejado, ultrajado bajo las garras de la explotación de los enemigos del progreso.
Por desgracia parece que ahora todo es muy diferente. ¿Quién de nosotros ignora la miseria aún irresoluta de nuestro pueblo, los vicios del poder constituido que, contaminado por algunos hijos del Vaticano, llegan a puntos donde se araña el velo del surrealismo?. Ante tales sucesos ¿La Masonería es paciente o mejor dicho apática? ¿tolerante o más bien indiferente?. Es lamentable reconocer que la propia masonería ha propiciado que en lugar de masones que intervengan en política, haya más "grillos" inmiscuidos en la masonería e igualmente lamentable es ver que la masonería se esté trocando de la organización portadora del estandarte del progreso, en una institución reaccionaria que se impide a sí misma la oportunidad de evolucionar; en una dama rica, gorda y vieja que contempla indiferente, recostada sobre su diván tapizado de laureles, el paso de la historia presente, oyendo a los lejos el grito desesperado de los que le llaman a su auxilio y donde los chacales se atragantan en festín, mientras ella impasible, suspirante, se dedica a repasar con la mirada por milésima ocasión, el álbum de fotos de sus amantes de juventud.
La masonería se ha dejado ver, oír y sentir en los momentos cruciales de nuestra historia: no es este uno de ellos? mantengamos en nuestras mentes que ni Hidalgo, Morelos, Bolívar, ni O'Higgins, ni Mina; ni Juárez, Ocampo, ni Lerdo; ni Martí, ni Flores Magón, Madero, ni Carranza; ni Cárdenas, ni Allende, ni sus correligionarios, se quedaron en sus talleres lanzando loas a los prohombres que les antecedieron. Ellos son lo que son, porque entendieron que la mejor forma de honrar a sus antepasados es imitando su actividad en pos del bien de su pueblo y asimilando su mensaje inmortal de dignidad, de conciencia social, de acción renovadora, y comprendieron que cuando el vaso de la tolerancia y el plato de la paciencia se colman con gotas de injusticia, enajenación, fanatismo, hegemonía y explotación, se rompen para hacer correr el turbio torrente hacia el filtro de la regeneración.
Ahora ellos son héroes; pero en lugar de adularlos, hay que imitarlos como ellos lo hicieron con sus hermanos mayores; sólo así, los que comienzan el ascenso en la escala masónica podrán tener nuevos héroes que honrar, nuevos proyectos que continuar y superar.
Que la paciencia no sea apatía; que la tolerancia no sea indiferencia. Hay que tener presente el compromiso adquirido desde que se vio la primera luz. Hay que Dejar de ser ratones de templo para recuperar esa condición original de leones del progreso humano.
José Ramón González Chávez
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