León Zeldis, FPS, 33°
PSGC, Supremo Consejo del Rito Escocés del Estado de Israel
Gran Maestro Adjunto Honorario
La costumbre de entregar dos pares de guantes al recién iniciado, uno para sí mismo y el otro para la mujer que más respeta, tiene una larga tradición histórica. Posiblemente, su origen se remonta al siglo X. Una crónica relata que en el año 960, los monjes del Monasterio de San Alban en Maguncia le ofrecían un par de guantes al obispo en su investidura. En la oración que se pronunciaba en la ceremonia de la investidura, se imploraba a Dios que vistiera con pureza las manos de su sirviente.
Durandus de Mende (1237-1206) interpretaba los guantes cono símbolo de modestia, ya que las buenas obras ejecutadas con humildad deben ser mantenidas en secreto.
En la investidura de los reyes de Francia, éstos recibían un par de guantes, tal como los obispos. Las manos ungidas y consagradas del rey, así como las de un obispo, no debían tener contacto con cosas impuras. Después de la ceremonia, el Hospitalario quemaba los guantes, para impedir que pudieran ser utilizados para usos profanos.
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