No son pocas las ideas erróneas y los prejuicios que se han difundido sobre la verdadera naturaleza de la Institución que lleva el nombre simbólico de Masonería.
Esto se debe especialmente a su carácter oculto y misterioso que, si constituye para algunos un motivo de atracción, lo es para otros igualmente de desconfianza, haciéndole el blanco para las flechas de sus adversarios que, aun cuando sean sinceros, la desconocen.
El llamado secreto masónico es justamente el punto sobre el cual más se ha especulado, y sobre el cual se basan los que condenan nuestra Orden Augusta. No comprendiéndose su razón, ni su verdadera naturaleza, o sea, el carácter espiritual, iniciático y constructivo de ese secreto, no se quiere ver en el mismo más que un pretexto para fines execrables, o cuando menos tales que no pueden confesarse públicamente, por tenerle miedo a la luz del día.
Se siente sobre todo, en esas reuniones que se rodean de cuidados y de circunspección para ponerse a cubierto de la indiscreción de todos aquellos que se consideran extraños, una atmósfera que parece como de conspiración en contra del bienestar y de las públicas instituciones.
Por lo tanto se atribuyen a aquellos secretos conciliábulos, una especie de oposición permanente a todo lo que la mayoría de las personas considera como bueno, legítimo, justo y sagrado.
Sin embargo, en todos los ataques abiertos, en contra de ese secreto -- que concierne tanto la naturaleza de la Orden como las reuniones-- siempre se transparenta el temor y la preocupación que hizo motivar a un emperador romano (Trajano) la prohibición de toda clase de reuniones con la razón de que "cuando algunas personas inteligentes se reúnen, aunque fuera sólo para extinguir los incendios, puede producir esto consecuencias mucho más graves que la destrucción de unas cuantas casas o de toda una ciudad".
También la proclamación del principio de la libertad individual, y sobre todo de la libertad del pensamiento, que siempre ha hecho dentro de la Masonería, así como afuera, con su influencia, se presta aparentemente para justificar toda clase de licencias (olvidándose el carácter de Institución Orgánica de la Moralidad que la define en todos sus estatutos), además de constituir una amenaza en contra de todo aquello que precisamente se funde (aunque sea con buenas y justificadas intenciones), sobre la limitación o la supresión de la misma.
En el curso de la obra haremos ver cómo deben entenderse, tanto la libertad que en la Masonería se proclama como la naturaleza de su secreto. La comprensión de éste y de aquélla contribuirá indudablemente en hacer desaparecer muchos prejuicios que hacen que personas honradas le levanten a menudo objeciones razonables y, en apariencia, justificadas. Pero, el objeto de este trabajo no es precisamente apologético; nuestro intento no es defender la Sociedad en contra de los ataques que le han venido de muchas partes, ya sea por la incomprensión de su carácter verdadero, o por los temores de cualquier clase que pueda haber inspirado.
En otras palabras, en lugar de detenernos a discutir sobre lo que no es la Masonería, combatiendo los errores y las diferentes objeciones que se le hacen, nos esforzaremos en hacer ver, con la mayor posible claridad y sencillez lo que es realmente. Sobre todo lo que es en su esencia más verdadera, íntima, espiritual y universal, en sus principios que descansan sobre las leyes del universo y de la evolución humana, y en su finalidad constantemente progresista y constructora.
Más bien que la Sociedad, según se halla actualmente constituida y organizada, es nuestro deseo hacer ver el espíritu vivificante, que la anima y que constituye su principio y su razón de ser; o sea, como otros lo han dicho, poner en evidencia por encima de su forma exterior, el masonismo como escuela filosófica ecléctica, impersonal y constructiva, como camino individual hacia la Verdad, como arte (y ciencia al mismo tiempo) de la Vida, en su más alta y dilatada acepción, como doctrina y factor de Armonía y de Progreso para cada hombre particularmente, para la sociedad y el medio en que se encuentra, y para toda la humanidad.
De nuestro estudio se hará evidente el error de atribuirle un carácter antisocial o antirreligioso. Aunque proclame la Verdad por encima de todas las creencias, y la libertad de buscarla por encima de toda limitación y de todo dogmatismo, no quiere decir con esto que se halle naturalmente en contra de alguna o de cualquier particular convicción o creencia; al contrario, la tolerancia más amplia y más plena, en materia de religión, es uno de sus principios fundamentales, y toda convicción sincera se halla igualmente respetada en su seno.
Más aún, ningún masón verdadero puede ser un ateo o irreligioso, aunque no se haga en ella, tampoco sobre este punto, la menor constricción, dado que se considera que la Verdad ha de ser reconocida de adentro y de ninguna manera impuesta de afuera. Los principios de laicidad y de libertad de conciencia que en ella se afirman, cuando sean, como deben, acompañados constantemente por ese espíritu de plena tolerancia, no pueden nunca interpretarse en sentido antirreligioso; más bien hacen ver y comprender la religión verdadera y única que se halla en la base de los sentimientos religiosos de toda la humanidad, y de la cual toda confesión religiosa es una forma o cristalización particular.
Sin ser una religión, y sin declararse partidaria o contraria de ninguna, la Masonería respeta igualmente todas estas manifestaciones del sentimiento religioso del hombre; pero, por encima de las creencias y formas exteriores (que de por sí no tienen valor y decaen al decaer del espíritu que las anima) hace hincapié en el espíritu religioso que se encuentra en cada hombre, como anhelo instintivo hacia lo bueno, lo bello y lo verdadero y procura cultivarlo y fomentar su desarrollo, independientemente de las formas en que pueda expresarse, de manera que se manifieste libremente en la forma para cada cual más apropiada.
La iniciación por medio de la cual se logra, se confiere y se reconoce la cualidad de Masón (como lo veremos, la iniciación verdadera es un proceso espiritual que se halla simplemente simbolizado por el ceremonial de recepción en la Sociedad), es pues, un desarrollo progresivo que procede de adentro hacia afuera y que puede parangonarse al que origina el crecimiento de una semilla o de un germen en una planta u organismo completo, que potencialmente existía en aquellos, en un estado latente.
Realmente la Masonería se propone buscar y poner en evidencia esa perfección espiritual latente en todo ser humano, que en él se halla inherente al estado de Divina Semilla, facilitando los medios para su más completo, armónico y gradual desarrollo. En otras palabras su objeto fundamental es educar al hombre y hacerle mejor, o según se expresa simbólicamente, trabajar la piedra bruta (que representa el carácter y la personalidad en su estado de imperfección) y hacer de la misma una piedra labrada que pueda mejor llenar su función constructiva en el edificio de la sociedad y de la vida universal.
La Masonería reconoce, por consiguiente, implícitamente la perfección inherente en el hombre --así como una piedra labrada o una estatua se encuentra potencialmente en cada bloque o piedra bruta-- y dirige sus esfuerzos para que esa perfección se haga evidente, por medio del proceso sencillo y seguro de quitarle asperezas externas. Lo mismo hace también el tallador de piedras al transformar el diamante en una joya, desde el estado natural en que se encuentra. Y ésta es, tal vez, la mayor diferencia de principios entre nuestra Institución y la creencia, comúnmente aceptada en algunas religiones, en la originaria fundamental imperfección del hombre; y en lugar de una patética salvación (o redención) la Masonería indica al hombre la necesidad de labrar por sus esfuerzos su propio Camino de progreso, trabajando como obrero para la realización de los Planes Ideales de la Inteligencia Cósmica.
Y la Masonería es verdaderamente tal según ejerce esa función primordial educativa y constructora, es decir según realmente contribuye en hacer mejores a todos aquellos que ingresen en ella, incitándolos a progresar espiritual, moral e inteligentemente, adquiriendo una conciencia más clara de sus deberes y estableciendo una relación más armoniosa y profunda con el Principio Interno de la Vida (que se reconoce y se venera con el nombre simbólico de Gran Arquitecto), con las condiciones externas en que uno se encuentra, y con sus semejantes. Alejándose de ese objeto se alejaría, pues, igualmente de su principal finalidad.
Nos dirigimos con este escrito por igual a los masones como a los que no lo sean, y tenemos la seguridad de que, tanto los unos como los otros hallarán en ella un estímulo para conocer mejor la naturaleza verdadera de la Institución, iniciándose en la mística comprensión de ese secreto que nunca puede cesar de ser tal, por más que nos esforcemos por penetrarlo y revelarlo.
Se trata, pues, del secreto mismo de la Vida y del Ser, que es el Manantial Inagotable de la Verdad y de su progresiva revelación. Por más que tratemos de abrevarnos en ella y logremos satisfacer, aunque sea parcialmente, nuestra sed y nuestra hambre de conocimientos, y hacer a los demás partícipes de lo que hemos encontrado y asimilado, más todavía nos queda, por conocer y revelar. Ese secreto es como una mina de oro, cuyo filón se pierde en los abismos insondables de la tierra: nunca nos será posible agotarlo; por más oro que llevemos a la luz, más oro todavía quedará secreto en las entrañas profundas del suelo.
Pretender revelar por completo ese secreto es una implícita confesión de ignorancia. Pretender agotarlo, sería como si un hombre quisiera vaciar el océano, sacando el agua con una cubeta. De aquí la puerilidad de esas pretendidas revelaciones estilo Leo Taxil, en que el autor ni se ha dado cuenta de la naturaleza real del secreto masónico; ese secreto es tal que sólo los masones verdaderos están capacitados para conocerlo, aunque se proclamara "sobre los techos".
En este escrito no se revela ninguna palabra o signo secreto, ni se dan particulares sobre las diferentes ceremonias que se explican: el que quisiera conocer estas cosas se encontraría desilusionado, pues el Secreto Masónico aún esta oculto. Pero estamos seguros que no lo estará quien desee saber lo que realmente es la Masonería y cómo puede uno ingresarse en su espíritu y participar en la herencia maravillosa que nos trae de las edades más remotas. Sus beneficios son, pues, esencialmente, morales y espirituales, como el oro simbólico de los alquimistas --hermanos de los masones-- y, sin embargo, no dejan de surtir efectos también materiales, en cuanto contribuyen a manifestar en la vida exterior la Divina Perfección Eterna del Ser.
Toda nueva Verdad hacia la cual se abre nuestra mente, todo nuevo conocimiento real que se añade al caudal que enriquece la vida interior, es, pues, una Fuerza Vital que estimula nuestro progreso; y todo error y prejuicio que logremos vencer y superar y una parte necesaria de nuestra progresiva liberación del mal, en sus formas más diferentes. Dado que todo mal, según lo enseñaban Budha y Pitágoras, radica en la ignorancia, en el error y en la ilusión, que constituyen el verdadero pecado originario de la humanidad; y sólo conociendo la Verdad, según lo dijo Jesús, podemos librarnos a la vez de la causa y de sus efectos.
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