miércoles, junio 18, 2008

La Masonería en la Independencia de América

(Tomado del prólogo de JACOBO CASIJ PALENCIA)

He aquí una obra destinada a mostrar apasionantes aspectos de nuestro pasado. El autor, -luchador tenaz-, con vigorosa persistencia no exenta de costosos sacrificios personales, ha logrado darnos una imagen desconocida del drama y de los actores de nuestra lucha emancipadora. En el futuro para entender mejor los acontecimientos de nuestro siglo XIX y para juzgar a los hombres de aquella época, habremos de recurrir, como referencia obligada a esta versión distinta de la historia de América.

Italo estadinense nacido en Richmond de Virginia, cuando no más medio siglo antes la esclavitud y la servidumbre habían florecido allí frondosas, como el tabaco rubio de sus campos, Americo Carnicelli, lejos de absorber aquel flamante prejuicio regional, desde la infancia nutrió su espíritu en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, ideales que en aquel grande y contradictorio país, Washington, Jefferson y Lincoln habían consagrado como normas de conducta para enaltecer la dignidad del hombre.

Q:.H:. Américo Carnicelli

Durante más de 32 años Carnicelli fue reuniendo los elementos de esta obra, en cuya tarea se despojó de artificios, en gracia de conservar su autenticidad original. En su presentación ha seguido un método cronológico para que el lector no pierda el hilo escondido que ató a unos hombres con otros, y a estos con los acontecimientos e instituciones que determinaron el proceso de nuestra gesta emancipadora, e influyeron en la etapa inicial de nuestra vida republicana.

Es sabido que desde el Siglo XVII y en el decurso del XVIII, se desató en Europa soterrada o abiertamente, una violenta hostilidad contra el Im­perio Español. Principalmente Inglaterra, Francia y Holanda desplegaron su astucia para canalizar esfuerzos hacia un objetivo común; distraer las energías y los recursos de España, mientras conquistaban tierras y más amplias mercados a este lado del Océano, forzados por los requerimientos angustiados de su propio desarrollo. Encadenados por el interés común, en tácita alianza demoníaca, desataron una lucha sin pausas para hacer posible lo que les era necesario: Abatir un imperialismo para que el mun­do renaciente no tuviera problemas de crecimiento. No habría miramientos en los medios para lograr el fin, sobre toda cuando las necesidades propias de cada una de esas Naciones, ahora se identificaban con los intereses económicos universales. Y así bajo secretos auspicios oficiales o con la son­riente complacencia de sus Reyes o Ministros, Preston, Sommers, Gramont,

Sir Walter Raleig, Sir Henry Morgan, L'Onnois, Drake, saquearon ciudades, destruyeron bajeles en los puertos o en mar abierto para apropiarse de los tesoros de su Majestad Católica.

A la par que los filibusteros socavaban el poderío del Monarca inco­municándolo de sus colonias, abrían a sus vasallos nuevas rutas de inter­cambio comercial, aunque clandestino, que les despejaba halagüeños ho­rizontes a sus productos de exportación, y les procuraba mejores precios a las mercancías europeas que los criollos adquirían de mercaderes y marinos de diversas procedencias. Además, el aislamiento de la España Peninsular fue fortaleciendo en los nativos de América su espíritu auto­nómico, con lo cual, si el corsario no fue como lo define un historiador, agente remoto de nuestra libertad política, al menos si resultó partícipe necesario de nuestro renaciente libre intercambia comercial.

Dentro de un marca de hostigamiento antiespañol, cuando los reveses del poderoso producen satisfacción ecuménica, aun en aquellos que con él mantienen relaciones cortesanas, diplomáticas o comerciales, o de él de­rivan su sustento, encontró el autor el filón explotable para su relato his­tórico.

Luego, una onda explosiva anda recorriendo el mundo de polo a polo, con los presagios de un profundo sacudimiento. Es que el problema no es simplemente vagabundaje de piratas, sino también un sísmico alumbra-, miento de la libertad. Y esta, para repetirlo con un eminente historiador americano, "no es anarquía. No es mortal disgregación, La libertad ha de detener un objetivo y una conciencia para defenderla, libertad es la conquista de la tierra abandonada. Es pan, campos labrados, industria, arte, ciencias, trabajo, desenvolvimiento de las facultades humanas, volun­tad de vivir, preparación del futuro, lucha y contínua deber. La libertad sólo puede ser obra de un pueblo, esa fuente magnífica de historia".

Ya avanzado el Siglo XVIII, aquellos modestos Talleres nacidos en Inglaterra que congregaban a obreros y artesanos de la libertad, se han fortalecido en la Europa Continental y al otro lado del Atlántico. Han cre­cido como la espuma. En Francia son punto focal de la Enciclopedia; en la España Metropolitana amparan bajo sus secretas columnas a perso­najes de la alcurnia de don Pedro Rodríguez, Conde de Campomanes y Fiscal del Consejo de Castilla, de don Pedro Pablo de Abarca y de Bolea, Décimo Conde de Aranda, Capitán General, Presidente del mismo Consejo, y don José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, también Fiscal del Consejo Regio. Quién creyera que tan sagradas eminencias, resultaran agentes luciferinos de esa corriente universal de siempre, que ni se insti­tuye en Iglesia ni en antiglesia, ni se organiza en partido ni como antipar­tido pero que constantemente combate contra quienes a pretexto de salvar al hombre, hipotecan su conciencia, limitan su pensamiento o recortan sus .asías de progreso.

En la América sajona, indo-española o portuguesa, los mejores. valores, como eslabonados a una cadena misteriosa, van confiando su protesta y canalizando sus esfuerzos, en el silencio explosivo de las logias. Dentro del sigilo, los Precursores pueden comunicarse, preparar la semilla y sem­brar el árbol de la revolución, cuyas raíces ocultas agrietarán la estructura del poder. Y, cosas del destino, antes de que el sol se ponga en territorios de Su Majestad Beatífica, en Francia habrán de caer las testas embruteci­das de los Luises y en los Estados Unidos, ahítos de perfidia, Washington y sus 20 hermanos masones, los Generales de su Estado Mayor, al frene de los colonos, se habrán emancipado de la regia potestad de la Corona Anglicana.

No es que el autor pretenda sostener que la liberación americana sea obra exclusiva de masones, pero sí es curioso el crecido número de sus participantes. Nosotros que hemos tenido el privilegio de examinar la prue­ba documental que aquel tiene en su poder y cuya gran parte va a conocer el lector, podemos afirmar que aquellos tiene acciones muy valiosas en esa epopeya continental.

Y cuantas sorpresas nos reserva el libro cuyos detalles, en gracia de discreción no debemos adelantar. Sin embargo, queremos prevenir a quien se inicia en su lectura: No hay apellido ilustre de la época que no figure en su escalafón. Unos que persistieron, otros que renegaron, pero cuya actuación. ha quedado enfocada por el ojo de la historia, para orgullo de muchos o para motivo de penitencia de algunos timoratos.

Miranda, Espejo y Nariño, primero, luego Bolívar, Santander, San Mar­tín, y O'Higgins, son suficientes para enaltecer los cuadros lógicos de aquellos núcleos que fraguaron el primer pacto andino de la libertad polì-tica, cuya obra masónica , profana bastantea de indulgencias plenarias a quienes, pensando en locuras de algún antepasado, vayan a sentir ahora el estigma de otra especie de pecado original. Porque además, amable lector, si estás compungido, vas a encontrar entre columnas, trabajando con tu pariente prócer, a más de un Cura rebelde, ya santificado en el corazón agradecido de la Patria_

Tomado del prólogo de JACOBO CASIJ PALENCIA

Este libro lo puede adquirir en las oficinas de la Gran Logia de Colombia

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