VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
En la vida profana asistimos con frecuencia a ritos y ceremonias, en su mayoría llenas de intrascendencia. Sin embargo, sus actores la sienten con mucha riqueza, aunque esta sea de carácter material. Esta aseveración se la hace porque este tipo de ritos no están llamados a un progreso interior si producen lo que antiguamente llamaban magia, en la cual se invocaba a las fuerzas de la naturaleza para el beneficio de sus protagonistas.
En contraposición a ellas, los masones practicamos nuestros ritos, en la pasividad de nuestros templos, rodeados de la grandeza y sinceridad de su trascendental significado, donde las enseñanzas nos parece siempre nuevas, inspiradoras, vivificantes y prácticas para la vida.
El rito es una vía para asegurar la comunicación intuitiva entre el mundo profano y lo sagrado. Permite al iniciado trascender para colocarlo en un estado de receptividad para captar verdades universales, y con ello romper el gran misterio. Son representaciones o psicodramas de mitos o leyendas, verdaderos calidoscopios de símbolos o alegorías en acción, que ocultan a la inteligencia común verdades superiores que son percibidas por el adepto solo por medio de la repetición exacta del ritual, enseñanzas que trascienden el tiempo y el espacio. Por ello era llamado el “Oráculo eterno” por los antiguos egipcios.
El rito es en realidad una apertura. Se trata de romper con el mundo exterior e introducirnos en el mundo interior, de tal manera que repercute dentro de nosotros la revolución del universo, su constante transformación y su influencia en nuestra interioridad. Somos el macro y microcosmos, y de esta manera nuestra alma tiene ....
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