El silencio es algo desconocido para el hombre común, no solo porque en la vida moderna no se le asigna ningún valor, sino porque hablar cumple con otras funciones, aparte de la obvia que es la comunicación través de la palabra nos representamos la realidad, de manera que nuestra descripción del mundo se sustenta en una estructura de imágenes y conceptos traducidos en palabras que pierden su condición de instrumentos y se transforman en un sustituto de aquello que representan.
En términos del maestro: "Lo malo de las palabras es que siempre nos fuerzan a sentirnos iluminados, pero cuando damos la vuelta para encarar al mundo, siempre nos fallan y terminamos encarando al mundo como nos es habitual sin iluminación".
Así, siempre estamos hablando. Llenamos los vacíos de nuestras interacciones con palabras que, al no haber intencionalidad carecen de significado cuando no tenemos a nadie a nuestro lado para justificar el parloteo, hablamos a nosotros mismos para decirnos lo que somos, lo que sentimos y lo que queremos.
El primer paso que debe dar el aprendiz para alcanzar el silencio, es controlar el parloteo. En la medida que la mente tiene la facultad de conversar consigo misma y al mismo tiempo, de observar su conversación, el aprendiz debe usar esta facultad para analizar el contenido de sus conversaciones. Descubrirá que la mayor parte de ellas son la manifestación de hábitos prescindibles, entre los cuales, el más destacado, es el habito de quejarnos. Buena parte de nuestras conversaciones tiene por objeto transmitir nuestras quejas a un interlocutor que no necesariamente está interesado en escuchar, sino que está esperando su turno para transmitir, a su vez, sus propias quejas. El objetivo de esto es, como se verá mas adelante, mantener una determinada imagen personal.
Despojado del hábito del parloteo inútil, el aprendiz no sólo descubre el sentido de la verdadera comunicación, sino que también aprende a escuchar la riqueza del silencio, el que lo lleva a una comprensión más profunda de la vida y le ayuda a dejar el hábito de hablar siempre de sí mismo. El silencio le enseña también a no quejarse y a no esperar nada, lo que construye la base de la quietud y armonía interior. El silencio controla la ira, la excesiva emotividad, aquieta la mente y predispone al espíritu para el trabajo de desarrollo.
Oscar Ruíz
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