Christian Jacq
En la tumba 218. que pertenece al adepto Amennakht, una escena curiosa nos relata uno de los episodios de la iniciación: se ve a un hombre cuyo cuerpo es de color negro. Es el símbolo de la sombra del sol, del individuo que no ha recibido aún la luz.
Mientras el constructor no ha sido iniciado, permanece en estado de «sombra»; por la comprensión del rito, penetrara en el corazón del sol y se convertirá en un «Hijo de la Luz», encargándose de propagarla entre sus hermanos v por el mundo.
Una intensa alegría se desprende de los ritos de la cofradía; diariamente, los iniciados hacen sacrificios a los dioses y rinden homenaje al rey vivo, al revés muerto y a todas las divinidades egipcias. Se comunican de un modo casi natural con lo sagrado, de donde obtienen la fuerza necesaria para la realización de sus tareas.
Una de las leyendas más apasionantes que nos reveló Deir el-Me-dineh se refiere al asesinato de un maestro llamado Neferhotep por un obrero que quería usurpar su cargo. El nombre del maestro está formado por dos palabras egipcias que significan «la perfección en la belleza» y «la paz, la plenitud». Simboliza, por consiguiente, el iniciado perfecto puesto en peligro por los ávidos y los envidiosos. Ahora bien, encontramos de nuevo el mito del maestro asesinado en el origen de uno de los grados masónicos más profundos, el de maestro masón.
Podríamos extendernos mucho sobre los ritos iniciáticos y la existencia cotidiana de la prodigiosa cofradía egipcia. Nos queda demasiado camino por recorrer hacia la masonería moderna para demorarnos más tiempo. Advirtamos, sin embargo, que una organización iniciática de constructores estaba perfectamente constituida catorce siglos antes de nuestra era. Sus leyes, su simbolismo, su moral alcanzan un alto grado de espiritualidad y, sobre todo, esos hombres construyen su vida al construir el templo.
Divinizando la materia, divinizan al ser humano. Perfectamente integrados en el imperio faraónico, son uno de los más hermosos florones de su sociedad y su mensaje artístico sigue hablando, directamente, a nuestro corazón y a nuestro espíritu.
Es evidente que la cofradía, rigurosamente documentada a finales de la XVIII Dinastía, existía antes. Como han demostrado los trabajos egiptológicos, las pirámides no fueron construidas por esclavos; ya en la más antigua época, los constructores se habían constituido en sociedad y los egipcios del siglo II d.C. conservaban, aún, el admirado recuerdo del genial maestro de obras Imhotep, arquitecto, médico y alquimista.
Con los adeptos de Deir el-Medineh, estamos en el meollo de la expresión primitiva de la masonería. Es el primer apogeo de la época llamada «operativa», puesto que la obra del pensamiento se concretiza directamente en la obra de las manos. El hombre estaba completo, era armonioso; exponía sus ideas a la prueba de la materia y vivía en una comunidad iniciática donde la fraternidad no era una palabra vana.
Recordaremos esos datos fundamentales cuando hagamos un balance de la evolución de la masonería moderna. Los artesanos de Deir el-Medineh nos revelaron reglas de vida mucho más importantes que cualquier otra constitución administrativa.
En la tumba 218. que pertenece al adepto Amennakht, una escena curiosa nos relata uno de los episodios de la iniciación: se ve a un hombre cuyo cuerpo es de color negro. Es el símbolo de la sombra del sol, del individuo que no ha recibido aún la luz.
Mientras el constructor no ha sido iniciado, permanece en estado de «sombra»; por la comprensión del rito, penetrara en el corazón del sol y se convertirá en un «Hijo de la Luz», encargándose de propagarla entre sus hermanos v por el mundo.
Una intensa alegría se desprende de los ritos de la cofradía; diariamente, los iniciados hacen sacrificios a los dioses y rinden homenaje al rey vivo, al revés muerto y a todas las divinidades egipcias. Se comunican de un modo casi natural con lo sagrado, de donde obtienen la fuerza necesaria para la realización de sus tareas.
Una de las leyendas más apasionantes que nos reveló Deir el-Me-dineh se refiere al asesinato de un maestro llamado Neferhotep por un obrero que quería usurpar su cargo. El nombre del maestro está formado por dos palabras egipcias que significan «la perfección en la belleza» y «la paz, la plenitud». Simboliza, por consiguiente, el iniciado perfecto puesto en peligro por los ávidos y los envidiosos. Ahora bien, encontramos de nuevo el mito del maestro asesinado en el origen de uno de los grados masónicos más profundos, el de maestro masón.
Podríamos extendernos mucho sobre los ritos iniciáticos y la existencia cotidiana de la prodigiosa cofradía egipcia. Nos queda demasiado camino por recorrer hacia la masonería moderna para demorarnos más tiempo. Advirtamos, sin embargo, que una organización iniciática de constructores estaba perfectamente constituida catorce siglos antes de nuestra era. Sus leyes, su simbolismo, su moral alcanzan un alto grado de espiritualidad y, sobre todo, esos hombres construyen su vida al construir el templo.
Divinizando la materia, divinizan al ser humano. Perfectamente integrados en el imperio faraónico, son uno de los más hermosos florones de su sociedad y su mensaje artístico sigue hablando, directamente, a nuestro corazón y a nuestro espíritu.
Es evidente que la cofradía, rigurosamente documentada a finales de la XVIII Dinastía, existía antes. Como han demostrado los trabajos egiptológicos, las pirámides no fueron construidas por esclavos; ya en la más antigua época, los constructores se habían constituido en sociedad y los egipcios del siglo II d.C. conservaban, aún, el admirado recuerdo del genial maestro de obras Imhotep, arquitecto, médico y alquimista.
Con los adeptos de Deir el-Medineh, estamos en el meollo de la expresión primitiva de la masonería. Es el primer apogeo de la época llamada «operativa», puesto que la obra del pensamiento se concretiza directamente en la obra de las manos. El hombre estaba completo, era armonioso; exponía sus ideas a la prueba de la materia y vivía en una comunidad iniciática donde la fraternidad no era una palabra vana.
Recordaremos esos datos fundamentales cuando hagamos un balance de la evolución de la masonería moderna. Los artesanos de Deir el-Medineh nos revelaron reglas de vida mucho más importantes que cualquier otra constitución administrativa.
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