sábado, setiembre 17, 2005

Fraternidad

“ El imperativo de la fraternidad es obrar con los demás tal y como desea que los demás obren con usted. De no cumplirlo, jamás podrá complacer a Dios ”.

Que tu consigna sea :

“ « Soy el guardián de mi hermano »

¿ Quién es su hermano ?

Sea quien sea, ya sea blanco o negro, joven o viejo, rey o presidente, lleva impresa la huella del Hacedor en la tierra. Todos los hombres son sus hermanos ”.

Desde el principio de los tiempos, hemos estado siempre, a pesar de no ser conscientes de ello, en contacto directo con Dios.

Parte de nuestra herencia es experimentar dicha relación con nuestro Creador a través de la comprensión consciente de nuestra interacción con los demás.

Uno de los aspectos más importantes de la transformación personal es ser plenamente conscientes del vínculo fraternal inherente a todo ser humano.

Dicho vínculo común no es otro que formar parte de una comunidad espiritual.

Puesto que Él es nuestro creador, todos integramos la misma Totalidad.

Esta conexión espiritual aspira manifestarse en la tierra.

En lo más profundo de cada individuo subyace la conciencia de un buscador nato. Todos anhelamos conseguir que en nuestra comunidad espiritual reine la fraternidad.

Dentro de cada uno de nosotros reside un modelo de unidad que avanza hacia la búsqueda de la plenitud, el servicio y el amor hacia los demás.

Al entrar en armonía con dicho modelo, logramos alcanzar la plena realización de la verdadera fraternidad.

Esta llama interior nos impele hacia el grado más alto de plenitud posible en la íntima relación que mantenemos con nuestro Creador. Sin embargo, debido a nuestra limitada comprensión de este deseo espiritual, solemos tratar de satisfacer dicho anhelo de forma material o superficial, lo que aumenta nuestra sensación de vacío interior.

Porque ese deseo fraternal al que el alma aspira, sólo puede ser satisfecho a través de las manifestaciones del espíritu:
el altruismo, el servicio y el amor.

La fraternidad es la plena realización de nuestra conexión con los demás y nuestro vínculo con Dios.

A medida que somos más conscientes de esta relación, comprendemos nuestra obligación para con todos los individuos
que integran la comunidad mundial.

Cuando alcanzamos comprender que Él se halla tanto en nosotros como en los demás, despertamos a nuestro verdadero ser.

Cuando permitimos que el amor de nuestro Creador fluya a través de nosotros, descubrirnos en los demás ese vínculo que nos une en tanto que seres humanos, nuestra común y más profunda conexión espiritual.

Gracias a ella, gracias a la fraternidad, somos conscientes de nuestra estrecha unión con todos los hijos de Dios.

Nuestra responsabilidad hacia los demás Llegará un día en la historia del mundo en el que el hombre será plenamente consciente de su responsabilidad hacia el prójimo.

En respuesta a la pregunta bíblica :

“ ¿ Acaso soy el guardián de mi hermano ? ”, la respuesta debería ser un “ sí ” rotundo.

El mundo es una comunidad de la que todos formamos parte.

Aunque nuestro “ hermano ” se halle en las antípodas, somos responsables de todo cuanto podamos hacer para relacionarnos con él.

Desde un punto de vista práctico, ¿ qué papel debemos representar a la hora de escenificar el plan divino ?

Cada uno de nosotros cuenta con misiones y oportunidades particulares para ayudar a los demás.

Al margen de nuestra situación o circunstancias, siempre podemos ser serviciales con nuestros semejantes.

El estar al servicio de los demás no significa tener que llevar a cabo obras extraordinarias o participar en la vida de cientos de personas.

Siguiendo el modelo de Jesús, debemos tratar a los demás con paciencia, ternura, compasión y amor.

Por ínfima que pueda resultar nuestra acción, en tanto que canales del amor de Dios, cuanto hagamos por nuestros semejantes será siempre la manifestación de la voluntad del Creador en el mundo material.

“ Salvo que cada entidad anímica conforme, a través de la palabra y las obras, un mundo mejor, más lleno de esperanza, un poco más paciente, más fraternal, más digno y más compasivo, la vida es un fracaso.

Aunque logre tener el mundo en sus manos, cuán baja será su autoestima, si olvida el propósito por el cual el alma comenzó esta particular travesía.

No se sobre ~ estime, pero tampoco se infravalore, pues nadie le conoce mejor que usted mismo.

El autoconocimiento no es egoísmo si encamina su vida al servicio de los demás.

¿ Quién es el más grande ?

Aquel que es siervo de todos, el que contribuye para que toda alma sienta la alegría de vivir, la alegría de tener la oportunidad de estar al servicio de su semejante ”.

Al igual que un padre ama incondicionalmente a sus hijos, Dios nos brinda en todo momento su compasión y manifiesta en la tierra su ayuda y amor incondicional a través de nosotros.

Cuando no somos capaces de perdonar a nuestro semejante, demostrarnos compasivos con él o de ofrecerle ternura, incumplimos nuestra responsabilidad en la tierra, obramos en contra de la comunidad espiritual a la que pertenecemos, incumplimos nuestras obligaciones como hijos de Dios.

Mientras estemos vivos, tenemos la oportunidad de estar siempre al servicio de los demás.

Ver en nuestros hermanos la llama de la bondad depende enteramente de nosotros.

Si somos capaces de minimizar los errores de los demás de magnificar sus virtudes, de comprender que incluso nuestro peor “enemigo” tiene amigos, nuestra interacción con los demás mejorará sobremanera.

Esto no significa que debamos aceptar ciegamente la forma de actuar o de pensar de otra persona, sino que debemos verlos con los ojos de nuestro Creador.

Al hacerlo, descubriremos que todo ser humano es digno de nuestro amor, ternura, compasión, consejos y ayuda.

“ No empezará a pensar correctamente hasta ver en la vida de aquellos a quienes desprecia, alguna de las cualidades de su Hacedor.

Porque cada entidad anímica en la tierra, sea cual sea su forma o color, o posea alguna desfiguración corporal o mental,
vive en ella por la gracia de Dios.

Porque Él no desea que ningún alma perezca que ha preparado una vía de escape.

Y a usted, en tanto que siervo e hijo del Dios viviente; le ha brindado la oportunidad de contribuir al bienestar de incluso aquellos que considera indignos de tener dicha oportunidad.

Así pues, si humilla a los demás, ¿qué clase de árbol florecerá en su propio corazón ?

Si lo hace, usted también será humillado ”.

Contemplar el bien en los demás también nos permite ayudarles a reconocer la fuerza interior que poseen.

Debemos amar a nuestros semejantes tal y como nos ama nuestro Creador.

Todo ser humano, al margen de su raza, credo y cultura, forma parte de nosotros y, en consecuencia, de la Totalidad.


Todos somos miembros de la misma comunidad.

Todos somos hijos de Dios.

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