by R.W.Bro. LEON ZELDIS
Comienzo esta plancha con la declaración categórica de su título. Querido Hermano lector, estamos perdiendo el tiempo. Pero espere un momento, antes que usted apriete la tecla correspondiente y borre esta plancha. Antes de hacerlo, lo invito a pensar un instante acerca de lo que acabo de decir.
¿Qué significa perder el tiempo? En un primer instante, pareciera ser una pregunta muy sencilla de responder. Bueno, ¿qué piensa usted, querido hermano lector?
Para no extender más de lo necesario esta pequeña plancha, voy a dar una posible definición: perder el tiempo es pasarlo haciendo algo inútil, o no haciendo nada. Lo que se dice, matar el tiempo. William James, el psicólogo, decía que matar el tiempo no es un asesinato, sino un suicidio.
Volviendo a la definición que acabo de proponer, evidentemente, la segunda posibilidad es inaceptable. Estamos haciendo algo, aunque no estoy seguro de qué es lo que hacemos, pero no estamos de brazos cruzados. La primera posibilidad, entonces, es la única que se nos aplica. Estamos haciendo algo… inútil.
¡Ah! Pero entonces surge otra interrogante. ¿Qué significa inútil? O bien, lo que es lo mismo, ¿cuándo es útil una actividad?
Aquí estamos entrando en el fangoso terreno de la filosofía. Pero no hay que asustarse, no voy a seguir el consejo de Bertrand Russell, quien escribió que hacerse inteligible es suicidio para el filósofo.
Ya mencioné suicidio dos veces, y como no queremos suicidarnos, conviene que tratemos de decidir sobre lo que es útil, y para comenzar echemos un vistazo a la doctrina que considera lo útil como base de toda filosofía: el utilitarismo.
Veamos qué dice Don José Ferrater Mora acerca del Utilitarismo en su Diccionario de Filosofía:
"El utilitarismo es la doctrina que sostiene el primado del valor de utilidad sobre los demás valores o que sostiene inclusive que sólo él es propiamente un valor". Es decir, no hay cosa que tenga valor si no es útil.
Más adelante especifica, que en su fundamento, el utilitarismo sostiene que todo en la naturaleza o es ventajoso o es nocivo.
El filósofo inglés Bentham hace un juego de manos, y sustituye el Placer por la Utilidad. Es decir, es útil lo que nos da placer, o evita el dolor. John Stuart Mill, otro inglés, quizás el más famoso de la corriente utilitaria, señala que hay distintas gradaciones de placer, y llega a la conclusión que los placeres intelectuales y afectivos son superiores a los sensibles. El placer de escuchar buena música, o de encontrar la respuesta a un problema, dice, es superior al de comer un rico plato, o acostarse con una joven hurí. No sigo en este terreno, pero creo que Mill escribió esa opinión a los 55 años, que en su época era una edad avanzada y cuando las aventuras amorosas ya excedían su capacidad.
Todo esto es un poco abstracto. Volvamos a la tierra. Cuando decimos que algo nos es útil, significa que nos da provecho. El provecho puede ser material – es útil, por ejemplo, ganar más, o tomar un remedio para mejorarse de una enfermedad, o inmaterial, como por ejemplo, tener buenos amigos.
Veamos desde esta perspectiva, si es útil venir a las tenidas de la Logia, sentarse a escuchar una plancha, realizar una ceremonia, poner unas monedas en el T\ de la V\ y volver a casa, o leer la plancha en el ordenador.
¿Dónde está la utilidad de lo que acabo de describir?
En la logia no ganamos dinero, no hacemos negocios, no nos aprovechamos uno del otro y me atrevería a decir, que estar sentado un par de horas en duras sillas no nos produce gran placer.
¿No sería más agradable quedarse cómodamente sentado en el mullido sillón frente al televisor o la computadora, tomar una copita, o chupar un mate bien cebado, escuchar buena música, leer una novela de detectives o algo más serio?
Eso, sin duda sería agradable, es decir, útil.
Sin embargo, comienzo a vislumbrar algunos indicios de que no todo está perdido.
Veamos, ¿Qué se nos declara respecto al objetivo de nuestra institución? La Masonería – decimos - pretende tomar hombres buenos y hacerlos mejores, y por su intermedio mejorar la sociedad humana para alcanzar el ideal de una humanidad sabia, ilustrada y tolerante, donde la fraternidad sea el vínculo universal entre todos los seres humanos.
¿Son útiles todos estos objetivos? Tenemos que suponer que lo son, por irrealizables que sean en un momento y un entorno dados.
Y aquí volvamos un instante al tema del utilitarismo. No cabe duda que el odio, la guerra, los conflictos - el terrorismo - no pueden producir placer. Sólo a las mentes desquiciadas puede dar satisfacción el asesinato de un niño. Personas normales no gozan con el dolor ajeno.
Por lo tanto, todo lo que conduzca a suavizar las asperezas entre las personas, o sea, a incrementar su confraternidad, debe ser positivo y útil.
Estoy contradiciendo mi proposición inicial. Peligroso. Pero sigamos adelante.
Examinemos algunas otras actividades de la vida cotidiana. Por ejemplo, ¿es útil ir al estadio a presenciar un partido de fútbol? No sólo no nos da un provecho material – no ganamos nada – sino que encima nos cuesta la entrada. ¿Cuál es el provecho que nos da? Algo inmaterial, el placer de ver ganar a nuestro equipo, o la oportunidad de mandar al diablo al otro cuando gana.
Recordemos que cuando nosotros ganamos, es porque lo merecemos, mientras que si gana el otro, es por pura suerte.
Veamos otras actividades. Leer una novela, o mirar la televisión, ¿en qué medida es útil? Tenemos que reconocer, sólo en la medida que nos produzca placer, satisfacción. O sea que estamos confirmando la proposición de Bentham, que mencioné antes.
Pero si esto es así, resulta que hay un sinnúmero de actividades comparables, como ir al cine, ir al teatro, a la ópera, a un concierto, ir de compras, ir a la sinagoga, o por último, ir al cementerio – cuyo único placer es la satisfacción de cumplir con un deber moral. Alguien dijo que asistía a todos los entierros de sus amigos, porque si no, ellos no iban a asistir al suyo.
En todas esas ocasiones que acabo de mencionar, se puede afirmar que perdemos el tiempo, a menos que aceptemos la equivalencia útil igual placentero.
Sin embargo, hay actividades, como hacer el nudo de la corbata, ir a la peluquería, lustrarse los zapatos, que ni siquiera bajo esta perspectiva pueden ser consideradas útiles. No hay una obligación moral de cortarse el pelo, y no creo que nos de placer. Y si embargo lo hacemos, perdiendo el tiempo.
El tiempo, queridos hermanos, es el único capital irremplazable, y sin embargo lo despilfarramos día a día, de hora en hora, de minuto a minuto.
Volvamos ahora a la logia. Probablemente algunos de ustedes ya se habrán dado cuenta que hay un error básico, una laguna crucial en mi planteamiento. He estado hablando todo el tiempo del punto de vista del individuo, de uno mismo, y dejé de lado – por el momento – el resto del mundo, la familia, el entorno humano en que vivimos, la sociedad a la que pertenecemos.
Ampliando la mirada, haciendo zoom out, el problema es más complicado; hay actos que pueden no ser útiles para el individuo, pero sí serlo para la sociedad. Un caso sencillo es el del soldado que arriesga su vida para defender la patria. No hay aquí placer alguno en patrullar la frontera, o entrar sentado dentro de un tanque, y sin embargo lo hacemos, porque es útil para el país, y el país incluye a nuestra familia, y la familia nos incluye a nosotros mismos. Así que tenemos un caso de algo útil que no es placentero.
Repito, volvamos a nuestra logia, tomando nuestra logia como representante de toda la Francmasonería (¡ojalá fuera así!).
No sé si ejecutar bien una ceremonia – una iniciación, por ejemplo – produce placer. Creo que sí. Es el mismo placer de cumplir bien un deber, de ejecutar una tarea bien hecha. Es el placer del artista que termina su obra, del concertista que queda satisfecho de haber tocado bien.
Pero hay más. Escuchamos planchas – no ésta, por supuesto – y aprendemos algo. Un filósofo dijo que cuando la mente se estira para abarcar una nueva idea, nunca vuelve a su tamaño anterior. Ensanchando nuestro horizonte mental podemos tocar el borde de lo desconocido. Eso es filosofía, Querido Hermano; como dijo Bertrand Russell, ciencia es lo que uno sabe, filosofía lo que no se sabe. Cuando dos personas intercambian dos monedas iguales, cada uno se queda con lo mismo que tenía antes, pero cuando intercambian dos ideas, ambos quedan más ricos.
Si consideramos sólo la riqueza material, aquí estamos realmente perdiendo el tiempo; pero si se trata de riqueza mental, incluso me atrevería a decir, riqueza espiritual, estamos haciéndonos más ricos. Más ricos en ideas, más ricos en amigos, más ricos en oportunidades de contribuir al bienestar de la sociedad y al progreso de nuestro país. Así que confieso haberme equivocado en el título de mi plancha. Pero quizás fue intencional.
He llegado al fin de mi trabajo. Alguien dijo que si uno no puede decir lo que quiere decir dentro de veinte minutos, es mejor que escriba un libro.
El mensaje que quiero comunicarles con mi plancha es muy simple: si en Masonería perdemos el tiempo o no, depende de nosotros mismos. Hagamos todos, cada uno de nosotros, lo necesario para que no tengamos jamás la sensación de haber perdido el tiempo.
Comienzo esta plancha con la declaración categórica de su título. Querido Hermano lector, estamos perdiendo el tiempo. Pero espere un momento, antes que usted apriete la tecla correspondiente y borre esta plancha. Antes de hacerlo, lo invito a pensar un instante acerca de lo que acabo de decir.
¿Qué significa perder el tiempo? En un primer instante, pareciera ser una pregunta muy sencilla de responder. Bueno, ¿qué piensa usted, querido hermano lector?
Para no extender más de lo necesario esta pequeña plancha, voy a dar una posible definición: perder el tiempo es pasarlo haciendo algo inútil, o no haciendo nada. Lo que se dice, matar el tiempo. William James, el psicólogo, decía que matar el tiempo no es un asesinato, sino un suicidio.
Volviendo a la definición que acabo de proponer, evidentemente, la segunda posibilidad es inaceptable. Estamos haciendo algo, aunque no estoy seguro de qué es lo que hacemos, pero no estamos de brazos cruzados. La primera posibilidad, entonces, es la única que se nos aplica. Estamos haciendo algo… inútil.
¡Ah! Pero entonces surge otra interrogante. ¿Qué significa inútil? O bien, lo que es lo mismo, ¿cuándo es útil una actividad?
Aquí estamos entrando en el fangoso terreno de la filosofía. Pero no hay que asustarse, no voy a seguir el consejo de Bertrand Russell, quien escribió que hacerse inteligible es suicidio para el filósofo.
Ya mencioné suicidio dos veces, y como no queremos suicidarnos, conviene que tratemos de decidir sobre lo que es útil, y para comenzar echemos un vistazo a la doctrina que considera lo útil como base de toda filosofía: el utilitarismo.
Veamos qué dice Don José Ferrater Mora acerca del Utilitarismo en su Diccionario de Filosofía:
"El utilitarismo es la doctrina que sostiene el primado del valor de utilidad sobre los demás valores o que sostiene inclusive que sólo él es propiamente un valor". Es decir, no hay cosa que tenga valor si no es útil.
Más adelante especifica, que en su fundamento, el utilitarismo sostiene que todo en la naturaleza o es ventajoso o es nocivo.
El filósofo inglés Bentham hace un juego de manos, y sustituye el Placer por la Utilidad. Es decir, es útil lo que nos da placer, o evita el dolor. John Stuart Mill, otro inglés, quizás el más famoso de la corriente utilitaria, señala que hay distintas gradaciones de placer, y llega a la conclusión que los placeres intelectuales y afectivos son superiores a los sensibles. El placer de escuchar buena música, o de encontrar la respuesta a un problema, dice, es superior al de comer un rico plato, o acostarse con una joven hurí. No sigo en este terreno, pero creo que Mill escribió esa opinión a los 55 años, que en su época era una edad avanzada y cuando las aventuras amorosas ya excedían su capacidad.
Todo esto es un poco abstracto. Volvamos a la tierra. Cuando decimos que algo nos es útil, significa que nos da provecho. El provecho puede ser material – es útil, por ejemplo, ganar más, o tomar un remedio para mejorarse de una enfermedad, o inmaterial, como por ejemplo, tener buenos amigos.
Veamos desde esta perspectiva, si es útil venir a las tenidas de la Logia, sentarse a escuchar una plancha, realizar una ceremonia, poner unas monedas en el T\ de la V\ y volver a casa, o leer la plancha en el ordenador.
¿Dónde está la utilidad de lo que acabo de describir?
En la logia no ganamos dinero, no hacemos negocios, no nos aprovechamos uno del otro y me atrevería a decir, que estar sentado un par de horas en duras sillas no nos produce gran placer.
¿No sería más agradable quedarse cómodamente sentado en el mullido sillón frente al televisor o la computadora, tomar una copita, o chupar un mate bien cebado, escuchar buena música, leer una novela de detectives o algo más serio?
Eso, sin duda sería agradable, es decir, útil.
Sin embargo, comienzo a vislumbrar algunos indicios de que no todo está perdido.
Veamos, ¿Qué se nos declara respecto al objetivo de nuestra institución? La Masonería – decimos - pretende tomar hombres buenos y hacerlos mejores, y por su intermedio mejorar la sociedad humana para alcanzar el ideal de una humanidad sabia, ilustrada y tolerante, donde la fraternidad sea el vínculo universal entre todos los seres humanos.
¿Son útiles todos estos objetivos? Tenemos que suponer que lo son, por irrealizables que sean en un momento y un entorno dados.
Y aquí volvamos un instante al tema del utilitarismo. No cabe duda que el odio, la guerra, los conflictos - el terrorismo - no pueden producir placer. Sólo a las mentes desquiciadas puede dar satisfacción el asesinato de un niño. Personas normales no gozan con el dolor ajeno.
Por lo tanto, todo lo que conduzca a suavizar las asperezas entre las personas, o sea, a incrementar su confraternidad, debe ser positivo y útil.
Estoy contradiciendo mi proposición inicial. Peligroso. Pero sigamos adelante.
Examinemos algunas otras actividades de la vida cotidiana. Por ejemplo, ¿es útil ir al estadio a presenciar un partido de fútbol? No sólo no nos da un provecho material – no ganamos nada – sino que encima nos cuesta la entrada. ¿Cuál es el provecho que nos da? Algo inmaterial, el placer de ver ganar a nuestro equipo, o la oportunidad de mandar al diablo al otro cuando gana.
Recordemos que cuando nosotros ganamos, es porque lo merecemos, mientras que si gana el otro, es por pura suerte.
Veamos otras actividades. Leer una novela, o mirar la televisión, ¿en qué medida es útil? Tenemos que reconocer, sólo en la medida que nos produzca placer, satisfacción. O sea que estamos confirmando la proposición de Bentham, que mencioné antes.
Pero si esto es así, resulta que hay un sinnúmero de actividades comparables, como ir al cine, ir al teatro, a la ópera, a un concierto, ir de compras, ir a la sinagoga, o por último, ir al cementerio – cuyo único placer es la satisfacción de cumplir con un deber moral. Alguien dijo que asistía a todos los entierros de sus amigos, porque si no, ellos no iban a asistir al suyo.
En todas esas ocasiones que acabo de mencionar, se puede afirmar que perdemos el tiempo, a menos que aceptemos la equivalencia útil igual placentero.
Sin embargo, hay actividades, como hacer el nudo de la corbata, ir a la peluquería, lustrarse los zapatos, que ni siquiera bajo esta perspectiva pueden ser consideradas útiles. No hay una obligación moral de cortarse el pelo, y no creo que nos de placer. Y si embargo lo hacemos, perdiendo el tiempo.
El tiempo, queridos hermanos, es el único capital irremplazable, y sin embargo lo despilfarramos día a día, de hora en hora, de minuto a minuto.
Volvamos ahora a la logia. Probablemente algunos de ustedes ya se habrán dado cuenta que hay un error básico, una laguna crucial en mi planteamiento. He estado hablando todo el tiempo del punto de vista del individuo, de uno mismo, y dejé de lado – por el momento – el resto del mundo, la familia, el entorno humano en que vivimos, la sociedad a la que pertenecemos.
Ampliando la mirada, haciendo zoom out, el problema es más complicado; hay actos que pueden no ser útiles para el individuo, pero sí serlo para la sociedad. Un caso sencillo es el del soldado que arriesga su vida para defender la patria. No hay aquí placer alguno en patrullar la frontera, o entrar sentado dentro de un tanque, y sin embargo lo hacemos, porque es útil para el país, y el país incluye a nuestra familia, y la familia nos incluye a nosotros mismos. Así que tenemos un caso de algo útil que no es placentero.
Repito, volvamos a nuestra logia, tomando nuestra logia como representante de toda la Francmasonería (¡ojalá fuera así!).
No sé si ejecutar bien una ceremonia – una iniciación, por ejemplo – produce placer. Creo que sí. Es el mismo placer de cumplir bien un deber, de ejecutar una tarea bien hecha. Es el placer del artista que termina su obra, del concertista que queda satisfecho de haber tocado bien.
Pero hay más. Escuchamos planchas – no ésta, por supuesto – y aprendemos algo. Un filósofo dijo que cuando la mente se estira para abarcar una nueva idea, nunca vuelve a su tamaño anterior. Ensanchando nuestro horizonte mental podemos tocar el borde de lo desconocido. Eso es filosofía, Querido Hermano; como dijo Bertrand Russell, ciencia es lo que uno sabe, filosofía lo que no se sabe. Cuando dos personas intercambian dos monedas iguales, cada uno se queda con lo mismo que tenía antes, pero cuando intercambian dos ideas, ambos quedan más ricos.
Si consideramos sólo la riqueza material, aquí estamos realmente perdiendo el tiempo; pero si se trata de riqueza mental, incluso me atrevería a decir, riqueza espiritual, estamos haciéndonos más ricos. Más ricos en ideas, más ricos en amigos, más ricos en oportunidades de contribuir al bienestar de la sociedad y al progreso de nuestro país. Así que confieso haberme equivocado en el título de mi plancha. Pero quizás fue intencional.
He llegado al fin de mi trabajo. Alguien dijo que si uno no puede decir lo que quiere decir dentro de veinte minutos, es mejor que escriba un libro.
El mensaje que quiero comunicarles con mi plancha es muy simple: si en Masonería perdemos el tiempo o no, depende de nosotros mismos. Hagamos todos, cada uno de nosotros, lo necesario para que no tengamos jamás la sensación de haber perdido el tiempo.