[1]
Cuauhtémoc Molina García
“Aquéllos que lo conocen no hablan de ello; aquéllos que hablan de ello no lo conocen”
En “Los Vedas”
Para cualquier profano, la Orden Masónica siempre ha sido objeto de mitos y creencias mal fundadas, y es que el natural ámbito misterioso y discreto de la Orden predispone a las personas a mantener esta convicción.[2] El sentido de misterio y de secreto en que se halla envuelta la Orden, si para muchos es un gran atractivo, para otros es morbo y ha sido ocasión de recelos, desconfianza, ataques injustificados y persecuciones por parte del Estado y de la Iglesia.[3] Sin embargo, es de admitirse que los miembros de la Orden tampoco hemos sabido comprender cabalmente la naturaleza de este “secreto” y a menudo, muchos de nuestros hermanos miran con mofa y desprecio el consabido “secreto”, creyendo que éste se reduce a los asuntos tratados en el Taller y a las palabras, tocamientos, llamadas, baterías, marchas y signos que en Logia se les exigió mantener en confidencia bajo juramento. Sorprende que incluso altos dignatarios de la Orden sostengan que “la Masonería debe modernizarse y abandonar ya viejos atavismos”, refiriéndose por supuesto al asunto del “secreto” masónico. Evidentemente, quiénes opinan de esta manera, pese a los grados que ostentan y al tiempo que tienen en la Institución, ignoran la naturaleza iniciática y el valor espiritual que envuelve a la Orden y a su sistema de enseñanza. Otros afirman, incluso con tono doctoral, que la Orden hoy en día y en tiempos de apertura, de globalización y de Internet, ya no es secreta, sino solamente “discreta”, aserción que abona el pleno desconocimiento de la naturaleza esencial de la masonería; esto es, de su substancia iniciática. Para nuestra poca fortuna, al menos en México, muchos masones han llegado a reducir la Masonería a ciertas doctrinas como el liberalismo, entendido éste como “juarismo”, y a su vez éste como anticlericalismo. Y esto les lleva a estos hermanos desorientados a proclamar que la Masonería, hoy en día, “debe ser de puertas abiertas”. ¿En verdad sabrán estos hermanos lo que dicen? ¿Habrán comprendido la esencia del mensaje masónico?
Para efectos de este trazado, hemos de distinguir la “discreción” del “secreto” propio de la doctrina masónica. La discreción se refiere al sigilo que los masones debemos guardar respecto de las cosas formales de la Orden, por ejemplo los asuntos tratados en Logia y sus métodos de reconocimiento, sus ceremonias y otras cuestiones de «forma», no de fondo.[4] El secreto, en cambio, está en dirección de la DOCTRINA, o dicho de otra manera, de las enseñanzas y de los hallazgos de vida interior que el adepto va descubriendo por sí mismo durante el proceso de su desbastamiento personal mediante el trabajo iniciático. Dicho de otra manera, la «discreción» es una actitud del sujeto, mientras que el «secreto» es una cualidad de las cosas, de la naturaleza, esto es, del objeto reconocido por la vía de la Iniciación. Esa es la naturaleza de la «doctrina secreta» de la que nos habla el Grado 32° de la Orden.
En efecto, la disciplina de no revelar las confesiones y comunicaciones que la Orden considera como «íntimas» es, en realidad, una prueba de discreción que atesora la buena fe de los adeptos, así como su disposición a desarrollar, en sí mismos, una habilidad iniciática y espiritual. De sobra hemos sostenido y aceptado que al mundo profano nada tiene que ocultarle la Masonería, puesto que ningún asunto tratado en las Logias es contrario ni al orden moral y jurídico, ni tampoco a la estabilidad social y política del Estado. En consecuencia, el estatus del «secreto masónico» nada tiene que ver con revelaciones extraordinarias o fantásticas de las que el mundo profano, e incluso el masónico, pudieran sorprenderse. Si este fuera el verdadero sentido del “secreto masónico”, entonces todos nos moriríamos de risa, y nos veríamos en extremo ridículos e infantiles si con gran acuciosidad asumiéramos que esa fuera la naturaleza primigenia y fundamental del susodicho secreto masónico. ¡Imaginémonos cómo nos veríamos los masones hoy en día, si pensáramos que los profanos no saben cómo nos saludamos o qué palabritas nos decimos para reconocernos! ¡Vaya ingenuidad![5] En este caso estaríamos no muy lejos del “secreto” que obligadamente guardan los socios de las sociedades mercantiles respecto de sus asuntos internos, los bancos, los ejércitos, los médicos y los psicoanalistas respecto de sus pacientes o los sacerdotes respecto de la confesión, o incluso los gobiernos respecto de los “secretos de Estado”. Este tipo de confidencias nada tiene que ver con la naturaleza del SECRETO MASÓNICO y si así fuera, entonces seríamos verdaderamente ridículos en vanagloriarnos del tal secreto.
Pero entonces, ¿realmente existe «el secreto masónico»? ¿En qué consiste tal secreto? ¿Es posible obtenerlo? ¿Es factible revelarlo?
La respuesta a la primera pregunta es afirmativa: el «secreto masónico» SI EXISTE REALMENTE; sin embargo, es preciso para comprenderlo, entender la naturaleza iniciática y espiritual de la Orden Masónica. Ciertamente, la ceremonia de Iniciación, por medio de la cual se logra y se confiere la cualidad de «masón» a un profano, representa en la actualidad meramente un protocolo de admisión; empero, la verdadera Iniciación, la Iniciación Real, constituye un desarrollo progresivo que procede de dentro del individuo y que avanza hacia fuera de él, “tal y como sucede con la transformación de una semilla o de un germen en una planta u organismo completo, que potencialmente existía en aquéllos de manera latente”.[6] La Iniciación masónica supone un proceso de crecimiento espiritual del sujeto, un progreso que le permite transformar radicalmente su sentido de la vida y su percepción de la realidad, y la razón de esto es que en los rituales y ceremonias masónicas yacen ocultas las fuerzas relacionadas con el desarrollo de los aspectos divinos del hombre «si y solo si» el propio sujeto logra percibirlas. Cuando el recipiendario del ceremonial iniciático modifica su percepción de la realidad, cuando esto ocurre, es decir, cuando la venda que le cubre sus ojos cae permitiéndole ver la Luz, entonces el iniciado es ya otro hombre, un hombre «renacido» dotado ahora de cualidades que le corresponderá a él ir desarrollando hasta alcanzar la Maestría o verdadera Iniciación. Tal desarrollo espiritual es iniciático por método y por naturaleza, ya que ocurre ocultamente en el «Yo Interior» del individuo. Es entonces cuando el masón se hace efectivamente poderoso, pues ha logrado el poder de dominarse a sí mismo, entendiendo que el poder masónico no es para dominar a los demás. La sabiduría de Lao Tsé es lapidaria en este sentido cuando afirma: “El hombre que domina a los demás es fuerte; el hombre que se domina a sí mismo es poderoso”.
De esta manera, la Orden Masónica se propone, realmente, buscar y poner en evidencia la latente y potencial perfección espiritual del Ser humano, y considera que tal perfección se halla en su interior como semilla divina, esperando un proceso de afloración y desarrollo. En este sentido, los verdaderos Misterios y Secretos de la Masonería no tienen nada que ver con la “forma”, sino con el fondo, y están ciertamente ocultos en sus símbolos, ritos y ceremonias, signos, tocamientos y palabras, marchas y baterías, que no pueden ser “revelados” ni por los mismos masones ni por los libros, ni de “boca a oído”, y no por causa de un juramento fatal, sino simple y llanamente por la naturaleza misma del secreto, que al decir de la sabiduría védica “aquéllos que lo conocen, no hablan de ello, y los que hablan de ello, no lo conocen”. Los Secretos Masónicos se hallan dentro de los símbolos; es decir, la existencia material de éstos no es, en sí misma, ningún secreto, pero sí lo es el significado que tiene para cada uno, y más aún, el efecto transformador que opera en la personalidad del iniciado. ¡He ahí el asunto! Por lo tanto, las Verdades Masónicas son esotéricas porque se hallan ocultas para el profano que carece de “ojos para ver”, y sólo se revelan a quienes con “hábil y atrevida mano saben buscarlas”.[7]
En otras palabras, el objetivo fundamental de la Masonería es educar al hombre y hacerle mejor, o según se dice masónicamente: «trabajar la piedra en bruto transformándola en piedra cúbica de punta». Es este el ARTE REAL. Esta proposición reconoce implícitamente la perfección inherente en el hombre, de la misma manera que un escultor transforma la piedra tosca en una obra de arte. La misión de los Trabajos Masónicos es quitarle al hombre, gradual y progresivamente, sus asperezas externas, modificando su carácter y su temperamento, construyendo en él una personalidad evolucionada.[8] Pero esta construcción del hombre no es una construcción al estilo de las universidades, ni según el enfoque de las ciencias positivas, puesto que el proceso evolutivo que la Masonería propone no es un camino de instrucciones, sino de experiencias propias. Es, en efecto, el resultado de roces, de golpes, de tragos más amargos que dulces y que son las pruebas que nos pone la vida, y que ningún libro o maestro puede impartir ni enseñarnos. Esto es lo que el constructivismo en el campo de la teoría educativa denomina “aprendizajes significativos”, y estos aprendizajes son los que busca sembrar la masonería en el alma de sus adeptos.
Por esta razón, los hermanos conocedores de la Masonería y de sus Misterios Augustos, sostienen que sus verdaderos Secretos no pueden ser conocidos más que por la experiencia propia de los masones y esta experiencia les conduce a vivencias en los mundos superiores, es decir, más allá del cuerpo físico del hombre. Dicho de otra manera, se afirma que la ciencia masónica a través de sus ritos esotéricos y símbolos iniciáticos, trata de «indicarnos» el camino recto hacia la meta de realización, y ayudarnos a descubrir las leyes que rigen la revelación de la Luz Interior. Estas Leyes son ocultas, en el sentido de que se les «descubre y reconoce» por experiencia interna y luego de años de estudio y operación de los procesos de búsqueda espiritual.[9]
En otras palabras, los verdaderos secretos masónicos se adquieren por experiencia vivencial e íntima; en cambio, los “secretitos”, que tanto ocupan a los masones formalistas inspirados en el modernismo del Internet y en las ideologías políticas y profanas a que pretenden reducir la Masonería, pues esos se adquieren leyendo, viendo o repitiendo como loros lo que otros dicen. Los masones formalistas olvidan el precepto que dicta: “Ve e imita, REFLEXIONA y trabaja...” Y en efecto, imitan, pero no reflexionan...
Los tres Grados Simbólicos de la Orden están llamados a llevar al masón por ese tránsito de evolución y de desarrollo a sucesivos puntos de síntesis, o sea, a estadios de mayor Luz. Por esto, en la Instrucción del Aprendiz, el Maestro pregunta:
¿Cuál es entonces nuestro secreto?
Y la respuesta lapidaria del ritual es la siguiente:
“Es inviolable por su naturaleza, y se conserva hoy tan puro como cuando se encontraba en los templos de la India, de la Samotracia, del Egipto y de la Grecia. El que no estudia cada uno de nuestros grados, no comprende bien sus símbolos y explica su oculto significado; podrá vanagloriarse con los títulos pomposos de Maestro, hacer señas más o menos extravagantes y pronunciar palabras judío-bárbaro-helénicas, pero no será nada, ni sabrá nada que ignore cualquiera de mediana educación, mientras que el que los haya comprendido dominará con su secreto los hombres y las cosas”.[10]
En consecuencia, el «secreto masónico» es perfectamente real, pero inefable y, por supuesto, no consiste en bagatelas, minucias ni fruslerías, sino en misterios profundos, misterios que se revelan a través de la iniciación real y verdadera que sucede a través de la vida entera del hombre. Por su parte, el cahier del Grado de Maestro, en su catecismo o instructivo, nos dice lo siguiente:
“¿Podéis decirme el secreto de la francmasonería?
El Secreto de la Masonería es inviolable por su propia naturaleza, porque el Masón que lo conoce no puede llegar más que a adivinarlo, y para ello le ha sido preciso frecuentar las Logias instruidas, observar, comparar y juzgar. Una vez llegado a ese descubrimiento, le guardará seguramente para sí mismo, y no lo comunicará ni aún a aquél hermano en quien pudiera tener más confianza, porque toda vez que él no ha sido capaz de hacer ese descubrimiento, es también incapaz de sacar partido del secreto si oralmente lo recibiese.
¿Y qué es lo que habrá conseguido?
Hacer su felicidad y la de sus semejantes”.[11]
Deducimos entonces que el SECRETO DE LA MASONERÍA es el secreto de la realización humana, y esta es necesariamente una realización holística. El propio cahier indica el método para conseguir ese Secreto y recomienda que la búsqueda tendrá sus recompensas si se logra “con el estudio de las ciencias morales e intelectuales, unidas a la práctica de las virtudes y de todo lo que es bueno y lo que es bello”.[12]
El cahier del Compañero tiene también una clara referencia a la existencia real e iniciática del Secreto Masónico, cuando le dice al recipiendario:
“Allí tenéis el Templo de la Sabiduría, y debajo los instrumentos con que se levantó la Obra. En él se encierra nuestro Secreto, ese Secreto tan perdido, tan buscado, tan rara vez comprendido, y que cuando se le posee y se le conoce perfectamente, es la felicidad o el consuelo de la Vida. ¡Cuánto tenéis que trabajar y cuánta ha de ser vuestra perseverancia si queréis profundizar y apreciar sus virtudes! La Masonería, como el campo del labrador, no entrega su tesoro sino a la hábil y atrevida mano que sabe buscarle. ¡Buscad y hallaréis!”.[13]
Por lo tanto, el SECRETO MASÓNICO nada tiene que ver ni con conspiraciones ni con ingenuidades y menudencias infantiles, y si esto fuese cierto, entonces serían “secretitos” y no secretos. El Secreto Masónico se relaciona, en cambio, con una filosofía de formación humana muy profunda y esencialmente espiritual. La práctica del silencio, concurrente con la naturaleza del Secreto Masónico, es una práctica de disciplina iniciática y recordemos, como dice Cox Learche que:
“... el silencio es una característica de los seres muy evolucionados, los que se hallan identificados en conciencia con el universo, dando la impresión de estar viviendo más bien en el interior de las cosas, o sea, más cerca de su causa que de su efecto. Esta debe ser también la actitud del Masón”.[14]
En este sentido, la Masonería es esencialmente educativa y constructora, puesto que busca hacer mejores a todos aquéllos que ingresan en ella incitándoles a progresar espiritual, moral e intelectualmente, para que así los adeptos adquieran una mayor conciencia cósmica y una mejor integración con el Principio Interno y Superior de la Vida que es el GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO. ¿No acaso cada hombre es un Templo de DIOS en la Tierra?
Así las cosas, la acción externa de la Orden, la acción en el mundo profano, en la comunidad, debe sustentarse en el siguiente precepto:
“Si queremos cambiar el mundo, primero debemos cambiar NOSOTROS, pues el mundo es COMO SOMOS”.
Cuauhtémoc Molina García
“Aquéllos que lo conocen no hablan de ello; aquéllos que hablan de ello no lo conocen”
En “Los Vedas”
Para cualquier profano, la Orden Masónica siempre ha sido objeto de mitos y creencias mal fundadas, y es que el natural ámbito misterioso y discreto de la Orden predispone a las personas a mantener esta convicción.[2] El sentido de misterio y de secreto en que se halla envuelta la Orden, si para muchos es un gran atractivo, para otros es morbo y ha sido ocasión de recelos, desconfianza, ataques injustificados y persecuciones por parte del Estado y de la Iglesia.[3] Sin embargo, es de admitirse que los miembros de la Orden tampoco hemos sabido comprender cabalmente la naturaleza de este “secreto” y a menudo, muchos de nuestros hermanos miran con mofa y desprecio el consabido “secreto”, creyendo que éste se reduce a los asuntos tratados en el Taller y a las palabras, tocamientos, llamadas, baterías, marchas y signos que en Logia se les exigió mantener en confidencia bajo juramento. Sorprende que incluso altos dignatarios de la Orden sostengan que “la Masonería debe modernizarse y abandonar ya viejos atavismos”, refiriéndose por supuesto al asunto del “secreto” masónico. Evidentemente, quiénes opinan de esta manera, pese a los grados que ostentan y al tiempo que tienen en la Institución, ignoran la naturaleza iniciática y el valor espiritual que envuelve a la Orden y a su sistema de enseñanza. Otros afirman, incluso con tono doctoral, que la Orden hoy en día y en tiempos de apertura, de globalización y de Internet, ya no es secreta, sino solamente “discreta”, aserción que abona el pleno desconocimiento de la naturaleza esencial de la masonería; esto es, de su substancia iniciática. Para nuestra poca fortuna, al menos en México, muchos masones han llegado a reducir la Masonería a ciertas doctrinas como el liberalismo, entendido éste como “juarismo”, y a su vez éste como anticlericalismo. Y esto les lleva a estos hermanos desorientados a proclamar que la Masonería, hoy en día, “debe ser de puertas abiertas”. ¿En verdad sabrán estos hermanos lo que dicen? ¿Habrán comprendido la esencia del mensaje masónico?
Para efectos de este trazado, hemos de distinguir la “discreción” del “secreto” propio de la doctrina masónica. La discreción se refiere al sigilo que los masones debemos guardar respecto de las cosas formales de la Orden, por ejemplo los asuntos tratados en Logia y sus métodos de reconocimiento, sus ceremonias y otras cuestiones de «forma», no de fondo.[4] El secreto, en cambio, está en dirección de la DOCTRINA, o dicho de otra manera, de las enseñanzas y de los hallazgos de vida interior que el adepto va descubriendo por sí mismo durante el proceso de su desbastamiento personal mediante el trabajo iniciático. Dicho de otra manera, la «discreción» es una actitud del sujeto, mientras que el «secreto» es una cualidad de las cosas, de la naturaleza, esto es, del objeto reconocido por la vía de la Iniciación. Esa es la naturaleza de la «doctrina secreta» de la que nos habla el Grado 32° de la Orden.
En efecto, la disciplina de no revelar las confesiones y comunicaciones que la Orden considera como «íntimas» es, en realidad, una prueba de discreción que atesora la buena fe de los adeptos, así como su disposición a desarrollar, en sí mismos, una habilidad iniciática y espiritual. De sobra hemos sostenido y aceptado que al mundo profano nada tiene que ocultarle la Masonería, puesto que ningún asunto tratado en las Logias es contrario ni al orden moral y jurídico, ni tampoco a la estabilidad social y política del Estado. En consecuencia, el estatus del «secreto masónico» nada tiene que ver con revelaciones extraordinarias o fantásticas de las que el mundo profano, e incluso el masónico, pudieran sorprenderse. Si este fuera el verdadero sentido del “secreto masónico”, entonces todos nos moriríamos de risa, y nos veríamos en extremo ridículos e infantiles si con gran acuciosidad asumiéramos que esa fuera la naturaleza primigenia y fundamental del susodicho secreto masónico. ¡Imaginémonos cómo nos veríamos los masones hoy en día, si pensáramos que los profanos no saben cómo nos saludamos o qué palabritas nos decimos para reconocernos! ¡Vaya ingenuidad![5] En este caso estaríamos no muy lejos del “secreto” que obligadamente guardan los socios de las sociedades mercantiles respecto de sus asuntos internos, los bancos, los ejércitos, los médicos y los psicoanalistas respecto de sus pacientes o los sacerdotes respecto de la confesión, o incluso los gobiernos respecto de los “secretos de Estado”. Este tipo de confidencias nada tiene que ver con la naturaleza del SECRETO MASÓNICO y si así fuera, entonces seríamos verdaderamente ridículos en vanagloriarnos del tal secreto.
Pero entonces, ¿realmente existe «el secreto masónico»? ¿En qué consiste tal secreto? ¿Es posible obtenerlo? ¿Es factible revelarlo?
La respuesta a la primera pregunta es afirmativa: el «secreto masónico» SI EXISTE REALMENTE; sin embargo, es preciso para comprenderlo, entender la naturaleza iniciática y espiritual de la Orden Masónica. Ciertamente, la ceremonia de Iniciación, por medio de la cual se logra y se confiere la cualidad de «masón» a un profano, representa en la actualidad meramente un protocolo de admisión; empero, la verdadera Iniciación, la Iniciación Real, constituye un desarrollo progresivo que procede de dentro del individuo y que avanza hacia fuera de él, “tal y como sucede con la transformación de una semilla o de un germen en una planta u organismo completo, que potencialmente existía en aquéllos de manera latente”.[6] La Iniciación masónica supone un proceso de crecimiento espiritual del sujeto, un progreso que le permite transformar radicalmente su sentido de la vida y su percepción de la realidad, y la razón de esto es que en los rituales y ceremonias masónicas yacen ocultas las fuerzas relacionadas con el desarrollo de los aspectos divinos del hombre «si y solo si» el propio sujeto logra percibirlas. Cuando el recipiendario del ceremonial iniciático modifica su percepción de la realidad, cuando esto ocurre, es decir, cuando la venda que le cubre sus ojos cae permitiéndole ver la Luz, entonces el iniciado es ya otro hombre, un hombre «renacido» dotado ahora de cualidades que le corresponderá a él ir desarrollando hasta alcanzar la Maestría o verdadera Iniciación. Tal desarrollo espiritual es iniciático por método y por naturaleza, ya que ocurre ocultamente en el «Yo Interior» del individuo. Es entonces cuando el masón se hace efectivamente poderoso, pues ha logrado el poder de dominarse a sí mismo, entendiendo que el poder masónico no es para dominar a los demás. La sabiduría de Lao Tsé es lapidaria en este sentido cuando afirma: “El hombre que domina a los demás es fuerte; el hombre que se domina a sí mismo es poderoso”.
De esta manera, la Orden Masónica se propone, realmente, buscar y poner en evidencia la latente y potencial perfección espiritual del Ser humano, y considera que tal perfección se halla en su interior como semilla divina, esperando un proceso de afloración y desarrollo. En este sentido, los verdaderos Misterios y Secretos de la Masonería no tienen nada que ver con la “forma”, sino con el fondo, y están ciertamente ocultos en sus símbolos, ritos y ceremonias, signos, tocamientos y palabras, marchas y baterías, que no pueden ser “revelados” ni por los mismos masones ni por los libros, ni de “boca a oído”, y no por causa de un juramento fatal, sino simple y llanamente por la naturaleza misma del secreto, que al decir de la sabiduría védica “aquéllos que lo conocen, no hablan de ello, y los que hablan de ello, no lo conocen”. Los Secretos Masónicos se hallan dentro de los símbolos; es decir, la existencia material de éstos no es, en sí misma, ningún secreto, pero sí lo es el significado que tiene para cada uno, y más aún, el efecto transformador que opera en la personalidad del iniciado. ¡He ahí el asunto! Por lo tanto, las Verdades Masónicas son esotéricas porque se hallan ocultas para el profano que carece de “ojos para ver”, y sólo se revelan a quienes con “hábil y atrevida mano saben buscarlas”.[7]
En otras palabras, el objetivo fundamental de la Masonería es educar al hombre y hacerle mejor, o según se dice masónicamente: «trabajar la piedra en bruto transformándola en piedra cúbica de punta». Es este el ARTE REAL. Esta proposición reconoce implícitamente la perfección inherente en el hombre, de la misma manera que un escultor transforma la piedra tosca en una obra de arte. La misión de los Trabajos Masónicos es quitarle al hombre, gradual y progresivamente, sus asperezas externas, modificando su carácter y su temperamento, construyendo en él una personalidad evolucionada.[8] Pero esta construcción del hombre no es una construcción al estilo de las universidades, ni según el enfoque de las ciencias positivas, puesto que el proceso evolutivo que la Masonería propone no es un camino de instrucciones, sino de experiencias propias. Es, en efecto, el resultado de roces, de golpes, de tragos más amargos que dulces y que son las pruebas que nos pone la vida, y que ningún libro o maestro puede impartir ni enseñarnos. Esto es lo que el constructivismo en el campo de la teoría educativa denomina “aprendizajes significativos”, y estos aprendizajes son los que busca sembrar la masonería en el alma de sus adeptos.
Por esta razón, los hermanos conocedores de la Masonería y de sus Misterios Augustos, sostienen que sus verdaderos Secretos no pueden ser conocidos más que por la experiencia propia de los masones y esta experiencia les conduce a vivencias en los mundos superiores, es decir, más allá del cuerpo físico del hombre. Dicho de otra manera, se afirma que la ciencia masónica a través de sus ritos esotéricos y símbolos iniciáticos, trata de «indicarnos» el camino recto hacia la meta de realización, y ayudarnos a descubrir las leyes que rigen la revelación de la Luz Interior. Estas Leyes son ocultas, en el sentido de que se les «descubre y reconoce» por experiencia interna y luego de años de estudio y operación de los procesos de búsqueda espiritual.[9]
En otras palabras, los verdaderos secretos masónicos se adquieren por experiencia vivencial e íntima; en cambio, los “secretitos”, que tanto ocupan a los masones formalistas inspirados en el modernismo del Internet y en las ideologías políticas y profanas a que pretenden reducir la Masonería, pues esos se adquieren leyendo, viendo o repitiendo como loros lo que otros dicen. Los masones formalistas olvidan el precepto que dicta: “Ve e imita, REFLEXIONA y trabaja...” Y en efecto, imitan, pero no reflexionan...
Los tres Grados Simbólicos de la Orden están llamados a llevar al masón por ese tránsito de evolución y de desarrollo a sucesivos puntos de síntesis, o sea, a estadios de mayor Luz. Por esto, en la Instrucción del Aprendiz, el Maestro pregunta:
¿Cuál es entonces nuestro secreto?
Y la respuesta lapidaria del ritual es la siguiente:
“Es inviolable por su naturaleza, y se conserva hoy tan puro como cuando se encontraba en los templos de la India, de la Samotracia, del Egipto y de la Grecia. El que no estudia cada uno de nuestros grados, no comprende bien sus símbolos y explica su oculto significado; podrá vanagloriarse con los títulos pomposos de Maestro, hacer señas más o menos extravagantes y pronunciar palabras judío-bárbaro-helénicas, pero no será nada, ni sabrá nada que ignore cualquiera de mediana educación, mientras que el que los haya comprendido dominará con su secreto los hombres y las cosas”.[10]
En consecuencia, el «secreto masónico» es perfectamente real, pero inefable y, por supuesto, no consiste en bagatelas, minucias ni fruslerías, sino en misterios profundos, misterios que se revelan a través de la iniciación real y verdadera que sucede a través de la vida entera del hombre. Por su parte, el cahier del Grado de Maestro, en su catecismo o instructivo, nos dice lo siguiente:
“¿Podéis decirme el secreto de la francmasonería?
El Secreto de la Masonería es inviolable por su propia naturaleza, porque el Masón que lo conoce no puede llegar más que a adivinarlo, y para ello le ha sido preciso frecuentar las Logias instruidas, observar, comparar y juzgar. Una vez llegado a ese descubrimiento, le guardará seguramente para sí mismo, y no lo comunicará ni aún a aquél hermano en quien pudiera tener más confianza, porque toda vez que él no ha sido capaz de hacer ese descubrimiento, es también incapaz de sacar partido del secreto si oralmente lo recibiese.
¿Y qué es lo que habrá conseguido?
Hacer su felicidad y la de sus semejantes”.[11]
Deducimos entonces que el SECRETO DE LA MASONERÍA es el secreto de la realización humana, y esta es necesariamente una realización holística. El propio cahier indica el método para conseguir ese Secreto y recomienda que la búsqueda tendrá sus recompensas si se logra “con el estudio de las ciencias morales e intelectuales, unidas a la práctica de las virtudes y de todo lo que es bueno y lo que es bello”.[12]
El cahier del Compañero tiene también una clara referencia a la existencia real e iniciática del Secreto Masónico, cuando le dice al recipiendario:
“Allí tenéis el Templo de la Sabiduría, y debajo los instrumentos con que se levantó la Obra. En él se encierra nuestro Secreto, ese Secreto tan perdido, tan buscado, tan rara vez comprendido, y que cuando se le posee y se le conoce perfectamente, es la felicidad o el consuelo de la Vida. ¡Cuánto tenéis que trabajar y cuánta ha de ser vuestra perseverancia si queréis profundizar y apreciar sus virtudes! La Masonería, como el campo del labrador, no entrega su tesoro sino a la hábil y atrevida mano que sabe buscarle. ¡Buscad y hallaréis!”.[13]
Por lo tanto, el SECRETO MASÓNICO nada tiene que ver ni con conspiraciones ni con ingenuidades y menudencias infantiles, y si esto fuese cierto, entonces serían “secretitos” y no secretos. El Secreto Masónico se relaciona, en cambio, con una filosofía de formación humana muy profunda y esencialmente espiritual. La práctica del silencio, concurrente con la naturaleza del Secreto Masónico, es una práctica de disciplina iniciática y recordemos, como dice Cox Learche que:
“... el silencio es una característica de los seres muy evolucionados, los que se hallan identificados en conciencia con el universo, dando la impresión de estar viviendo más bien en el interior de las cosas, o sea, más cerca de su causa que de su efecto. Esta debe ser también la actitud del Masón”.[14]
En este sentido, la Masonería es esencialmente educativa y constructora, puesto que busca hacer mejores a todos aquéllos que ingresan en ella incitándoles a progresar espiritual, moral e intelectualmente, para que así los adeptos adquieran una mayor conciencia cósmica y una mejor integración con el Principio Interno y Superior de la Vida que es el GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO. ¿No acaso cada hombre es un Templo de DIOS en la Tierra?
Así las cosas, la acción externa de la Orden, la acción en el mundo profano, en la comunidad, debe sustentarse en el siguiente precepto:
“Si queremos cambiar el mundo, primero debemos cambiar NOSOTROS, pues el mundo es COMO SOMOS”.
[1]Cuauhtémoc Molina García, P\M\ de la Respetable, Digna, Animosa y Centenaria Logia Simbólica CONCORDIA No. 1, Xalapa, Veracruz, México.
[2] Se precisa que la palabra “misterio” viene del griego misth (velado).
[3] Ver La Masonería Excomulgada, del autor de este trazado.
[4] Conviene destacar que lo que aquí llamo “la forma” se refiere en todo caso al «continente» masónico, o sea a la Orden en tanto estructura de organización; por otro lado, “el fondo” sería la Masonería misma, el contenido, es decir, la filosofía masónica, el pensamiento, la doctrina propiamente iniciática de la que presumimos ser herederos y fieles guardianes y que el grado treinta y dos de la Orden reconoce como “la Doctrina Secreta”.
[5] Y vale anotar que muchos hermanos hablan de que en Internet se encuentran muchas cosas de la Masonería; y si, en efecto, pero solo las entienden los Iniciados en ella, los que conocen las claves para su comprensión. Muchas veces, y aquí así lo sostengo, ni siquiera los propios admitidos en la Orden saben de qué están hablando cuando del secreto masónico se trata.
[6] Aldo Lavagnino, en El Secreto Masónico, Editorial Kier, Buenos Aires Argentina, 1970.
[7] El esoterismo masónico o iniciático nada tiene que ver, por supuesto, con la charlatanería de adivinos, nigromantes, curanderos y cartomancios.
[8] Asumimos aquí que los Trabajos Masónicos no son solamente los que desarrolla el Taller cada semana, sino básicamente los que cada uno de nosotros despliega dentro de nosotros mismos, en la cámara oculta de nuestro Ser.
[9] Uno de los grados más bellos y esotéricos de la Orden, el Rosa Cruz, indica que la finalidad del grado es poner al masón “en el camino de retorno” para que descubra la verdadera divinidad que reina dentro de él: In Nobile Regnat Ile.
[10] Cahier del Grado de Aprendiz, Gran Logia Unida Mexicana de Veracruz, p. 73.
[11] Cahier del Grado de Maestro, Gran Logia Unida Mexicana de Veracruz, p. 51.
[12] Cahier del Grado de Aprendiz, op. cit.
[13] Cahier del Grado de Compañero, Gran Logia Unida Mexicana, p. 15-16.
[14] Learche, W. Cox, Los Landmarks: La Regularidad Masónica en una Nueva Luz, Edit. Herbasa, México, s/f, p. 154.