domingo, febrero 27, 2005

EL ASUNTO TAXIL

Los jóvenes lectores de Los Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage[1], experimentan, sin duda, algunas dificultades en comprender, incluso parcialmente, las muchas alusiones hechas al asunto Taxil; y como, por otra parte, saben que Guénon no ha escrito nada “por azar” y que su interés hacia las cosas aparentemente contingentes debe justificarse desde el punto de vista “central” -que era el suyo, y del que no quiso jamás apartarse-, la curiosidad aun es más viva. Bajo nuestro punto de vista, nada puede responder mejor a esta atención, que una Obra, aparecida en 1964, bajo la firma de M. Eugen Weber[2], pues supone una excelente exposición basada en documentos originales, de la famosa mistificación que, a finales del último siglo (se supone XVIII) constituía el episodio más pintoresco y, también, el más tenebroso, de la larga historia de la anti-Masonería en Francia. Es sorprendente, por decirlo de pasada, que, los historiadores de la Franc-Masonería, no hayan prestado más atención a las peripecias en las que, lo siniestro se disputa con lo burlesco, y que, parece que, suelen aportar ciertos toques de fantasía a unos estudios ordinariamente austeros. Si el asunto Morgan, que pasó como ciclón por la Masonería americana, en los años 1828 y siguientes, no comportaba ningún elemento cómico, no ocurrió lo mismo, en Inglaterra, respecto a la acción de los Gormogons y de los Gregorians, ¿no sería por el papel que parece haber jugado, en esta última organización, “Beau Brumel”, príncipe del dandismo? Pero en lo referente a desencadenar la risa, la palma vuelve, sin duda, a la anti-Masonería francesa, de la cual, el asunto Taxil, fue la “obra maestra”. Ninguna mistificación estuvo mejor montada, ninguna lo había logrado tan perfectamente. Las bromas, las más salvajes, que la siguieron: el busto de Hégésippe Simón el Precursor, el pueblo poldeve gimiente bajo el yugo de los “hobereaux”, el conjuro internacional dirigido por Crimías, Tarcos y Xullpo, _ estas amables bromas de escolares, han durado algunas semanas, algunos meses todo lo más. El asunto Taxil ha durado 12 años; y cuando supimos la clave de la historia, aun nos hizo reír más...

Solamente cuando la víctima de la broma es la más alta autoridad religiosa del mundo cristiano, por poco respeto que tengamos hacia las cosas santas, posiblemente nos riamos menos y empecemos a reflexionar. Para este reflexión -digámoslo desde ahora- tenemos que acudir a Guénon y no a M. Weber. Este autor, profesor de la Universidad de los Ángeles, es un especialista de la historia de las ideas y de los movimientos políticos, y ha publicado en esta disciplina, destacadas obras. No se ha visto, entonces, en sus eventos, nada que no lleve tan solo su lado “cómico”. En concreto, insiste mucho y en varias ocasiones, sobre la particular “atmósfera”, que parece haberse “fabricado” por unas manos largas, y en la que estalló el asunto Taxil. En su resumen de las relaciones de la Santa-Sede, con la Masonería especulativa, (pgs. 199 y ss.), acentúa aquellos puntos que, muchas veces, han pasado bajo el silencio. La primera excomunión formal, la de Clemente XII (1738), no reprochaba a la Orden más que su secreto, y el hecho de admitir a personas de todas las religiones. Tales fueron las dos únicas quejas, articuladas durante 150 años. Pero, en 1873, Pío IX, posiblemente a causa de la colusión de numerosos Masones franceses e italianos, con las “ventas” carbonarias, “atribuía por primera vez ex cátedra, la Masonería, a Satán”. Cuatro años más tarde (1877), el Gran Oriente de Francia, abolía, para sus miembros, la obligación de la creencia en Dios. En 1884, la encíclica Humanum Genus de León XIII, iba a agravar considerablemente la situación, renovando la acusación de satanismo y añadiéndole las peores imputaciones: “Aquellos que estén afiliados, deben prometer obediencia declarada y sin discusión a sus jefes..., consagrándose primero, en caso contrario, a los tratos más rigurosos e, incluso, a la muerte. De hecho, no es de extrañar que la pena del último suplicio, se inflingiera a aquellos que estuvieran convencidos de haber cumplido la disciplina secreta de la sociedad o resistido a las órdenes de sus jefes; y esto se practica con una tal destreza que, casi siempre, el ejecutor de la estas sentencias de muerte, escapaba de la justicia establecida”.

Esta encíclica tuvo una inmensa repercusión, y un número increíble de libelistas, miraron “ilustrarse” y explotarla. Después de estos tímidos ensayos de Luis de Estampes (1884) y de dom Benoit (1886), el ex Rabino Paul Rosen -del que Guénon dijo haber sido, “en el asunto Taxil, uno de los agentes más directos de la contra-iniciación” (É.F.M. I, pg. 263, in fine)-, publicó Satan y Cie (1888). En 1891, es el turno de Huysmans, con Là-bas. Pero desde 1885, un solo años después de la encíclica, Léo Taxil había entrado en liza.

Nacido en Marsella, en 1854, se manifestó primero por una serie de sucias obras: Los Amores Secretos de Pío IX, Historia Escandalosa de la Familia de Orleáns, las Maestras del Papa, El envenenador León XII, Los Crímenes del Clero, etc.... Si queremos saber hasta donde puede descenderse en la ignominia, encontraremos en el Libro de M. Weber (p. 207) la mención de otros panfletos, cuyos títulos, por sí mismos, no podrían figurar aquí.

Pero, en 1885, Taxil, expulsado de Suiza por asuntos turbios, condenado de robo, declarado en quiebra y expulsado del rotativo La Lamterne, con el consecuente escándalo, se convirtió, y el nuncio apostólico en persona le levantó las muchas censuras eclesiásticas en las que había incurrido. Desde entonces, empieza una nueva serie de obras: Los Misterios de la Farnc-Masonería, ¿Hay mujeres en la Franc-Masonería?, Las Mujeres y la Franc-Masonería, las Hermanas masonas, etc... Un zumbante enjambre de autores hasta entonces en la obscuridad, se une a la nueva “cruzada”. Mgr. Meurin, de quien hablaremos más adelante, publicó: La Franc-Masonería, Sinagoga de Satán; el Dr. Bataille añade El Diablo en el siglo XIX. Italia entra en el movimiento con Doménico Margiota, que León XIII eleva a la dignidad de Caballero del Santo-Sepulcro, La Revista La Franc-Masonería Desenmascarada, adquirida por los Padres Agustinos de la Asunción, ofrece a sus lectores “detallados reportajes sobre las orgías de la Logias de adopción, sugiriendo que los Masones continuaban practicando sus sacrificios humanos, y denunciado el horroroso desarrollo adoptado, en estos últimos años, por la Orden satánica de los Odd-Fellows, que se auto-llamaron Re-Théurgistes Optimates...”. Escandalizado, Leon XIII se apresuró en excomulgar a los Odd-Fellows (“extraños Compagnons”), simple organización de mutuos socorros, que gusta de incrementar, a la americana, la admisión de sus miembros, a través de un ceremonial que imitaba vagamente a los ritos masónicos. Mientras estuvo en el papado, León XIII, excomulgó igualmente, siempre por satanismo, a otras dos sociedades americanas: los “Caballeros del Pythias” y... los “Hijos de la Templanza”. Evidentemente, nos encontrábamos en plena aberración.

Hay que decir que, en el romancero infernal de Taxil y compinches, la Masonería americana estaba particularmente satanizada. Los Masones franceses, ignorantes del “Palladisme” (Masonería de las “últimas-Logias”), eran, para la mayor parte de los simples pinches, vulgares frega-platos “. Pero el general americano, Albert Pike, en su calidad de fundador del Rito Paladico Reformado Nuevo, disponía de un “teléfono infernal”, para informarse cada mañana de las consignas de Lucifer. Residía en Charleston, en Georgia, donde, todos los Viernes, Satán aparecía en el Sanctum Regnun masónico, delante del Baphomet original. Pike tenía también su servicio a un “diablotón”, al parecer, muy diligente. El Sabio Dr. Bataille, que nos enseña estas cosas, conoce también el número de demonios y de “demonias”: hay 44.435.633 exactamente. Otro jefe del Palladisme es Albert Galatin Mackey, autor de una enciclopedia masónica, varias veces reeditada. Ha llevado de visita, de la forma más simple, al excelente Dr. Bataille, al laboratorio masónico americano. De esta oficina de iniquidad y de otra situada en Naples, salen: el maná de San Nicolás de Bari” y tantos otros vénéfices con los que fueron envenenados “el Papa León XII, así como muchos de sus predecesores”. Envenenados también por la Secta, fueron Adolphe Thiers y el conde de Cavour, y muchos otros hombres de Estado, caídos en un olvido posiblemente inmerecido. La bula Humanum Genus, no decía, entonces, más que la verdad. Por otra parte, “todo el mundo sabe” -el honrado Dr. Bataille, nos lo afirma y debemos creerlo- “todo el mundo sabe que el Presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, ha sido asesinado por orden de los Franc-Masones, y que los restos de su asesino, el actor, John W. Booth, reposan en una Logia de Charleston, bajo el Laberinto Sagrado”.

La gloria lucefiriana de Charleston, palidece, sin embargo, delante de la de Gibraltar: en los subterráneos de esta ciudad maléfica, se deciden las elevaciones a los más altos grados masónicos, según los títulos de cada uno. El buen Dr. Bataille, que ha visitado este pandemonium, conducido por Tubalcaïn en persona, nos enseña notablemente, que todo ocurre bajo la maldita lengua inglesa”; que la expresión masónica “aumentos de salario”, significa “aumentos de la ración de alcohol”, y que los títulos más considerados por los llamados aumentos, son: el incendio de la Iglesias, los ataques contra los monjes al entrar en sus Conventos y el asesinato de niños cristianos (pgs. 69 y ss.).

A la muerte de Albert Pike (1891), el Palladisme, según las más seguras autoridades taxilianas, nombró sucesor a Adriano Lemmi, quien tuvo la audacia de trasladar su residencia a la misma Roma. Convencido de que la Masonería italiana no valía más que la americana, León XIII, que había publicado ya en 1890 la encíclica Dall’Alto (reeditada en italiano), puso de nuevo en guardia a los católicos de la península, mediante las cartas apostólicas Custodi e Inimica vis, ambas de 1892.

Pero Albert Pike, Mackey y Lemmi, no son más que los jefes aparentes de la Orden, que, en realidad, está dirigida por Sophia-Sapho, hija de un ex-pastor, “anabaptista impenitente, devenido Mormón”. Sophia-Sapho es honrada en todas las Logias, incluso francesas, y, en alguna, a pleno derecho. Pues tiene que dar a luz a las obras del diablo Bitru, una niña que, después de unirse al demonio Décarabia, dará el día a la futura madre del Anticristo. (Si alguno se preguntará cuál es padre del Anticristo, le diría simplemente que jamás ha leído el Secreto de La Salette).

Sophia-Sapho, ha escogido una discípula, Diana Vaughan, descendiente del inglés rosacruciano Thomas Vaughan (ordinariamente identificado con Eugenius Philaléthes). Diana, luciferina ejemplar, hubiera deseado con gusto ascender al grado de Maestra Templaria. Rechazada por Sophia-Sapho, después de un violento altercado, Diana, para huir de una muerte segura, se refugió en Francia, donde Léo Taxil la ayuda a pasar desapercibida. Destaquemos que sigue siendo lucefiriana, pero con mucho miedo. Tan solo algunos extraños privilegios obraron en su favor para entreverla. Entre sus elegidos, hay que citar al Comendador P. Lautier, presidente general de la Orden de los Abogados de San Pedro. En las pgs. 114 a 116, nos cuenta como fue admitida, en compañía del infatigable Dr. Bataille, “en presencia de la luciferiana convencida, de la Hermana masona de alto signo, del iniciado en los últimos secretos del satanismo”. Diana, cumplida huésped, ofreció a sus visitas un fino champagne y chartreuse, pero ella bebió un cognac “cuya suavidad, denunciaba (sic) una extremada vejez”. Y el perspicaz decano del Colegio de Abogados, hizo notar que: “La hostilidad hacia la Iglesia, llevada hasta la abstención del licor de Chartreux, ¡realzaba una auténtica tipicidad!”.

Una “unión de rezos a Juana de Arco”, publicados por un gran periódico católico, fue la razón de un endurecimiento, que alcanzó el grado de la maldad. Ignoramos si después, Diana reemplazó el cognac por la benedictina, para su uso personal. Pero, a la publicación de las Memorias de una ex-Palladiste, le siguieron prontamente dos obras más: Le 33º Crispi et la Neuvaine Eucharistique, que viene a ratificar la seriedad de la conversión. Era, según un Teólogo de renombre, “el reto más espléndido e imprevisto, lanzado en faz del positivismo contemporáneo” (cf. pgs. 226 a 232). La que muchos llamaban, entonces, “Diana la Santa”, fundó la “Orden del Labarum anti-masónico” en tres grados (Legionario de Constantino, Soldado de Cristo, Caballero del Sagrado-Corazón), con hábitos de la Orden, condecoraciones y joyas. La doble profanación se había completado.

¿Para qué continuar? ¿Para qué hablar de la obscena báscula del diablo”, usada en Logia de adopción; de la cola del León de San Marcos, cortada por los demonios y guardada como trofeo anticipado de la victoria de Lucifer sobre Adonai; Asmodée, aparecido en una escena espiritista bajo el aspecto de un cocodrilo y poniéndose al piano para tocar danzas lascivas, mientras lanzaba miradas concupiscentes hacia la señora de la casa? Un desbordamiento tal de ineptitudes acaba por provocar la risa; y todo esto nos lleva a pensar en una especie de “repetición general” de la Gran Parodia. Es triste que tantos hombres de Iglesia, hayan creído en estas pamplinas. Pero hay que tener en cuenta la atmósfera de sugestión que envuelve a toda esta historia (cf. É.S.F., I, 103). Respecto a León XIII, posiblemente se trataba de otra cosa, y quisiéramos llamar la atención sobre la personalidad de Mgr Meurin. Este obispo de Port-Louis, en la isla San Mauricio, parece haber residido mucho en Francia, donde ejerció una gran influencia sobre el “Hieron del Valle de Oro” de Paray-le-Monial; institución fundada por el barón de Sarachaga (inventor del famoso “arcano de Aor-Agni”), y que publicó una revista cuyo título cambiaba cada 7 años. Mgr Meurin unía a la anti-masonismo de las pretensiones, con la erudición, de la que Paul Vulliaud, en ciertas sabrosas páginas, enseño su ridículo; el Dr. Bataille lo llamaba “sabio orientalista”, y Taxil, que lo trataba frecuentemente, le dio el de “sabio Kabbalista”, lo que es más bien cómico, dado el antiseminismo del Hieron. A este propósito ¿no es como mínimo curioso, que al año siguiente a la conversión de Taxil (1886), apareciera el Barón de Jehová de Sydney Vignaux, este amigo del Dr. Henri Favre, autor ocultista conocido por sus Batallas del Cielo? Guénon señaló (El Teosofismo, pgs. 415 y 416) que la Obra de Vignaux, es una de las principales fuentes de Los Protocolos de los Sabios de Sion, la célebre falsedad, difundida a principios del siglo XX por Okhrana. Para volver a Hieron, sus enseñanzas han inspirado, no solamente a Mme. Bessonnet-Favre, que escribió bajo el nombre de Francis André (sinónimo compuesto con los nombres de sus dos hijos) unas obras, de las que Guénon ha revelado su extraño carácter (É.S.F. I, 98-99), sino también al fundador de la revista Atlantis, Paul Le Cour; la última secretaria de Hiéron, Mlle Lepine, poco antes de su muerte accidental, había repuesto su anillo en P.L.C. (É.S.F. I, 222, final del # 1); pero hay que decir que los escritos de este último, no tienen ningún “tinte” anti-masónico; había hablado un día sobre el despertar al “Gran Occidente”, pero Guénon le preguntó irónicamente: “¿Para cuando un nuevo fuerte Chabrol?”, “Pélékus” ya no volvió a insistir (E.S.F. I, 233, final del #1).

Pero volvamos al Hieron original. Paul Vulliaud ha escrito en La Kabbala Judía: “Parece que León XIII leyó las publicaciones de Hieron; este letrado pontífice debió pensar, sonriendo, que la imaginación es una facultad verdaderamente admirable”. Pero ¿quién sabe si León XIII se contentaba con sonreír? El hecho de ser un letrado, no lo cobija al abrigo de ciertos “prestigios”. Parece que León XIII ha sido un “blanco” particularmente apuntado por ciertos personajes más o menos sospechosos. En el prefacio de su traducción del Siphra-di-Tzéniutha, el mismo Paul Vulliaud, ha explicado la maquinación urdida para hacer creer a los católicos franceses, que el Papa era prisionero, en las “grutas de San pedro”, de los cardenales Franc-Masones, la mayoría, digámoslo, ¡de la Curia romana! Una sosia del Pontífice ¡oficiaba y legislaba en su lugar! Es el traductor de Zohar, Jean le Pauly, quien denunció esta historia rocambolesca a León XIII, y André Gide la ha tomado como punto de partida de su romance Les Caves du Vatican. En fin, Mélanie Calvat, la “vidente” de la Salette, reconocía en su entorno -que ha estado sin ejercer una cierta influencia, sobre toda una “corriente” de literatura de ayer e, incluso, de hoy en día- que León XIII había cesado de reinar el día en que rechazó el reconocimiento de la ortodoxia de la célebre aparición, que algunos decían haber sido organizada con el concurso, consciente o inconsciente, de Mlle. de la Merlière, que persiguió con justicia a sus acusadores, con la asistencia de Jules Favre: lo que no gustó nada en la época....

... En un congreso anti-masónico que tuvo lugar en Trente, durante los últimos meses de 1896, un Jesuita alemán, anteriormente Masón, había subrayado las inverosímiles groserías de la fabulación taxiliana, y emitió sus dudas sobre la existencia de Diana Vaughan. Entonces Taxil anunció que, en una conferencia pública, presentaría la convertida noticia a los asistentes, y haría proyectar en una pantalla, el original del pacto concluido en antaño, entre Thomas Vaughan y Lucifer.

El Lunes de Pascua, 19 de Abril de 1897, en la sala de la Sociedad de Geografía, Léo Taxil, ante una asistencia cada vez más nerviosa, explicó como, después de once años, abusaba de la confianza de la opinión católica, por los inventos más descabellados (pgs 155 a 183). Haciendo broma Mrg Meurin, explicaba, con una extraña insistencia, porque le hizo adoptar, a su amigo el doctor (Dr. Hacks) el nombre de Dr. Bataille”; pero sobre todo, explicaba la particular audiencia que León XIII le había concedido. A la pregunta del Papa: “¿Hijo mío que es lo que deseáis?”, Taxil respondió: “Morir a vuestros pies, querido Santo-Padre, morir aquí mismo, en este instante”. León XIII, felicitó el que, un simple Aprendiz en la Masonería, había comprendido, no obstante, que “el Diablo estaba allí”. Y el siniestro personaje imitaba el acento italiano del Pontífice que repetía con espanto: “¡El Diablo, hijo mío, el Diablo!” Varios sacerdotes, indignados ante tal exhibición de villanía, se habían ido ya al principio de la conferencia. Otros tuvieron el valor de resistir hasta el final y asistieron, aterrados, al vertido de inmundicias del Infierno a la Iglesia de Cristo. Con un tumulto indescriptible terminó la conferencia; católicos y anti-clericales se increpaban hasta el punto de llegar a las manos.

Dejemos ahora a Leo Taxil, que ha vuelto a su primer vómito, reeditar: El Papa hembra, El Hijo del Jesuita, Los Libros Secretos de los Confesores, Clérigos y Clericales, etc... ¿Pero que sería de los demás anti-Masones? Tuvieron destinos muy diversos. Clarin de la Rive, autor de La Mujer y el Niño en la Fran-Masonería Universal, adopta un anti-Masonismo “razonable”; y en cuanto al ocultista Téder, a lo largo de su campaña contra el Gran Oriente de Francia (E.S.F. II, 265, in fine), lanzó contra René Guénon los más venenosos ataques (E.S.F. II, 125). Clarín de la Riva, después de una carta rectificativa de Guénon, entró en contacto en él, pues tuvo el mérito de presentir el “valor”, e incluso, le pidió algunos estudios para su revista; tal es el origen de los artículos firmados “El Sphinx” en La Francia anti-masónica”[3]. Otro anti-Masón, Pierre Colmet (alias Roger Duguet), después de haber intentado resucitar el taxilismo, con El Elegido del Dragón (E.S.F. I, 91 193), novela en la que exponía el plan de la Gran Logia de Francia, indicando los lugares donde se hacían las invocaciones diabólicas, _ adoptó después el “anti-masonismo razonable”, publicando La Corbata Blanca (E.S.F. I, 97); luego, después de graves contrariedades, dio, en términos a veces emotivos, un “supremo testimonio” sobre el “engaño de los profecías”[4].

En fin, Charles Nicoullaud (que, además, era Masón y había firmado “Fomalhaut” una novela, Zoé la Teósofa de Lourdes, violento y, a veces, licencioso panfleto, contra la Compañía de Jesús) devino secretario de Mgr Jouin, en la Revista Internacional de las Sociedades Secretas, donde publicó, notablemente, los “Mantenimientos de Edipo”, dirigidos a retrasar a “El Sphinx” (René Guénon). Nicoullaud fue incontestablemente un agente de la contra-iniciación (E.S.F. I, 213 y 214), así como otro de los colaboradores de la R.I.S.S.: Henri de Guillebert del Essart (E.S.F. I, 171, parte baja de la página).

¿Qué es lo que queda, hoy en día, del asunto Taxil? Las acusaciones de satanismo dirigidas contra la Masonería, después de mucho han sido abandonadas por la Iglesia, que volvió, en suma, a la actitud de Clemente XII, quien reprochaba a la Orden su secreto y su carácter multi-confesional. Este último reproche, ya no es concebible en la época actual. Sólo queda, entonces, el secreto. Considerable “escollo”, es cierto..., y duro como el “diamante”... Por lo cual, no pensamos que los esfuerzos de las “potencias” que suscitaron a Taxil, hayan sido vanas. Después de haber visto al diablo por todas partes, los católicos han pasado a no sospecharlo por ninguna. Y ¡en qué momento! El Dr. Bataille -que nos perdone la insistencia- escribía que, ya en sus tiempos, Satán juzgaba “llegado el momento de meter la mano en la masa” (pg. 22). Es suficiente con leer los Evangelios, para saber que, algunas veces, Satán decía la verdad.

[1] En el curso del presente capítulo, esta Obra será designada por las iniciales E.F.M., seguidas de la indicación del tomo y de la página.
[2] Eugen Weber, Satán Franc-Masón (colección “Archives”, Julliard, Paris).
[3] La mayor parte de los artículos firmados “EL Sphinx”, han sido re-imprimidos en el apéndice del tomo II de los Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonnage.
[4] Cf. René Guénon, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXXVII.

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