viernes, abril 07, 2006

Masonería peruana

María Ines Valdivia

Las primeras noticias históricas sobre los masones en el Perú datan de 1751. El presente ensayo muestra cómo nuestro simbolismo patriótico fue fuertemente influido por la actividad masónica. La existencia de logias, confundidas muchas veces como clubes patrióticos, fue determinante para la Independencia peruana y la fundación de la República.

Las tres primeras décadas del siglo XIX significaron para las noveles repúblicas americanas la independencia política. La configuración de los espacios nacionales implicó una compleja construcción, que necesariamente significó una serie de encuentros y desencuentros entre los discursos de carácter nacional y los sujetos que formaron la nación.

Es conveniente señalar que la presencia de la masonería en la historia peruana se remonta a varias décadas anteriores al siglo XX, históricamente verificable en los inicios de nuestra vida política como república independiente. Sus antecedentes en el Perú estarían vinculados al desarrollo de la corriente liberal en España, expresada en los reformistas de Cádiz, luego perseguidos por Fernando VII, después de que este último fuera restablecido en el poder. En 1814, se abolió la obra de las cortes gaditanas.

El período independentista y los inicios de la República fueron testigos de la participación masónica, cuando miembros de la jerarquía militar de ambos bandos –independentistas y realistas– pertenecían a aquélla. La historiografía masónica destaca el valor de esta participación, en que estarían patriotas y realistas, que en muchos casos lograron acuerdos para humanizar las condiciones de lucha por ser “hermanos”, es decir, por su pertenencia a la red masónica, y clubes patrióticos (disueltos en la mayoría de los casos una vez terminada la lucha independentista). Sin embargo, queremos dejar claro que no existen trabajos sólidos en cuanto al rol de la masonería peruana para este período. Los que se conocen no superan el ensalzamiento de los afanes patrióticos y humanitarios de la institución. Los escasos historiadores no masones que han demostrado interés en el estudio de la masonería coinciden en señalar que es creciente el abordaje de este tema. También han referido que la francmasonería ha perdurado más de dos siglos en América Latina y que fue vinculándose al surgimiento de las formas de sociabilidad modernas.

Las primeras noticias históricas sobre los masones en el Perú datan de 1751, cuando “una circular de la Suprema [...] solicita la lista de militares o políticos que se hubiesen presentado voluntariamente a confesarse como tales” (1). Sus miembros generalmente eran europeos, por ejemplo, en el caso del cirujano francés Diego Lagrange.

En la cronología que nos ofrece el historiador masón Eduardo Mendoza Silva para el caso peruano (2), la institución data de 1635. Sin embargo, no se conoce prueba documental que avale ese orden. Los inicios de la masonería “formal” se producen con la Logia de Lima, mencionada por Ricardo Palma en su tradición “La casa de Pilatos”. Luego, en 1762, continúan las actividades de la Logia de Lima, en la que hipotéticamente fuera iniciado José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. La Logia de Lima cambió de nombre en 1804, al denominarse Logia Lautariana de Lima, la cual funcionó hasta el 28 de julio de 1821.

La actividad masónica en las provincias también fue conocida, desarrollándose la Logia Lautariana de Arequipa. Es importante resaltar que para 1816 se fundó la Logia Central La Paz Americana del Sur, la cual funcionó a bordo de la fragata Venganza y posteriormente en Lima; también se mencionan las logias de Lambayeque –en la llamada Casa de Monjoy o casa de los masones–, Huaura, Trujillo, Aznapuquio y la de Punchauca. Tenemos, por ejemplo, la existencia de logias que, según refieren los datos masónicos, existieron durante el período prerrepublicano:

Sociedades lautarianas (1800), Callao (estas sociedades existieron también en Lima, Chiclayo y Arequipa); logia Central de la Paz Americana (1816), Lima; logia Unión y Orden (1820), Lima; logia La Unión Auxiliadora”(1825), Lima; logia Virtud y Orden (1825), Lima (inicio de la República).

La iniciativa de los masones por elaborar sus propias historias a partir del desarrollo de las ideas liberales no es reciente. La organización masónica tenía como parte del ideario la labor difusora de los fines de la institución entre sus miembros, al permitirles fundar revistas, boletines o cualquier otro tipo de publicaciones periódicas, elaborándolas como publicaciones oficiales o sólo para informar de las actividades internas.

En el siglo XX, las publicaciones de la Gran Logia del Perú, fundada en 1830, nos permiten apreciar el profundo interés que tenían la mayoría de los masones por conocer la historia de sus logias. Sin embargo este interés no es nuevo: ya desde mediados del siglo XIX se suscitó algo similar, si tomamos en cuenta que la mayor parte de la información en que se basan las historias recientes toma como base documentos o pequeños fragmentos de historias de aquel período hasta los aciagos momentos de la Guerra con Chile. El afán de historiar de los masones fue constante.

Se señala, por ejemplo, que las primeras logias patrióticas en América se iniciaron en Caracas, con Francisco de Miranda. Estas sociedades patrióticas tomaron, para organizarse, la estructura de las logias (secretas, elitizadas y fomentando la noción de patria como ideal). Se prometieron mediante juramento, al interior de estas organizaciones, luchar por la “independencia” y no reconocer como gobierno nacional sino al formado por los hijos del país. Se hace referencia a miembros que, como Hipólito Unanue y Riva Agüero, conspiraron contra el virrey Pezuela. Las ideas más importantes respecto a este asunto representaron la inclinación hacia un gobierno legítimo, republicano y renovable; sin embargo, consideramos que debieron existir diferencias respecto al tipo de gobierno en el interior de la misma masonería, debido a la presencia de sectores vinculados con el pensamiento monárquico-constitucionalista de San Martín, por ejemplo.

La pedagogía masónica consistió en la construcción voluntarista de una serie de signos y nociones que permitieron afirmar la identidad masónica a partir de elementos provenientes del ideario republicano y liberal. Una noción de la historia compuesta por figuras y héroes patrióticos cuyos valores estuviesen inspirados en el republicanismo y que sus nombres aludiesen a la identidad peruana, todo ello encauzado en un plan masónico que implicaría el cruce de los ideales masónicos locales (identidad nacional) con los fines de la organización a escala mayor (universalidad).

En torno al tema masónico, la red de influencia de esta organización fue bastante amplia, encargándose de divulgar conceptos y experiencias organizativas referentes al discurso europeo, pero con connotaciones específicas en los países americanos en que se desarrolló. Asumimos que la masonería trató de incorporar figuras patrióticas con el fin de legitimar su presencia e ideario nacional. Así, por ejemplo, fue conocido el interés masónico por incorporar al imaginario masónico a Túpac Amaru II, San Martín, Sánchez Carrión, Miguel Grau, entre otros. Tenemos noticias de que la mayoría de nombres simbólicos de algunos miembros masones se inspiró en Manco Cápac, Caupolicán, Moctezuma y Huáscar (3).

La asociación entre las nociones de patria y masonería debemos buscarlas más allá de las filiaciones masónicas, pues la institución fue considerada herética en la mayoría de los casos por ser secreta; el halo de misterio que rodeó a los masones impregnó de cierta aceptación soterrada en determinados sectores de la población. Ricardo Palma rescata en sus Tradiciones peruanas las reuniones masónicas de carácter nocturno y casi clandestino, a la cual pertenecían prominentes miembros de la sociedad peruana, reunidos para plantear y discutir a media voz temas que abarcaban desde los orígenes algo exóticos de la organización hasta los ingresos económicos de ésta. En la tradición “La casa de Pilatos” (4), se hace referencia a los rumores de la población sobre la existencia de encuentros masónicos. Dice Palma: “En agosto de 1635 y cuando la casa estaba arrendada a mineros y comerciantes portugueses, pasó por ella, un viernes a media noche, cierto mozo truhán que llevaba alcoholizados los aposentos de la cabeza. El portero habría probablemente olvidado echar el cerrojo, pues el postigo de la puerta estaba entornado. Vio el borrachín luces en los altos, sintió algún ruido o murmullo de gente, y confiando hallar allí jarana y moscorrofio, atrevióse a subir la escalera de piedra, que es dicho sea de paso, otra de las curiosidades que el edificio ofrece. El intruso adelantó por los corredores hasta llegar a una ventana, tras cuya celosía se colocó, y pudo a sus anchas examinar un espacioso salón iluminado, y cuyas paredes estaban cubiertas por tapices de género negro. Bajo un dosel vio sentado a uno de los hombres más acaudalados de la ciudad, el portugués Don Manuel Bautista Pérez, y hasta cien compatriotas de éste en escaños, escuchando con reverente silencio el discurso que les dirigía Pérez y cuyos conceptos no alcanzaba a percibir con claridad el espía.

Frente al dosel y entre blandones de cera, había un hermoso crucifijo de tamaño natural. Cuando terminó de hablar Pérez, todos los circunstantes, menos éste, fueron por riguroso turno levantándose del asiento, avanzaron hacia el Cristo y descargaron sobre él un fuerte ramalazo.

Pérez, como Pilatos, autorizaba con su impasible presencia el escarnecedor castigo. El espía no quiso ver más profanaciones, escapó como pudo y fue con el chisme a la Inquisición, que pocas horas después echó la zarpa encima a más de cien judíos portugueses. Al judío Manuel Bautista Pérez le pusieron los católicos limeños el apodo de Pilatos y la casa quedó bautizada con el nombre de Casa de Pilatos.

Tal es la leyenda que el pueblo cuenta. Ahora veamos lo que dicen los documentos históricos. En la Biblioteca de Lima existe original de los portugueses y de él sólo aparece que en la calle del Milagro existe la sinagoga de los judíos, cuyo rabino o Capitán Grande (como dice el Fiscal del Santo Oficio) era Manuel Bautista Pérez (5). El fiscal habla de profanación de imágenes; pero ninguna minuciosidad refiere con la popular conseja. El juicio duró tres años. Quien pormenores quiera, búsquelos en mis Anales de la Inquisición de Lima.

Pérez y diez de sus correligionarios fueron quemados en el auto de fe de 1639, y penitenciados cincuenta portugueses más, gente toda de gran fortuna. Parece que al portugués pobre no le era lícito ni ser judío, o que la Inquisición no daba importancia a descamisados. Y no sé más sobre Pilatos ni sobre su casa” (1868).

“Sólo me resta añadir que en el siglo XIX, cuando en toda América alboreaba la Independencia, fue en esa casa donde funcionó la primera logia masónica, preparatoria del arribo de San Martín. Los enciclopedistas franceses habían puesto a la moda la masonería, que en nuestro siglo XX reposa en el panteón de las antiguayas.” (Nota agregada por el autor en 1917.)

De la tradición descrita se pueden extraer diversas apreciaciones, particularmente que lo contado por Palma puede haber tenido cierto asidero en la mentalidad popular, asociándose las ideas de herejía versus masonería, así como la persecución de parte de la Iglesia católica hacia los masones y. sobre todo. la presencia de extranjeros “judíos y portugueses” difusores de ideas contrarias contra la religión. Otra de las posibles relaciones que existirían sería la confusión que tanto Palma como otros miembros masones o no realizarían entre clubes patrióticos y logias masónicas. Cabe mencionar que Palma fue un destacado masón y dicha confusión entre club y logia pudo ser voluntaria.

Lo cierto es que el corpus ideológico de la masonería peruana albergó las ideas de las elites respecto a las nociones de patria y los componentes de ésta. De algún modo, los argumentos que imaginaron las elites respecto a los componentes de la nación peruana fueron recreados en el desarrollo de una concepción histórica anclada en los ideales liberales y republicanos.

Décadas más tarde, luego de la Guerra con Chile, los masones hacen permanentemente referencia a la relación que mantuvo Miguel Grau con la masonería. De acuerdo con la versión masónica, Grau habría sido invitado a pertenecer a la orden masónica en la logia Unión indisoluble, del Valle de Piura. Sin embargo, recién lo haría en Paita. Los masones recogen este hecho gracias al testimonio de Ricardo Palma, quien “recordaba que en cada arribo al Callao, después de sus interminables viajes, iban juntos a saludar y trabajar con su Venerable Maestro de la Logia Cruz Austral que laboraba en el Callao” (6). Asimismo, en la biografía novelada referente al héroe de la Guerra del Pacífico, se afirma que el padre de éste, don Manuel Grau, se habría asentado en Lima en diciembre de 1848 y formó parte de la Sociedad Fraternidad, Igualdad y Unión, que reunía en su seno a quienes habían sido calificados como participantes en las campañas de la Independencia y que más tarde se habría de convertir en la Benemérita Sociedad de Fundadores de la Independencia y Defensores Calificados de la Patria, lo cual confirma una vez más la estrecha relación entre los miembros que formaron las sociedades patrióticas. En más de una ocasión, padres e hijos pertenecían a sociedades similares (7).

La prensa peruana tampoco estuvo ajena a la divulgación de la masonería, ya sea bajo la modalidad del folletín, que destaca el carácter misterioso y secreto de esta organización. Tenemos, por ejemplo, que en 1848, en El Correo Peruano se transcribe una novela corta de Alejandro Dumas con claras referencias a los ritos de iniciación masónica y su falsedad en Francia (8).

La divulgación de ideas fuerza respecto a la masonería es anotada posteriormente por otro liberal tradicionista como José Gálvez, quien afirmaba que durante su infancia se le habían inculcado prejuicios sobre el tema (“estos terribles masones”), lo que era para él una muletilla conocida, entendiendo que al masón se le confundía “con el duende, con el fantasma con el trasgo amenazante y en la confusión mental que el miedo provocaba, se mezclaba la nebulosa idea de las reuniones masónicas con la de las brujas de las ‘escobas’ voladoras y con la de los duendes cabezones, duchos en tirar piedras a las casas y hundir la mollera a los recién nacidos” (9). Sin embargo, posteriormente anota Gálvez que fue un zambo viejo empapelador que le enseñó la casa de la calle de San Francisco. Igualmente le reveló que el abuelo Gálvez había sido masón. Asimismo, lo habían sido su bisabuelo y sus tíos. Este interesante testimonio es un pasaje riquísimo que nos permite conocer cómo la masonería actuaba o, mejor, reclutaba a sus integrantes estableciéndose en la práctica, una red de sociabilización entre la parentela masculina de los miembros pertenecientes a la elite, en que las discusiones políticas (historia, patria y nación) pasaban por el tamiz ideológico (liberalismo-republicanismo) en distintos matices y en un espacio establemente jerarquizado, pero con exigencias morales, que propiciaron un espacio alternativo al oficial. Si bien nadie reconocía hablar de política, se hablaba y hacía política, como se manifestó en la Constitución masónica de 1850, título III del gobierno masónico: “La Masonería Peruana adopta para gobierno el representativo, y delega el ejercicio a los tres supremos poderes que establece, y son el Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Este gobierno es un símil de la República” (10).

Notas

(1) Fernando Ayllón. El Tribunal de la Inquisición. De la leyenda a la historia, p. 499.

(2) Eduardo Mendoza Silva. Historia de la masonería en el Perú. Masonería pre-repúblicana. Lima: Imp. Rávago e Hijos, [19—] 312 p.:il.

(3) Titulo XV (observación y reforma de la Constitución). Constitución Masónica. Estatutos generales de los francos y libres masones del Perú. Lima, 1850. Impreso por J. Franklin Haley.

(4) Ricardo Palma, Tradiciones Peruanas. Ver: “La casa de Pilatos”, vol. II. Edición y prólogo de Edith Palma, Lima-Perú, 1968, p. 360-363.

(5) Manuel Bautista Pérez fue uno de los más notables lusitanos que vivió en nuestro país. Era natural de Ansar (Coimbra, Portugal), de 46 años. Según lo señalado por Ricardo Palma en sus Anales de la Inquisición de Lima, éste era un rico comerciante. Se le acusó de judío “(...) y de mantener en actividad clandestina su fe y propagarla a despecho de las prohibiciones” (Anales de la Inquisición de Lima, XXIII), pero el hecho más importante que debe ser señalado es el de la posesión de una pinacoteca y una biblioteca de 135 títulos y 155 volúmenes que revelaban la vasta cultura del comerciante portugués. Las persecuciones de la Inquisición no sólo revelaron el interés por el mantenimiento de la pureza del credo católico, sino también la estrecha relación con la persecución de libros considerados herejes.

(6) Revista Gran Logia del Perú. Fraternidad. Edición extraordinaria, 1996, p. 12. Don Miguel Grau Seminario. R\H\ Francisco Piña Baca. Ver también el estudio de Alfonso Harth Bedoya, Ricardo Palma: egregio tradicionista e ilustre masón peruano. Lima, San Marcos, 1992.

(7) El almirante Miguel Grau (1834-1879). Una aproximación biográfica. Caja Municipal de Ahorro y Crédito de Piura. Asociación de Historia Marítima y Naval.

(8) El Correo Peruano. Boletín Marítimo y Mercantil. 10.04.1848, Nº 1009, Año IV “Y el que contra los hábitos y ritos de la Sociedad se había descubierto, mostró el venerable rostro y la blanca barba de un anciano de ochenta años. –Bien, dijo el extranjero, ahora diré que el que está a tu izquierda es el representante del círculo inglés, el que preside la lojia de Caledonia. –¿Quién os ha convocado?, preguntó el desconocido, pasando de interrogado a interrogante. –El Círculo Supremo. –Sin duda no habéis venido sin objeto, dijo el extranjero volviéndose al presidente y a los cinco jefes, vos de Suecia, vos de Londres, vos de Nueva York, vos de Zurich, vos de Madrid, vos de Varsovia y vosotros, todos en fin, continuó dirigiéndose a la multitud de las cuatro parte del mundo, también habéis venido con objeto al santuario terrible de la fé. –Ciertamente que nó, respondió el presidente. Venimos ante el fundador de un misterioso imperio en Oriente que reunido los dos hemisferios en una comunidad de creencias que enlazado las manos fraternales dejenero humano. –¿Y hay algún signo cierto por el que puedan reconocerse? –Sí, dijo el presidente, y Dios se ha dignado revelármelo por medio de sus ángeles [...] Volvióse enseguida al viajero. –¿Qué deseas?, le preguntó. –Ver la luz, respondió éste.”

(9) Ibíd. ¡Estos Terribles Masones!, por el hermano José Gálvez Barrenechea, p. 30-31.

(10) Estatutos Jenerales o Constitución Masónica de los Francos y Libres Masones del Perú. Lima, 1850. Impreso por J. Franklin Haley.

(*) Profesora de Historia en la Universidad Federico Villarreal.

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